- Laura –la llamó Sofía mientras acompañaba a Lidia, una de sus clientas habituales, al mostrador de la entrada–. ¿Puedes darle cita para la semana que viene a la misma hora? Y hazle el descuento del 20% como dijimos.
- Sí, claro –contestó la aludida agarrando del perchero la chaqueta de la mujer.
Sofía se quedó observándola con los deditos sobre la mesa mientras hacía las gestiones correspondientes y se mordió el labio con saña por la envidia que le provocaba que se desenvolviera con tanto carisma. Carisma que la propia Sofía consideraba que no tenía.
- Vale, aquí te dejo la factura de hoy y la tarjetita con la próxima cita –le indicó Laura ofreciéndole la chaqueta a Lidia.
- Gracias, preciosa.
La clienta se volvió, abrazó a Sofía con cariño, le plantó dos hermosos besos antes de desaparecer por la puerta y Laura fue contoneándose hacia el aseo cuando mi amiga logró dejar un suspiro en el aire que significaban muchas cosas. Entre ellas la cuestión que le llevaba a creer que nunca llegaría a ser como ella, como Laura, porque se trataba de una mujer con carisma y excesivamente atractiva, elegante y graciosa. Desprendía una energía brutal, vistiendo en consonancia con sus funciones: Falda lápiz de Yves Saint Laurent, blusa blanca de manga larga y con forma de globo en el puño de Carolina Herrera y zapatos de tacón exageradamente altos y preciosos de Christian Loubouti. También solía recogerse moños bien recogidos sobre su coronilla y se embadurnaba la cara con potingues que la hacían parecer de todo menos natural. En mi opinión era un poco "fresca" y ya no sólo por la forma de vestirse sino por cómo se desenvolvía con los del gabinete. Sin embargo, para Sofía era simplemente PERFECTA.
Tanto tú como yo sabemos que no lo era, porque no existe una perfección absoluta, pero para Sofía era la mujer en la que anhelaba convertirse. Esa interpretación empezó a ser un reflejo de carencias que tenía consigo misma. Y aunque sabía que no debía tener pensamientos tan tóxicos para con su compañera, se le hizo difícil huir de esos fantasmas que la perseguían día a día cuando se topaban en la entrada. Laura se había convertido en un gran espejo…otro de los muchos que tenía a su alrededor.
Sofía se adentró en el despacho, colgó el bolso en su hombro y fue hacía la puerta decidida a cambiar de actitud. Se detuvo en medio del umbral y quiso dedicarle una sonrisa, pero hacía semanas que le daba una explicación sobre lo ocurrido en el despacho con David y no había encontrado el momento...
- Laura –la llamó quedando frente a ella.
- Dime –dijo levantándose de golpe con una mueca ansiosa.
- Quería hablar contigo sobre lo que viste el otro día.
- Yo no he visto nada –contestó la chica con los ojos como platos.
- Ya – Sofía suspiró, se acomodó el bolso y asintió–. Acostúmbrate a pedir permiso antes de entrar, ¿de acuerdo?
Cuando mi amiga atravesó la entrada y pisó resuelta el asfalto, sonrió al alzar la vista hacia el cielo y respiró hondo con los ojos cerrados, disfrutando del calor. Después se encaminó decidida hacia la avenida principal alisándose el vestido camisero de colores fucsia y lila que le llegaba hasta las rodillas y rodeaba su cuello con una fina cinta que había escogido aquella mañana para darse un mimo. Se había dejado el pelo suelto y el sol inundaba de reflejos los mechones rubios que flotaban en el aire. Lo alisó para que ondearan con la brisa, cruzó el paso de peatones y se puso las gafas de sol pensando que era el momento de tomar la decisión.
Sí, Sofía necesitaba intimidad y aliviar el nudo de emociones que hacía presión en la boca de su estómago y que la llevaba a tener ardores cada vez más frecuentes. Había llegado a la conclusión de que las escasas raciones que se imponía en las comidas la inducían a digestiones pesadas que no la dejaban descansar por las noches con la siguiente consecuencia de sentirse cansada con asiduidad. Y aunque se tratara de una dieta sana, según nos contaba, la realidad es que no estaba siendo honesta con nosotras. Apenas se alimentaba y cuando el hambre apretaba, se daba buenos atracones, sucumbiendo a la culpabilidad y aceptando las consecuencias de la purgación posterior, que no era otra que cansancio, ardores, dedos quemados y encías dañadas, entre otras cosas. No, no estaba haciendo las cosas como debía.
Según mi opinión, además de la evidente, había una causa más oculta. Si te pones a pensar detenidamente… ¿No era posible que la insana relación que mantenía con David le produjera angustia interna por saberse que no llegarían a ningún lugar? El alimento no la saciaba y le generaba malestar y con David había una carencia afectiva bastante seria porque el poco cariño que le prestaba se disolvía entre las sábanas, dejándola con una inquietud interior al verse abocada al fracaso en cuánto a sus esperanzas con él. Resultaba lógico.
Ya estaba llegando al portal de su casa cuando vio a David apoyado sobre la puerta, con los brazos cruzados y esa sonrisa canalla y descarada que tanto le gustaba a mi amiga. Llevaba una camiseta de algodón grisácea y unos vaqueros ajustados de color negro. Las formas torneadas que se marcaban en su pecho dejaban ver unos pectorales y unos músculos trabajados a golpe de gimnasio. El pelo revuelto y sus ojos entornados la miraban con curiosidad. Ella consiguió sonreír con cierta timidez cuando aterrizó a escasos pasos de él.
- Hola, rubia –saludó con un guiño.
- Hola, David –se puso de puntillas para darle un beso que no llegó a su fin porque se había apartado tocándose el pelo–. ¿Qué pasa? –preguntó extrañada.
- Sofía, –miró a su alrededor unos segundos y se volvió hacia ella –ya sabes que me cuesta ser cariñoso en público –se acercó a su oído–. Me gusta mucho más disfrutarte en la intimidad.
No se dijeron nada más… Subieron las escaleras a trompicones, Sofía se limitó a dar manotazos para que se estuviera quieto y David formó una sonrisa guasona y continuó palmeándole el culo, mientras con la otra mano le arrugaba las braguitas para que quedarán con forma de tanga. Estaba cachondo, eso era evidente, pero Sofía no entendía cuáles eran los motivos que lo llevaban a actuar con una crueldad en algunos casos y con esa espontaneidad en otros
- Ven aquí, nena –pidió mientras sacaba de sus pantalones una enorme y abultada erección. Sofía cruzó los brazos con las llaves aún en la mano y apretó el morrito–. ¿No te apetece? Mira, tócala...
- ¿Por qué te limitas siempre a esto? –preguntó dejando el bolso sobre la mesa junto a las llaves.
- No te hagas la estrecha...
- Sólo te has dedicado a sobarme y a meterme mano. Al menos ten un poco de cortesía y pregúntame cómo me ha ido el día –dijo con voz de pito.
David arqueó una ceja y, guardando su gran don, suspiró.
- ¿A qué viene esta actitud de mierda? ¿Acaso no hemos venido para follar?
¿Sabes qué pasa cuando hablas sobre temas que queman? Que todo se desborda… Y Sofía lo evitaba con ahínco. Le tenía pavor a abrirse demasiado y destapar la caja de pandora, aquella donde habitaban todos sus fantasmas encadenados. Tampoco tenía claro de querer escuchar las posibles respuestas que intuía porque eso la volvería más vulnerable y obsesiva. Era consciente de ello y se preguntaba cómo hacerlo con David, que era como un tren de mercancías y arrasaba todo a su paso. Sin embargo, a pesar de tener las cosas claras respecto a lo que sentía por él, no estaba segura de poder soportar esa inestable relación por mucho tiempo porque era duro soportar ciertas actitudes
- Me confundes, cambias continuamente de actitud y empieza a serme molesto –se atrevió a decir.
David se revolvió el pelo y se dejó caer en la silla de madera. Ella dejó las llaves sobre la mesa junto al bolso y dijo decidida:
- Solo necesito saber qué piensas para poder valorar lo nuestro desde otra perspectiva porque la mía se está quedando sin argumentos.
- Pues entiende entonces que es una forma de no engancharnos al drama. Una de cal y otra de arena. Para que no te encoñes más de lo que estás.
Sofía pestañeó por tal confesión y se mordió el labio sabiendo que tendría que hurgar más en la herida…
- Puedes tener a la mujer que quieras… ¿Por qué insistes en acostarte conmigo si no es para divertirte? Yo necesito que me dejes las cosas claras.
- Vaya –dijo él con condescendencia–. No sabía que tocaba charla… ¿Qué pasa? ¿Necesitas que te diga lo hermosa que eres? ¿Necesitas que te alabe para que te sientas mejor?
- No es eso –susurró mirándose las manos–. Resulta muy complicado entablar una conversación normal contigo.
- Pensaba que estábamos de acuerdo los dos. Tú has decidido conformarte con lo que tenemos porque te gusto. Y es normal. Disfrútalo nena y no pienses tanto.
Le dieron ganas de mandarlo por dónde amargan los pepinos, pero como dice la canción de Laura Pausini: Como si no nos hubiésemos amado. Me quedo aquí, sin decir nada, sin poder despegarme de ti.
El ambiente se enrareció y Sofía miró sus manitas mientras un móvil empezaba a vibrar y David palpaba sus pantalones antes de descolgar.
- Un segundo –susurró yendo hasta el aseo para después cerrar y tener intimidad.
Ella se levantó de golpe y se quedó parada frente a la puerta del baño pensando qué hacer. Se deslizó sigilosa y apoyó la oreja sobre la puerta hasta que lo escuchó decir : "Si, cariño, no te preocupes. No llegaré tarde. Yo también te quiero". Un palo le atravesó el culo y se enderezó, quedándose rígida. No, no puede ser…, se dijo a sí misma moviendo la cabeza como un muñequito.
La fatiga fue creciendo y tuvo que volver a sentarse con las manos en su cabecita. Quizás sus sospechas eran ciertas porque durante dos años sospechó que había alguien en la vida de David. Una mujer que le hubiera dado los hijos que Sofía deseaba tener junto a él, un romance esporádico o una chica joven, esbelta, guapa y cariñosa que satisficiera sus necesidades. Esa persona que había conseguido llegar hasta su corazón para conquistarlo. Una razón que le explicara las incontables llamadas a altas horas de la madrugada o un aquí te pillo y aquí te mato y "tengo que irme Sofía, no me esperes despierta". Imprevistos que le surgían a mitad de un polvo dejándola plantada.
Para evitar meterse en el círculo vicioso del que, ella sabía, estaba atrapada, se dirigió a la cocina y sacó del congelador unas pechugas envueltas en papel de aluminio y una bolsa que contenía menestra congelada. Dejó una sartén encima de los fogones y las pechuguitas compactas en el microondas, pero no pudo dejar de darle vueltas a su obsesión. De hecho, se quedó unos segundos mordiéndose el labio y observó sus cortas piernas y su barriguita mientras se apoyaba sobre la encimera con las manos. Después se giró para intentar alcanzar sus nalgas con la mirada y se preguntó si habría engordado. Hasta hace una semana creía haber perdido peso, incluso los vaqueros le venían algo más holgados, pero ahora las medias que llevaba le venían ajustadas y apretaban su cintura haciendo que pequeños chorizos sobresaliesen por encima de la faja. Los tobillos los tenía hinchados y sus pechos, grandes y enderezados por el sujetador, los percibió como dos enormes cántaros llenos de leche.
Se subió el vestido, bajos los brazos y rodeó con su mano el muslo. No pudo agarrarlo con una sola palma y puso cara de horror. Mierda. "Parezco una morcilla".
Evidentemente no era una visión sana ni real. Sofía no tenía obesidad mórbida. REPITO. Sólo se encontraba algo rellenita. Nada más.
Quizás se estaba pasando de rosca o puede que debiera dejar de hacer la estúpida y centrarse en aquello que importase más que el ego de su compañero. Sin embargo, el orgullo atravesó todos los límites establecidos cuando la fuerza de voluntad participaba en la guerra que no era otra que una lucha implícita contra la comida. Ella sonreía y se imaginaba con un vestido vaquero puesto y terriblemente corto con el que deshacer la cama con David y esa idea le hacía ser fuerte y orgullosa. David era la trampa. El único hombre que no cumplía sus expectativas pero que la hacía sentir terriblemente satisfecha por llevárselo a la cama, aun sabiendo que ella nunca sería su tipo.
- Pronto los resultados serán visibles y me verá bonita –susurró para sí misma.
David salió del aseo desnudo y con aires de superioridad. Sofía, que estaba sentada con las piernas cruzadas en el sillón, lo observó acercarse y dejar la polla a la altura de su precioso rostro.
- Chúpala, rubia.
Al no obtener respuesta por su parte, él agarró lo que tenía entre las piernas y se masturbó despacio, deslizando su mano a lo largo del miembro y apretando suavemente sobre los labios de mi amiga. Se la restregó por la cara, dando pequeños toques sobre sus mejillas, y se la metió en la boca de una estocada. Sofía cerró los ojos y arrugó la nariz mientras notaba una abultada masa de carne entrar dejando fluidos colgando que le mancharon la barbilla. David empujó de nuevo y agarró su rubio cabello para profundizar en su garganta.
- Sí, joder, qué bueno. Hasta la garganta, nena –gimió retirándose una vez más para volver a impulsarse.
Sofía aguantó como una campeona, pero tuvo una arcada y lo apartó con sus manitas con la intención de respirar, pero él siguió profundizando como un tirano.
- Sin arcada no hay mamada, nena. Lo haces muy bien, sigue así.
La levantó en volandas y la puso contra la pared como si estuviera detenida, con las manos apoyadas en alto y las piernas abiertas. Ella se puso en alerta cuando David coló sus grandes manos por debajo del camisón para agarrar sus pezones y preguntarle en un susurro:
- ¿Quieres sentirme, rubia? –le subió un poco más el camisón y la obligó a agacharse, agarrándola del pelo–. Déjame hacerte disfrutar.
Acercó la punta de su miembro a la entrada, la deslizó por encima varias veces y cuando vio sus intenciones, Sofía se incorporó de repente.
- No, David, ponte un preservativo, por favor.
- Venga ya –se quejó colocándola otra vez en la posición inicial–. Te necesito. Necesito que me acojas y me sientas.
La voluntad de mi amiga empezó a declinar. No quería que se enfadará con ella por la negativa ni sentirse una mojigata por sospechar que otra ocupaba su cama, pero tampoco quería perder la oportunidad de estar lo más cerca de él que nunca estuvo.
- ¿Te acuestas con otras chicas? –quiso asegurarse mientras se mantenía a espaldas de David.
- Claro que sí, cariño, –intento moverse, pero él la agarró de las muñecas para colocarlas en sus riñones –pero siempre lo hago con protección. Tú serias la primera en tener ese honor.
- Entonces déjalo.
- Sofía, escúchame, jamás te haría daño. Jamás.
No sabe cómo sucedió, tampoco entiende las razones por las que lo hizo, pero una penetración la catapultó al más oscuro rencor. Teniendo sus manos sujetas en los riñones e inclinada hacia delante, Sofía se sintió llena y David no dudó en profundizar en ella.
- Dios, que apretada estás –confesó él entre dientes mientras la cogía de la nuca y la empujaba hacia delante para que se quedara totalmente abierta–. Así, así nena, estate quieta.
La folló fuerte y duro durante diez minutos. Salía, impulsaba sus caderas y volvía a meterla en su apertura, haciendo que la carne dilatará y se estirara por la brusquedad del acto. También se empeñó en meter sus manos bajó la tela del camisón para retorcerle los pezones, porque eso le daba morbo y someterla se la ponía aún más dura. Recorrió sus pechos, su barriga y su culo hasta desviar sus manos hacía el orificio anal. Tanteó el terreno con su erección en su interior y ...Sofía se tensó.
- ¡Me cachis! –se quejó–. Ya sabes que no me gusta...
David formó una expresión chulesca cuando la miró, le dio un cachetazo y le introdujo el dedo pulgar por el culo.
- Relaja el culo y la presión desaparecerá –aconsejó David con el pulgar dentro.
Fue incómodo, pero todos los detalles se unieron hasta formar una bola de placer. El morbo, sentir a su enamorado sudado a su espalda y la pasión con la que la montaba hizo que algo empezará a sembrarse en su bajo vientre y aflojara la tensión de su trasero.
La penetraba, la manipulaba, le daba seguridad en el sexo mintiéndose a sí misma, porque quién hacía daño sin darse cuenta era él y Sofía todavía estaba muy ciega. Sus pezones duros como piedras, su piel caliente, su enorme polla, gruesa y golpeando su pared interna. El calor, su cuerpo sudoroso pegado al de ella, sus fuertes músculos contorsionándose para agarrarla y sus palabras... Todo en conjunto era lo que Sofía envidiaba de las demás, aquellas que se podían permitir el lujo de decidir con quién estar. Ese pensamiento la hacía vulnerable y sabiendo que nunca lo tendría con ningún otro porque merecerlo sería sinónimo de cambiar, adelgazar y ser mejor, se dejó llevar y permitió ambas invasiones en su cuerpo, por delante y por detrás.
Las contracciones previas llegaron, el cosquilleo fue cada vez más intenso y cuando pensaba que tendría un orgasmo glotón, David aceleró las embestidas y algo caliente, húmedo y blanquecino se desprendió en el interior de ella.
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UN REFLEJO PARA CADA ESPEJO. Parte 1 de la trilogía "Los espejos de Saray"
Chick-LitSaray aspira a ser una gran escritora de éxito. Ella desea con todas sus fuerzas vivir de lo que le apasiona, pero su entorno más cercano es tóxico y difícil de gestionar, tanto que se vuelve insostenible... Además, María, aquella que se considera s...