EL CORTE Y LA DEMOSTRACIÓN DE AMOR A TU FAMILIA. SUENAN CAMPANAS DE BODA.

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Durante el camino estaba hecha un matojo de nervios. No sabría explicar la sensación que tenía porque me avergonzaba reconocer que en lo más profundo de mi ser quería ver a María, saber cómo estaba y me excitaba el encuentro de tenerla delante después de tanto tiempo. Después, me reprendí a mí misma, bofetada incluida, por dejarme llevar por mi carácter de mierda, ese carácter dos de princesa, como bien significaba mi nombre, que me hacía ser una egoísta. No era justo para Anastasia; ella se estaba portando muy bien conmigo, me estaba dando una oportunidad y lo más importante es que confiaba en mí, incluso sin tener razones para hacerlo, porque yo no era de esas personas en las que cogen confianza enseguida. Mis comportamientos dejaban que desear muchas veces…
  Aparcamos al lado de una parada de autobús y pusimos los intermitentes. Me apeé del coche y miré a mi alrededor mientras cerraba la puerta cuando la encontré apoyada en una de las farolas, plantada con sus vaqueros negros, unos botines de vestir y una camisa a cuadros abrochada. Llevaba un bolso deportivo y el pelo recogido en un moño. Una esclava caía ligeramente por su muñeca y el anillo del poder lo llevaba bien encajado en su dedo corazón.
El mío me dio un vuelvo y conforme avancé hacia ella, tuve la falsa impresión de tener una especie de "deja vu" al recordar con claridad la primera vez que nos conocimos, cuando nos miramos y dejó, a pesar de nuestras diferencias, un aquelarre de mariposas por mi estómago al sentir su magnetismo. Tenía un imán, Dios, y era el primer encuentro después de tres meses...
  Me quedé frente a María y ella me observó con detenimiento. Sus ojos, como la arenilla recién mojada, marrones y llenos de recuerdos por la forma en cómo me miró. Añoranza le llaman. Un sentimiento que yo había tenido muchas noches en la soledad de mi habitación cuando ella no cogía mis llamadas. Fue magnético…
- Hola –me saludó–. Estás muy guapa –me dijo mientras se acercaba y me daba dos besos que resultaron ser dulces.
- Gracias –me abrace mí misma–. Anastasia está en el coche y no quiero hacerla esperar. Solo he venido a decirte que acabes con todo esto. Si no paras, tendrá que intervenir ella y no creo que te vaya a gustar.
- ¿Es una amenaza? –se jactó–. ¿No crees que, si quisiera hablar conmigo, habría bajado del coche ella misma en lugar de mandar al mensajero?
- No voy a seguir con esto. Espero que te vaya bien, María.
- Quédate –me pareció que suplicaba mientras mantenía cogida mi muñeca.
- No, yo… no puedo. Anastasia no me deja y es normal –parecí una tonta hablando, como si fuera una niña, pero es que me sentía tan nerviosa que el filtro dejó de funcionar para decir las palabras oportunas que la alejaran de mi vida.
- ¿En serio, Saray? ¿Vas a dejar que una tía te diga lo que tienes que hacer? –me dijo con desdén dejando el peso una sola pierna mientras cruzaba los brazos.
- Tú lo hiciste durante meses –le espeté y nos mantuvimos la mirada durante unos segundos soportando la tensión.
- No quiero discutir contigo, dile que se vaya y que te recoja luego o mañana.
- No, esto es lo que hay –quise parecer segura, pero viendo que no me facilitaba las cosas, me fui achicando hasta que le supliqué–. No me lo hagas más difícil, por favor.
- Ok. Hasta para estas cosas sigues siendo caprichosa.
  Nos dirigimos hacia el coche y cuando abrí la puerta, Anastasia se quedó callada y solo se cruzaron la mirada para decirse un simple hola. El viaje fue tenso y después de varias copas de más y de cantar unas cuantas canciones en el karaoke, nos fuimos a un pub latino que había justo al lado y donde empezó la batalla de verdad.
Entramos, nos pedimos algo de beber y María y yo empezamos a hablar a solas. En un principio la conversación fue distendida, fluida y sin mal rollo, pero cuando empezamos a exponer nuestros puntos de vista, las quejas y los reproches, fuimos subiendo de tono hasta terminar chillando cuando tocamos el tema que nos quemaba. Debo reconocer que iba algo achispada y que me había bebido el tequila a palo seco para aguantar la tensión que se respiraba entre ellas dos. Anastasia, sentada en un taburete al otro lado, observaba la escena y se mantenía callada.
- Saray, estabas conmigo, te quería y te fuiste con otra –me espetó abriendo los ojos.
- ¿Sí? ¿Me querías? –dije con condescendencia–. ¿También me querías cuando no quisiste ni presentarme a tu compañera de piso que, según tú, era "tu compañera" na-da más? ¿Me querías cuando me decías que era una niña que me tocaba el papo a dos manos o cuando me exigías más de lo que dabas? –se quedó mirándome helada con la mirada fija en mí, sin saber qué decir y sabiendo por su expresión que yo tenía más razón que un santo–. ¿También me querías cuando me negabas verte, me obligabas a quedarme en casa y hablabas mal de mis amigas? ¿Eh? O no.… espera –hice una mueca y entorné los ojos–, fue que me querías cuando me dijiste que nos comunicábamos mejor con el sexo que con las palabras. Mira –espeté llena de rabia–, se acabó. Me fuiste infiel y me trataste peor de cómo me sentía yo misma y no –negué al cabeza con vehemencia–. Se acabó.
- ¡¡¡Te fuiste con ella!!! –me gritó y señaló a Anastasia que estaba sentada al lado observándolo todo y con cara de estar perdiendo la paciencia.
- No me fui con nadie, por el amor de dios. Nuestra relación estaba rota y abocada al fracaso ¿No te das cuenta? Somos muy diferente, tenemos distinta forma de ver la vida.
- Te di todos los caprichos que quisiste porque en eso consiste una relación para ti, en sentirte aceptada y querida. Pero claro, tú querías más y más y como no te concedí lo del piso te pusiste como una loca y lo echaste todo a perder. Debes tener paciencia con las cosas que quieres y evitar crearte en tu cabeza un mundo ideal porque, joder, la vida real es otra cosa. Yo no podía darte más…
- Solo quería tener una vida contigo –y mi labio empezó a temblar dejando que los sentimientos reprimidos salieran en una vomitona–, compartir mi pasado, que me ayudaras a superarlo y que nos cogiéramos de la mano. ¿Es tan difícil de entender? Bastante tenía yo con mi falta de autoestima y mis traumas como para que vinieras tú a juzgar cada movimiento o decisión que tomara. Eso no me facilitaba las cosas…
- Lo siento –y por primera vez María agachó la cabeza.
- No importa, ya está –intenté recomponerme, restregándome la cara –, empieza de nuevo con quien quieras, pero prométeme que me dejaras seguir con mi vida.
- No, no, –y la vi morderse el labio inferior a modo de histeria–, no pienso perderte. Si no es contigo no será con nadie.
- El mayor problema es que te encierras en la idea de que soy la única buena y te estas mintiendo. Hay mucha gente en este mundo. Esto se ha vuelto una absurda competición para ti porque si no me puedes tener tú nadie lo hará y no te das cuenta de que solo te atraigo sexualmente. ¿Cómo se puede querer a alguien que apenas ves y la que acusabas en todo momento? Me decías que era rara, por el amor de dios, y que no eran normales mis reacciones…
- Tienes un problema, Saray. No sé el qué, pero algo tienes porque no es normal las reacciones de histeria o los cortes o…
- ¡¡Vete a la mierda!! –bramé.
  Me empezaron a brillar los ojos en los que grandes lagrimones amenazaban con salir disparados. Me di la vuelta y me restregué con asiduidad la cara para que no me viera llorar. Verla me dolía y aliviaba a partes iguales. Tenía ganas de arañarme la cara o golpearme contra las mesas que había a mi alrededor para olvidar aquello de sentirme pequeñita, insignificante, apartada, una mierda, sola…
- Yo puedo ayudarte. Lo haré. No importa el tiempo que pase –dijo María convencida–. ¿No entiendes que eres el amor de mi vida? –intentó cogerme–. Te amo, Saray.
- ¿Te lo explico? –intervino Anastasia levantándose de la silla airada–. Porque me tienes hasta los cojones.
- Anda –comenzó a decir con chulería dando media vuelta para encararse con ella–, si te has dignado a hablar. A ver... cuéntame. ¿Cómo la conociste? Folla bien, ¿eh?
- No me provoques, María. Yo no he roto nada. Ella no estaba bien contigo cuando la conocí.
- Claro, y por eso mismo te metes en una relación que está pasando por una crisis para terminar de joderla. ¿Es así?
- No voy a responder a tus provocaciones. Solo te diré que si no la dejas en paz –Anastasia se acercó a ella quedándose a la altura de sus ojos–, tendrás muchos problemas y no es una amenaza sino una advertencia. Ella no te quiere, acéptalo. Le dabas una vida de mierda y conmigo vuelve a respirar paz, así que no la jodas. ¡Ah! –empezó a decir con una ácida sonrisa–. A partir de hoy empezaremos a tener una vida en común, una casa en común y una convivencia que espero que sea para mucho tiempo. Más te vale salir de nuestro entorno. El juego acaba aquí.
  Me gire hacia ellas con el cuerpo destemplado. El ambiente se podía cortar con un cuchillo y la tensión amenazaba con derrumbarme y hacerme pedazos. María sonrió y no le contestó mientras se mantenían las miradas con los ojos entornados. Agarró su cubata y se sentó tranquilamente en el taburete mientras me observaba. Anastasia se acercó a mi lado sigilosamente sin apartar la mirada de ella y fruncí el ceño.
No la reconocía. Anastasia parecía otra persona. Esa forma de mirar era nueva. Anastasia no se caracterizaba por ser un macho alfa sino todo lo contrario. Templada, tranquila y sin intención de meterse en problemas con nadie, con la consiguiente consecuencia de parecer una cobarde. Está claro que cuando la amenaza está cerca se crean ciertas conexiones neuronales y biológicas para proteger la subsistencia de la manada. Y eso la había pasado a mi chica. Sin embargo, María se sentía amenazada, pero no cohibida. Era una mujer fuerte y con las cosas clara y yo una persona que estaba a punto del llanto y que no podía más con la presión. Necesitaba parar todo aquello asique cogí mis cosas y le pedí a Anastasia que nos fuéramos.
Cuando nos alejamos a toda velocidad con el coche sentí una angustia terrible. Primero porque había bebido demasiado y el alcohol amenazaba con salir a cada arcada y segundo porque se había roto algo en mi interior. Dentro de mí se había cortado el cordón umbilical que me unía a ella. Lo había provocado y ahora era yo la que tenía miedo de perderla. ¿Cómo podía ser? Ya se había terminado todo. Había dejado en ridículo a María delante de Anastasia y le había dicho alto y claro que lo nuestro no era real, que no había amor. ¿No lo había realmente?
Cuando llegamos a casa no quise hablar, simplemente me encerré en mi habitación y marqué un número de teléfono.
- ¿Hola? –preguntó Virginia mientras se levantaba de la mesa.
- Esto, ¿quién eres? –pregunté arrugando la frente.
  Escuché de fondo como Miriam le decía a esa persona desconocida para mí que no volviera a coger ninguna llamada suya.
- No sé por qué te tomas esas confianzas...
- Miriam, ¿estás hablando conmigo? –pregunté confusa.
- Perdona, Saray, estaba hablando con Virginia. Es que estamos en una heladería tomando un granizado y me he dejado el móvil en la mesa para ir al aseo.
- Entiendo.
- ¿Ocurre algo?
- Necesitaba hablar.
- Nena, si necesitas hablar a las doce de la noche, es porque tienes un serio problema.
- Lo tengo –hice una pausa y me mordí en labio–. Hoy hemos ido Anastasia y yo a Murcia para ver a María...
- ¿¿¿Como???
- Me estaba agobiando y…
- Saray –me cortó–, voy a serte sincera y sé que me mandarás a la mierda, pero eso hacen las amigas. Olvídate de ella. Bloquéala del Facebook, de tus contactos y de todos los medios en los que la tengas agregada. Deja de ser una niña y aprovecha la oportunidad que te está dando la vida de estar acompañada. Anastasia es una tía de puta madre, no la jodas.
Y me colgó dejándome noquedada.
  Aquella noche Anastasia y yo no hicimos el amor. Me puse en posición fetal y ella me abrazó por detrás diciéndome que me amaba y que todo iría bien a partir de ahora. Yo no lo tenía tan claro. Me costaba adaptarme a los cambios y me daba miedo salir de la zona de confort, aunque fuera una lucha diaria lidiar con mi hermano. Además, cortar el vínculo con María había supuesta ya un cambio y Anastasia sería mi catalizador, pero, ¿hacia dónde? ¿Qué quería yo de la vida? Escribir y ser independiente, pero sobre todo que me quisieran y crear una familia. Anastasia era la candidata idónea, pero por una extraña razón algo en mi interior me decía que tendríamos problemas.
  Al día siguiente fuimos a recoger todas mis cosas a casa de mi madre con el coche. Anastasia se quedó abajo a la espera de mi aviso y yo subí con el corazón encogido porque intuía el resultado de mi noticia.
  Después de más de quince minutos hablando me enchufé un cigarrillo y ellos lo aceptaron con normalidad. Mi madre lo único que me dijo, como toda madre hubiera hecho, es que "tuviera cuidado y pensara bien las cosas". Mi hermano, por su parte, sonrió con resignación y poco después se agitó soltando reproches y volviéndose algo desmesurado.
- ¿Entonces va en serio? ¿Te vas? –me preguntó yendo de un lado a otro del comedor.
- Sí.
- Nunca creí que pudieras tocar fondo, tía –me increpó con una sonrisa amarga en la boca–. ¿Alguna vez vas a pensar en alguien más que no seas tú?
No contesté, sólo agaché la cabeza.
- Hijo no empieces, por favor. Tu hermana se quiere ir, pues que se vaya. Es su decisión –dijo mi madre algo resignada por el tonito de voz.
- Ya sabéis las razones –quise justificarme–. Me voy porque me lo ha pedido ella y queremos ver cómo sale.
- ¡No la conoces apenas! –explotó mi hermano finalmente–. ¿Qué queréis probar?
- Si tengo que explicártelo es porque no entiendes nada sobre las relaciones, Diego.
- Lo único que entiendo en todo esto es que deberías pedir ayuda, Saray. En serio, deberías mirártelo...
- No empieces, por favor –volvió a pedir mi madre.
- ¿Que no empiece? ¿¿¿Es que no ves que no está bien??? –explotó señalándome con ambas manos–. Se va cuando quiere, viene cuando quiere, ahora se vuelve a ir con la excusa de que se va a vivir con una tía que conoce desde hace ¿cuánto? ¿dos meses?
- Eso no es de tu incumbencia –dije tirando el humo por la boca.
- Estás loca…
- Ya basta, no puedo más.
  Mi madre se había levantado para irse al aseo, pero mi hermano la detuvo, enfurecido, agarrándola de los brazos.
- ¿Ahora la defiendes? ¡¡¡Me cago en Dios!!! –dio un puñetazo a la pared–. ¿Quién se queda contigo cuando ella se va? ¿Quién se hace cargo de ti?
  No voy a seguir hablando de lo que ocurrió aquella tarde. Sólo diré que me fui sin mirar atrás.
  Todavía, a día de hoy, lo pienso y me da por reírme cuando recuerdo la primera noche que pasamos juntas Anastasia y yo como pareja oficial. Ella, sentada en el sillón con un bote de coca cola en la mano, y yo, intentando brindar con una copa de champán. Cuando le dije que quería inaugurar la casa de Gran Alacant y que debíamos hacer algo especial, ella puso morritos, pero lo aceptó como se aceptan a las personas que amas y quieres tener en tu vida. Hablamos de todo un poco y surgió la conversación de la boda, los niños y las aspiraciones de cada una. Primero fueron mera bromas, un codazo por aquí, un beso por allá, hasta que entramos en materia.
- ¿Te lo estás planteando? –pregunté medio achispada mientras me acababa la última copa.
- Me gustaría saber la reacción de tu padre y de tu madre. Después de contarme lo sucedido en tu casa me dan ganas de dejarles un par de cosas claras, pero no con palabras sino con demostraciones. No sé si me explico.
- Lo que quieres es marcarme para que no vuelva a dejarme llevar por los cantos de sirena si María vuelve a llamarme.
- Confío en ti, cariño. Es solo que quiero que seas feliz y eso pasa porque tu familia sepa que mereces la pena, que hay alguien que te valora y que se equivocan al pensar que no llevas tu vida en condiciones.
- ¿Esa es la razón por la que quieres casarte? No me parece un motivo –dije con una sonrisa que evidenciaba mi grado de embriaguez.
- Te quiero. Es lo único que me importa.
- Es curiosos que al principio de nuestra relación me dijeras que estar sola era el primer paso para poder estar con otra persona y ahora… ¿hablamos de matrimonio?
- Siempre supe que querías formar un hogar. Desde la primera vez que te vi. Después, cuando me confesaste tus faltas y el daño que te hicieron bajo aquellas circunstancias, entendí que te costara ser independiente y también el esfuerzo que estabas llevando a cabo. Creo que te has demostrado a ti misma que puedes hacerlo sin necesidad de agobiarte o cambiar por lo que digan los demás. Aprende a vivir de otra manera, Saray. Sé feliz con las pequeñas cosas que te llenan, pero eso sí, mantén siempre el equilibrio porque en los excesos es donde radica el problema.
  “Se puede vivir de otra manera”. Eso me dijo María en su día, en el hotel y aquel fin de semana que fue crucial. Pistas que me daba la vida. Muchas palabras repetitivas a través de diferentes labios que sé que me querían y deseaban mi mejoría. Como el hecho de estar un tiempo sola. Sin embargo, a pesar de todas las buenas intenciones que pusieron en sus palabras, hice lo que mi corazón me dictaba. No por egoísmo, sino porque mi intuición nunca me falló y el corazón, seguir mi propia voz y dejar las opiniones de los demás debajo de capas y capas de ego era lo que yo deseaba.
Sabía que me estaba equivocando, porque huir hacia delante, hacia la zona de confort más cómoda, nunca fue sano, pero me fue inevitable entender en aquel momento mi comportamiento. Yo solo conocía lo que había vivido y cambiar requería un proceso lento y tedioso que, aunque lo intenté con todas mis fuerzas, aún había conflictos emocionales que me dolían y que supusieron un detonante para la tercera caída. A veces los demás son meros espejos en los que te proyectas para mejorar la versión que se tiene de sí mismo.
 


UN REFLEJO PARA CADA ESPEJO. Parte 1 de la trilogía "Los espejos de Saray"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora