Estábamos en el baño, yo sentada en el borde de la bañera y ella sobre la tapa del váter, con las piernas danzando arriba y abajo mientras se descarrillaba un poquito más el esmalte. Más de quince minutos pasaron hasta que, enferma de los nervios, tomé la iniciativa.
- Trae –me levanté resuelta y le cogí la caja de las manos con dureza para leer el prospecto.
- ¡Madre mía, Saray! No estoy preparada. Si sale positivo, me da algo.
- Miriam, si no te relajas tendré que hacerlo yo y no te va a gustar porque la colleja que te voy a dar va a quedarte marcada por los siglos de los siglos.
- No puedo –se quejó inclinándose hacia delante con las manos en la cabeza.
- Tendrás que poder. Sé adulta y céntrate. Mira –señalé con el dedo índice un párrafo del prospecto–, aquí pone que si salen dos rayitas rosas es positivo y si sale una en la pantalla de control es negativo.
- Putas rayitas –murmuró mientras se quitaba el pantalón del pijama.
Dejé el cacharrito delante suya para que lo cogiera y estuve durante unos segundos sujetándolo en el aire hasta que Miriam se decidió.
- Vale, vale, está todo en orden. Todo saldrá bien y…
- Miriam, tendrás que levantarte y mear, ¿no?
- Sí, claro, perdona.
- ¿Quieres que me vaya y te deje intimidad?
- No, quédate –fue entonces cuando observó el cacharrito con ojos de cordero degollao–. ¿Ahora qué tengo que hacer con esto? ¿Dónde meo?
Puse los ojos en blanco y me acerqué.
- Aquí, justo en la punta. Mantenlo hacia abajo y empapa lo blanco.
Me senté otra vez en el borde de la bañera y Miriam estuvo durante dos minutos mirando hacia el techo haciendo muecas. El pipí no llegaba.
- ¿Qué pasa? –pregunté.
- Los nervios no me dejan mear.
- Espera que te abro el grifo.
Cuando lo empapó bien y encajamos de nuevo el capuchón, lo dejamos encima de una superficie plana y volvimos a la cocina. Miriam estaba histérica y parecía chiquito de la calzada danzando mientras daba pasitos cortos. Quiso ponerse una taza más de café, pero se la sustituí por una bolsita de tila.
- Tenemos que esperar cinco minutos. Mientras… podemos hablar de otra cosa…
- ¿Qué tal con Anastasia? –me preguntó de sopetón.
- Vaya, directa como siempre –le sonreí–. Ya os conté ayer un poco por encima.
- Solo nos dijiste que estabais viviendo juntas.
Me levanté a por un cenicero y me senté junto a ella.
- La verdad es que ayer os oculté cosas… Viendo a Sofía así…
- Desembucha –me ordenó. encendiéndose un cigarrillo.
- En realidad, estamos buscando piso en Elche y su padre ya tiene una mujer que le cuide, me lo dijo ayer por la noche. En fin –suspiré– no puedo quejarme.
- No te veo muy convencida.
- No la veo muy entregada con lo del piso.
- Eres una impaciente, Saray. Haz el favor de darle tiempo y recuerda que estos meses ha hecho muchas cosas por ti.
- Lo sé, pero no puedo evitar pensar que no quiere tomar las riendas del asunto.
- ¿Por qué lo dices?
- El simple hecho de que ella está cómoda allí, en Gran Alacant, ha hecho que se relaje. Tiene confianza con su casera, si se retrasa en un pago no pasa nada porque lo paga su padre y el hecho de irnos a un piso nuevo conlleva mucha responsabilidad y dinero.
- Yo creo que lo estás exagerando un poco. Si no te quisiera no hubiera hecho ni la mitad.
- Pero me siento de prestada y no me gusta esa sensación. Aquella casa está muy alejada de todo, me siento muy sola y encima no tengo medios para buscar trabajo –me quejé tirando la ceniza en el cenicero.
- Pensé que escribir iba a ser tu prioridad.
- No… no sé, es complicado. Necesito aportar algo en la casa para sentirme útil. Es una sensación parecida a cuando estuve en casa de mi padre y solo me dedicaba a estudiar. Siento que no soy suficiente…
- Ese es un problema que vienes arrastrando desde hace mucho. No lo mezcles con que Anastasia se ha acomodado.
- ¿Qué quieres decir?
- Quiero decir, Saray, que deberías pensar un poco antes de quejarte o reprochar. Soluciona las cosas que te ocurren porque si no siempre tendrás los mismos resultados. Con María te ocurrió lo mismo y salió mal.
- Tengo el presentimiento de que realmente no quiere irse a ningún sitio. Han sido tantos años apegada a su padre que ahora el simple hecho de apartarse del todo con un piso incluido creo que le crea algo de ansiedad y está retrasando el momento.
- Deja de quejarte, cojones –me dijo con ímpetu palmeándome el brazo–, y soluciona de una puta vez el pasado antes de destrozar otra relación.
La miré y me di la vuelta para ponerme otra taza de café que me bebí de un trago. Miriam había sido dura, pero es que mi recorrido no era el de un santo y la historia se repetía. A pesar de no haberle comentado la llamada de María, ella sabía a ciencia cierta que algo me traía entre manos porque mis dudas decían mucho más que unas necesidades no cubiertas. Como si quisiera tener la excusa perfecta para zanjar con todo, con Anastasia, y volver con ella, con la chica que me hizo descubrir de nuevo cada extensión de mi cuerpo, la que me dijo que no me encerrara en la autocompasión y la que me pidió matrimonio hacía unos días. Estaba otra vez repitiendo la historia… ¿Y si el problema era yo? ¿Y si la que no se comprometía del todo era yo y la frustración la canalizaba hacia fuera culpando a los demás? ¿Y si mis creencias y vivencias condicionaban mis relaciones y mi forma de ser hasta el punto de convertirme en una niña mimada que no se quiere y no se conforma con nada? Se me puso la cabeza con un bombo y después de dejar los cacharros en el fregadero, me volví hacia ella y le sonreí.
- Venga, vamos a descifrar el enigma.
- No puedo –dijo Miriam tocándose la frente–. Ve tú y me dices después.
- De eso nada, levanta el culo y vamos las dos.
Me puso cara de “hola soy el gato con botas y te pongo ojitos para que me hagas caso”. Estaba preciosa y le brillaban mucho los ojos. Sé que el resultado iba a cambiar mucho su vida porque dependiendo de lo que saliera sacaría un aprendizaje a base de golpes.
Llegué al aseo decidida pero cuando atravesé la puerta, me paré en seco respirando hondo y solté el aire lentamente por la boca. Vale, Saray, sin dramas, solo es un test de embarazo. Me apoyé en el lavabo frente al cacharrito, cerré los ojos y conté hasta tres. Fueron segundos de tensión en los que agradecía no estar en la situación de mi amiga. MIERDA. Dos rayitas. ¡Dos jodidas rayitas! ¿Qué debía hacer ahora?
- ¡Saray! ¿Todo bien? –me preguntó Miriam desde la cocina.
Cogí el test de embarazo y cerré los ojos con fuerza para relajarme y pensar cómo decírselo.
- ¿Por qué no contestas? ¡¡Quieres contestar!! –me pidió a grito pelado.
Al final desistí y me fui directa a la cocina. Dejé encima de la mesa el test de embarazo y me miró con susto, moviendo la cabeza de un lado a otro y negándoselo a sí misma.
- No, por favor, dime que no –me suplicó.
Cerré los ojos y asentí repetidas veces. Se volvió hacia ese positivo y… se derrumbó. Lloró desconsoladamente encima de le mesa con los brazos cruzados, berreando y sin poder consolarla porque cuando quise abrazarla, ella se hizo una bola sobre sí misma impidiendo que la acogiera bien. Tras un cuarto de hora largo me la llevé a la cama y la acurruqué bajos mis brazos.
Miriam, mi niña, mi sol, mi mejor amiga estaba sufriendo porque nunca esperó que un descuido, que solo le aportaba unos segundos de placer y sudor, fuera a tener consecuencias tan graves. Es cierto que era improbable que se pudiera quedar embarazada tomando la píldora porque tenía una eficacia del 99,9% pero el destino es así de caprichoso. Creo que tuvo que suceder de aquella manera y lo creo no por la casualidad sino porque realmente era una causalidad. Mi amiga había sido el centro de una diana muy expuesta a acertar; algo habitaba en su inconsciente por solucionar.
Después de dos horas en las que me abrazó, me apretó y sollozó, derramando grandes lagrimones, conseguí calmarla y se quedó dormida entre mis brazos. La ayudé a tumbarse medio adormilada, le puse la almohada bajo la cabeza y le dije que la quería antes de marcharme hacia la cocina, donde me senté en el taburete y medité sobre lo que debía hacer. No quería dejarla sola y cuando se despertará sintiera que me había venido grande aquello o que no me apetecía soportar otra vez la misma situación bochornosa. Así que, siendo las doce de la mañana, me dediqué a limpiar.
Lo primero que hice fue servirme una copa de vino, como venía haciendo últimamente. Rebusqué entre las distintas botellas que descansaban en el armario y escogí uno medianamente bueno. Al primer sorbo se me pusieron los ojos del revés y lo paladee para retrasar la gratificación. Me levanté, cogí todos los productos necesarios y empecé por el comedor, siguiendo por el aseo y poniendo una lavadora al final con toda la montaña de ropa que tenía acumulada. Ya dije en más de una ocasión que Miriam era muy desordenada e hiperactiva y le costaba centrarse, sobre todo cuando estaba sola en su casa.
Vi un reproductor de música y pulsé para que sonara FM. Y allí estaba yo, bailando al compás de la música junto con mi escoba a juego. Después, cuando ya llevaba más de media botella vacía, había puesto una segunda lavadora, limpiado el polvo y fregado. Entonces me dediqué a echar un vistazo a su humilde morada.
Era de esas casas en las que es imposible que te sientas en soledad o agobiado porque tenía mucha claridad. Los tres cuartos de matrimonio tenían una decoración oriental, budista y algo hippie. Cada uno de ellos se distribuían a lo largo del pasillo. La cocina se encontraba al lado del baño y el comedor nada más entrar por la puerta. Era un comedor enorme con grandes ventanales cubiertos por finas cortinas para que no entrará mucho sol en los días calurosos. Moderno y jovial, aunque valía un buen pellizco, pero Miriam se lo podía permitir.
Me senté de nuevo en el taburete de la cocina y rellené otra copa cuando pensé que podría hacer de comer algo especial. Me levanté para abrir la nevera y vi carne picada. Una pizza entraría que ni pintado y Miriam necesitaría mimos para cuando se levantase. Cogí un cuenco del armario de arriba y lo puse sobre la encimera. Después miré en la repisa y cogí el envase de la harina para pizza y la añadí en el centro de cuenco. A continuación, añadí sal, una cucharada de aceite y agua. Me lavé las manos, me las sequé y me puse manos a la obra. Diez minutos amasando sin parar hasta que la harina fue cogiendo la forma de una masa compacta que puse encima de un plato y lo tapé con un trapo. Después de hacer la salsa, extender la masa y meter la pizza al horno, me senté a pensar en mi vida.
- ¿Está rica la pizza? –le pregunté a Miriam mientras pasaba de un canal a otro tumbada en el sofá.
Se había levantado a las cuatro de la tarde con la cara congestionada y los ojos hinchados y la verdad es que no tenía buen aspecto. Supongo que el embarazo también contribuía. Llevaba puesto un camisón finito y ancho que no permitía que se le marcasen las formas torneadas de su cuerpo, casi apenas visibles. El pelo húmedo lo dejó secar al aire y la hizo parecer más joven. Yo, por mi parte, quise darle espacio y me centré en buscar algo interesante en la televisión, sobre todo algo cómico para quitarle hierro al asunto.
- Sí, está muy buena –contestó a mi pregunta.
Estuvimos en silencio largo rato mientras terminaba de comer y yo intentaba entender la película que estaban haciendo en antena tres: Matrix. Al ver que mi amiga se acostaba de lado sobre el sofá y no abría la boca, tuve la necesidad de abrir conversación porque era un tema que no podíamos dejar de lado.
- Miriam, sé que es pronto, pero deberías ir pensando en pedir cita para el médico de cabecera y que te hagan las pruebas pertinentes.
- Debo hacerme los análisis para asegurarme –me dijo con un cigarrillo en la boca sin encender.
El hecho de que fumara en esos momentos me molestó sobremanera y lo asocié a que quizás era por su estado deprimido. Debía dejar de fumar si tenía pensado seguir con el embarazo.
- Decide qué hacer cuando lo sepas seguro.
- ¿Qué hago yo con un niño a mi edad? –se quejó.
- Piensa que no es tan grave. Quiero decir –intenté explicarme cuando me lazó una mirada asesina– tienes un buen trabajo y estás fija. También has vivido mucho y has hecho siempre lo que has querido. No sé, quizás sea una experiencia nueva.
- Muy positivo –me dijo con desdén–, pero te recuerdo que soy todavía un bebé. Si no soy capaz de comprometerme con nadie, ¿cómo voy a ser capaz de criar a un niño? Ese es el mayor compromiso que puede tener una mujer.
- Lo harás bien.
- Estás dando por sentado que lo voy a tener.
- ¿Acaso vas a abortar?
- No lo sé, no lo sé –se tocó el pelo–, Si lo hiciera me sentiría tan mal. Sería como destruir una vida. Es parte de mí ahora mismo, está en mi vientre y seguro que está sintiendo todas las emociones que estoy experimentando ahora. No quiero que el día de mañana se sienta una casualidad.
- Si lo amas, no se sentirá así jamás.
- No basta solo con amar. Yo tenía pensado tener un hijo cuando tuviera una pareja estable y decidir con ella el momento idóneo para ser madre. Siempre con la persona adecuada, ¿sabes?
- Sí, querías que fuera deseado, pero te daba un miedo horrible y no creo que hubiera sucedido. Tienes el pasado todavía muy arraigado y aunque tú creas que no te condiciona, lo hace más de lo que me gustaría, por eso la vida te ha puesto por delante esta situación –dije convencida.
- No me sirve de nada que me vengas con esas monsergas. La realidad es que yo ahora no puedo criar a un niño sola y me siento obligada a decirle algo a Jorge o a Sergio.
- Esta monserga me la has dado antes con respecto a lo de Anastasia y ahora te toca escuchar –la vi sollozar y suspiré–. Venga, cariño, acepta lo que tienes y piensa en las decisiones que sean mejor para tu bienestar, pero atenta a las consecuencias porque, lo quieras o no, el padre tiene derecho a saberlo.
A las siete de la tarde vino Anastasia a recogerme y nos fuimos a casa. Estaba un poco malhumorada porque sus jefes la habían puteado con el horario para la semana siguiente y ella no lo consideraba justo.
- ¿En serio? ¡Eso es estupendo! –dije con entusiasmo mientras me sentaba en el sofá.
- ¿Qué te parece tan gracioso? –me preguntó más seria de lo normal.
- Pues eso, cariño, que no tengas que volver esta tarde a trabajar. Así podemos seguir mirando el piso de esta mañana.
- ¿Otra vez con lo mismo?
- Solo tenemos que llamar y preguntar las condiciones –dije todavía emocionada y un toque de positividad para no amargarme la noche ante su actitud pasiva-agresiva.
Anastasia entró a la cocina refunfuñando, cogió una coca cola y se sentó de malas maneras en el sofá.
- ¿Por qué te pones así?
- Joder, Saray, pues porque me apetece descansar. Llevo todo el puto día sin parar, ha habido mucha faena y quiero estar tranquila sin tener que pensar en otra cosa.
- Ya... bueno, ¿quieres que llame yo? –insistí.
- Haz lo que quieras, siempre lo haces.
La tranquilidad y el buen rollo se esfumó y empecé a tener cierto hueco en mi pecho donde guardar esos reproches y cosas que no encajaban con la clase de persona que me dio a entender cuando nos conocimos. Esto no era lo que yo esperaba de una relación formal. Yo quería que ella se implicara, se comprometiera, habláramos con mis padres, preparáramos la boda… Sin embargo, retrasaba la decisión y la decepción fue como humo reptando en el espacio cada vez que nos encontrábamos a pesar de tener nuestros días buenos. Y aunque todo empezara a cambiar, me volví a poner la venda en los ojos y yo misma llamé al número que ponía justo en el encabezado del anuncio.
Salí a la terraza, marqué y cuando ya creía que no descolgarían, Anastasia apareció como un fantasma, me quitó de malas maneras el teléfono y se encendió un cigarrillo ante mi atenta mirada desconcertada. A los cinco minutos, entró con el rostro sombrío y se sentó en el sofá.
- Ya está hecho. El jueves vamos a ver el piso. Francisco me ha comentado que está reformado y que son trescientos treinta al mes. Y también hay un bono descuento para la luz.
- ¿Te han pedido la nómina? –pregunté con cautela.
- Si... le he dicho que le pediría a mi jefa que me hiciera un justificante como que estoy indefinida en la empresa.
- Estás enfadada –dije con cautela.
No fue una pregunta, sino una afirmación.
- Sí, me voy a la cama.

ESTÁS LEYENDO
UN REFLEJO PARA CADA ESPEJO. Parte 1 de la trilogía "Los espejos de Saray"
Chick-LitSaray aspira a ser una gran escritora de éxito. Ella desea con todas sus fuerzas vivir de lo que le apasiona, pero su entorno más cercano es tóxico y difícil de gestionar, tanto que se vuelve insostenible... Además, María, aquella que se considera s...