Las primeras semanas en casa de Anastasia fueron una novedad para mí. Recuerdo que el primer día me sentí desubicada al no tener ninguna obligación tangible de la que hacerme cargo y que eso me incitó a recoger y limpiar como una loca mientras ella dormía plácidamente en la cama. Pensé que estaría cansada después de tanto curro y no me molestó su ausencia, pues quería ser agradecida. Después preparé la comida, hice pizza para un regimiento y me tocó congelar la masa que me había sobrado. Para cuando terminé de ducharme, aplicarme crema hidratante y tras dar vueltas por la casa de un lado a otra, me sentí ociosa…
Con las manos en mi cintura y mordiéndome el labio, miré de un lado a otro sin saber qué hacer y entendí que era el momento de empezar a escribir. Eran las diez de la mañana y ya estaba sentándome frente al ordenador cuando Anastasia salió de la habitación, con una media sonrisa y los labios hinchados. Había dormido de tirón.
Me dio un beso en la sien y se fue a ponerse un café. Esperé durante unos minutos hasta que me acerqué y vi que estaba jugando a un juego, no sé decirte bien cuál es, pero se trataba de guerras y crear regimientos y esas mierdas.
- ¿Qué tal? –le sonreí–. Pensé que te vendrías conmigo al sofá. ¿A qué juegas?
Ella me sonrió, dejó el móvil sobre la encimera y me besó en los labios al mismo tiempo que me envolvía entre sus brazos. Rozamos nuestras frentes con mimo.
- No quería molestarte, cariño.
- No me molestas. Iba a escribir un poco –dije impasible.
- Espero que las musas brillen mucho esta tarde.
- Lo harán –la besé de nuevo y le comenté que tenía pizza y varias cochinadas en la nevera.
- Ahora no tengo tiempo, tengo que ducharme y salir corriendo si quiero llegar con diez minutos de antelación. Te prometo que esta noche me lo como todo, todo.
Rozó su nariz con la mía y se fue derecha al aseo. A los quince minutos salió vestida con el uniforme del trabajo y tras dejar un beso en mis labios, que no me puso a nada…, se fue dando un portazo. Yo me quedé absorta mirando la puerta, pensando que quizás la rutina era eso, nada de buenas comida ni grandes lujos o salidas de escándalo como cuando nos conocimos. Moví los hombros y, no queriendo pensar, me puse a escribir.
A veces, cuando nos obsesionamos con algo, siempre pretendemos que el resultado quede perfecto o casi perfecto, pero lo que ignoramos es que los caminos, si se hacen despacio, mejor que mejor. Yo no supe tener un término medio y cuando me di cuenta eran las seis de la tarde. Tenía la cabeza embotada y la espalda rígida de tantas horas delante del ordenador. Además, la vista se me había cansado, lo que me obligó a ponerme las gafas un par de horas antes, y aun así tuve que lavarme la cara para despejarme.
Miré a un lado y a otro y me encendí un cigarrillo. Aunque las musas se habían portado y estuviera satisfecha del resultado, como buena obsesa que era del control, tuve la falsa impresión de no saber realmente si era aquel el lugar donde debía estar. Mi trabajo, mi dieta y las normas y restricciones que me impuse en su momento me motivaban a su manera, pero no me hacían feliz y, ahora, sentía que me faltaba algo… Quizás fuera el silencio de la estancia o puede que el fallo radicara en esa densidad en forma de goteo que me generaba estrés cuando no tenía nada que hacer o me sentía demasiado ociosa… Lo que tenía claro es que pensaba demasiado…
Me adentré a la cocina y tras coger una pizza entera, que me comí en dos bocados, y una coca cola, que cayó casi en dos tragos, recogí los cubiertos y el plato y los dejé en el fregadero. Estuve viendo un rato la televisión y a las ocho, viendo que Anastasia todavía no había llegado, le mandé un WhatsApp.
"Hola, cariño. Perdona que te moleste, pero son las ocho de la tarde y estoy preocupada. ¿Va todo bien?"
No contestó a mi mensaje hasta que llegó, se dejó caer sobre el sofá agotada y dejó las llaves sobre la mesa.
- Creí que no trabajabas por las tardes –insistí sin querer parecer incrédula.
- Hoy ha venido mucha gente –suspiró–. Me parece que eso de las tardes libres es muy relativo.
- Entiendo –asentí varias veces–. Voy a traerte la cena.
- No, no, de verdad. Voy a ducharme y me acostaré en breve.
- ¿Quieres que veamos una película?
- Cariño, estoy muerta. Te prometo que mañana haremos algo.
Aquella no cenó ni tampoco me hizo el amor con el pretexto de habérmela encontrado durmiendo a pierna suelta, pero es que al día siguiente tampoco cenó, llegó a las nueve de la noche y se fue directa a la cama sin tocarme. Quise entenderla, os lo juro, pero empecé a sentirme demasiado perturbada como para empatizar con una mujer que me había pedido matrimonio y que no había movido un dedo para preparar los trámites. Ella solo cenaba y dormía cuando llegaba y a mí el día se me hacía eterno porque me pasaba más de siete horas escribiendo como si me fuera la vida en ello y la otra mitad del tiempo mordiéndome las uñas y dando vueltas por la casa.
Al principio consideré que debía retomar viejas costumbres y me puse música por las tardes. Cantaba, bailaba y me daba una ducha relajante. Incluso consideré retomar mis meditaciones, poniéndome en forma de loto y, con los ojos cerrados, dejándome llevar por mi respiración. Sin embargo, no tuvo el efecto deseado porque poco a poco esas prácticas fueron dejando de ser un entretenimiento y empecé a fumar más de lo que solía hacerlo en circunstancias normales.
A las dos semanas de estar allí, mediados de Julio, empezó a agobiarme la idea de no tener libertad para salir y no porque Anastasia me obligara a permanecer en casa como una machista, sino porque había desarrollado cierto temor a salir sola. A unos metros, bastantes largos, se encontraba la playa. Durante aquellos días la visité, al anochecer y justo en pleno crepúsculo. Me recostaba sobre la fina arena y sin miedos me ponía a observar el mar y a escuchar el movimiento del viento y las olas. Como bien dije, me hacía bien aquel ambiente. Espantaba los malos pensamientos y me serenaba, pero con los días dejó de ser suficiente. Tras entender que Anastasia se estaba centrando en su trabajo y su padre y que me tocaría estar más horas sola de las que me gustaría, me encerré en mí misma y dejé de salir, enclaustrándome en casa para escribir durante horas, sin pasión y solo con el objetivo de obtener reconocimiento.
Sí, reconocimiento. El año anterior lo hacía desde el corazón y como un catalizador para desahogarme. Como una vía de escape donde dejar mis emociones campar libres sin prejuicios externos. Ahora, solo era una obligación y cuanto más me exigía, más escribía y peor, con párrafos que no tenían sentido o conexión con la historia. Estuve días convenciéndome de que si me echaba a atrás me dejarían por una niña caprichosa y mi familia me diría eso de “estás pérdida”. Bueno, eso me lo hubiese dicho mi hermano, pero cuando estás en mis circunstancias culpas a todo el mundo por diferentes razones hasta formar una bola compacta de pensamientos que se entremezclan entre ellos, lo que causó un cambio y ya no volví a ser la que era con mis manos sobre el teclado.
El hecho de que Anastasia estuviera ausente y los celos que me despertaban su padre no ayudaron mucho y desencadenó una obsesión de imperfección en mí que me llevó a escribir cada vez más y fumar como un carretero hasta dejar el cenicero lleno de colillas. Cuando me cansaba de dar vueltas por la estancia, me tomaba una copa de vino para que la presión en el pecho desapareciera y… ¡Sorpresa! El alcohol fue mi vía de escape en esos momentos y el que me ayudó a escribir en mejores condiciones. Las botellas se amontonaron y no volvieron a coger polvo.
La idea de imperfección fue evaporándose bajo los efectos del alcohol, pero las resacas no ayudaron ni tampoco el aparentar estar por encima de las circunstancias, porque Anastasia me veía rara y yo le decía que no viera cosas donde no las había. También me excusaba en que necesitaba publicar el proyecto para que mi familia se sintiera orgullosa de mí y que ese era el motivo por el que me acostaba tan tarde o no dormía apenas. Aun así, seguí sintiéndome incompleta por un motivo que desconocía y consideré la posibilidad de ir a casa de mi madre, pero claro, ella me preguntaría por la boda y yo ¿qué le diría? No habíamos gestionado los trámites e incluso Anastasia no tenía a quién pedirle para que firmara como testigo porque su padre se había negado en rotundo.
Su padre… otro tema que suponía una debilidad en sí misma. Tanto para ella como para mí. En mí despertaba unos celos ilógicos que me llevaban a desearle una almorrana cada dos minutos y en ella desataba cierto genio que nada tenía que ver con el ingenio, sino con una mala ostia de no te menees por necesitar más tiempo libre. En resumidas cuentas, su padre la consumía. Había veces que, después de haber llegado a las seis de la tarde y ya con el pijama puesto tras una suculenta merienda, recibía una llamada de su progenitor y le tocaba volver a vestirse y hacer un largo viaje hasta Elche para atender sus necesidades. Otras veces, las menos, nos despertaba a mitad de la noche y cogía el coche porque el hombre se había caído de la cama y no podía levantarse. Fue cuando entendí que Anastasia, aunque no tuviera emociones prestadas para otras personas o no tuviera una ex que la torturara, ella si sufría su propia historia de apego junto a su progenitor. Y me desesperaba. Por eso le sugerí irnos a un pisito de alquiler en Elche.
- Podrías estar más cerca de tu padre y yo tendría más cerca los supermercados para comprar. Esta casa está en medio de la nada.
- ¿El problema ahora es la casa? –me preguntó con un tonito que me obligó a callar la boca.
- Olvídalo. Solo quería hacerte las cosas más fáciles.
- ¿Para quién? Porque creo que el problema en sí son tus rutinas, cariño –puse morritos y agaché la cabeza cuando ella reculó con un suspiro–. Lo siento, Saray, es que… estás cambiada…no sé, intenta no desviarte del camino que teníamos dibujado.
- Estoy bien, lo que me preocupa es el tema de la boda, tu padre, estar viviendo a tomar por culo…
Ella me miró con esa cara de susto que intentas disimular, pero que solo te sale una mueca cuando has sido pillada…pues esa.
- Es una decisión algo genuina y quiero verme antes con ellos.
- ¿Necesitas reafirmarte o incluso obtener su consentimiento? –ataqué sin saber la razón.
- No, Saray, por favor, no vayas por ahí. ¿Por qué haces esas cosas? –me dijo molesta mientras se levantaba y se cogía una Coca-Cola.
No contesté. La Saray neurótica, la mala, la que me hacía desconfiar de todo y arrancarme los pelos asomó de nuevo la patita, pero la mujer que me había forjado en estos últimos meses me dijo que tuviera paciencia, que no fuera caprichosa y que las cosas se darían solas. Tan solas como que al día siguiente Anastasia me dijo de buscar piso en Elche y yo aplaudí de emoción.
![](https://img.wattpad.com/cover/366037763-288-k762631.jpg)
ESTÁS LEYENDO
UN REFLEJO PARA CADA ESPEJO. Parte 1 de la trilogía "Los espejos de Saray"
Literatura FemininaSaray aspira a ser una gran escritora de éxito. Ella desea con todas sus fuerzas vivir de lo que le apasiona, pero su entorno más cercano es tóxico y difícil de gestionar, tanto que se vuelve insostenible... Además, María, aquella que se considera s...