Parte quince

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A pesar de que su consciencia no estaba del todo desarrollada en aquel entonces, recordaba la mayoría de las situaciones de abuso y discusiones extensas que existieron por años en donde fue su casa hasta que cumplió los cinco y escapó de la mano de su madre. Tuvo un padre en su momento, uno violento y borracho progenitor que, lamentablemente, era un calco de él de pies a cabeza. Lo recordaba perfectamente. Con frecuencia, pensaba en su cara y lo asqueroso que era expresándose de ambas.

Lo recordó más durante el almuerzo en la cafetería.

No se consideraba una chica traumada, pero a la hora de los gritos o charlas para nada suaves llegaban de forma imprevista, un hueco se formaba en su estómago dejándola prácticamente sin aire. Aun así, reaccionó parándose con la sangre hirviendo hacia el hombre que estaba a punto de lastimar a Yong Sun. La mano del masculino se dobló provocando un rápido quejido salir de sus labios llamando inmediatamente la atención de los individuos en la habitación. Odió el silencio por un instante. Nadie tenía intenciones de detener lo que estaba pasando antes de que se descontrolara.

- ¡¿Quién carajo te crees como para pararme, cerebro disfuncional!? - tuvo que apretar los dientes para no reír ante su apodo improvisado. Debía actuar con normalidad, pero sin quererlo, se le acabó escapando una risa. - ¿Qué diablos es tan gracioso? - volviendo al papel de chica protectora, negó con la cabeza mirándolo fijamente mientras lo soltaba de a poco.

- ¿Por qué mejor no te pierdes y dejas en paz a la pobre chica? Además de violento, eres intolerante. ¿Quién te crees tú para golpear a un ser humano con tanta gente de fondo mirando? Si estás enojado, vete a casa. Y si ella la cagó, deberías entenderla, la gente comete errores, de todos modos, golpearla no sería la solución más efectiva, aprende a comportarte, ¿quieres?

- ¿Qué te hace pensar que le haré caso a una rata de biblioteca? - varios se rieron por su comentario. - ¿Desde cuándo los idiotas quieren ser protagonistas en esta escuela? - de nuevo, las risas llenaron sus tímpanos. - Eres la chica genio en matemáticas, ¿no? ¡Qué vergüenza, una imbécil queriéndome dar clases de educación! Te recomiendo que agarres uno de tus libros de mierda y te vayas de una buena vez porque soy capaz de...

- ¿De?

- De esto.

Afortunadamente, no recibió el golpe. Horas en boxeo terminaron por ofrecerle velocidad y agilidad. Lo único que oyó por días después de eso no fueron más que especulaciones sobre que acabaría sin una pierna o con la moto prendida fuego cerca de ahí. Sabía que meterse con el novio de la chica espléndida no era una buena idea, para nada, pero la misma fue en el pasado alguien que la hacía sonreír sin esfuerzo, la que ahora veía a escondidas, la que amaba. No le importaba perder su vehículo o romperse un ligamento por ella. Después de todo, sentía que su vida no era igual desde que su madre murió. Desde que la relación con Yong Sun se quebró.

No diría absolutamente nada si tenía que morir por amor o ser la segunda opción.

Eso era lo único que era, ¿no?

Un juguete.

- ¿Por qué defiendes tanto a mi chica, huérfana?

El chico le quitó los auriculares a propósito. Se sentó encima de su mesa y comenzó a pasar peligrosamente las páginas de su libro favorito con las yemas manchadas.

- Fue realmente sorprendente entenderme anoche que eres hija de un asesino y una empleada doméstica. Tú qué terminarás siendo, ¿no? ¿Una delincuente o una esclava? Me gustaría poder seguir vivo para ver cómo te destruye...

Un puñetazo en el rostro. Había pasado un tiempo largo desde la última vez que vio sangre con sus propios ojos. El líquido rojo se tiñó en la parte de sus nudillos escuchando a lo lejos el barullo disperso observando atentamente cómo golpeaba a un hombre que ni siquiera conocía. En ese lapso, también llegó a oír la voz desesperada de Yong Sun diciéndole que parara, pero por una extraña razón, esa vez, no pudo detenerse. El hueso se volvió un charco rojizo y la cara del muchacho era una obra desordenada. Cayó de lleno al suelo tratando de respirar normalmente mientras era separada de él como si fuera un animal salvaje. Empujó a las personas desconocidas, tomó sus pertenencias y, al final, huyó corriendo hacia el lugar más desierto del colegio. Cuando visualizó que el gimnasio estaba vacío, recién ahí se sentó en el piso abrazándose a sí misma suspirando profundamente. Oculta detrás de la pila de pelotas, se miró la mano asustada imaginando que era el hombre que la humilló y maltrató de niña. Pero no era ese asesino, ¿verdad?

Estaba respirando irregularmente. Necesitaba aire. Dando bocanadas largas, se tomó el corazón sintiéndose mucho más temerosa al escuchar pasos apresurados aproximarse.

- No, aléjate, Yong Sun...

- Shh, está bien, estamos bien, estaremos bien, Byulie... - con eso, Moon Byul se aferró a su cuello aspirando el perfume típico. - Vas a estar bien, no pienses en él... no lo hagas... está Sunnie aquí para ti, ¿bien?

- Está Sunnie... - la Moon Byul de seis años murmuró.

- No llores, no me gusta que lo hagas...

- Lo siento... - apenada, se alejó.

- ¿Por qué te pusiste así?

- No necesitas saberlo, Sunnie...

- Soy tu amiga, ¿no?

- Lo eres, pero esto...

- Me importas, Moon Byul.

Moon Byul tuvo su primer ataque de pánico a los nueve años. Alguien había buscado información sobre su padre, al igual que ese hombre que golpeó horas antes. Fue justo a esa misma edad que se enteró que era hija de un asesino. Su padre no solo abusaba de los más débiles, sino que también los mataba. Tras irse del país, se prometió no volver a recordar algo tan atroz como eso, pero el novio de Yong Sun divulgó entre sus huecos del pasado la noticia más dolorosa. Tenía sangre de un asesino corriendo por sus venas. De un ser humano maligno y malparido. Aun así, esa tarde, en donde comenzó a faltarle el aire y sentía cómo sus sentidos fallaban al pasar los minutos, Yong Sun sostuvo con suavidad sus hombros obligándola lentamente a que sus ojos se encontraran entre tanta oscuridad.

Llegó al departamento con un vacío en el pecho difícil de explicar. Se tumbó al pequeño sillón desatando los cordones de aquellos borcegos negros. Sus manos temblaron ante la desesperación por ser consciente de que a la mañana siguiente iba a terminar siendo el centro de atención por segunda vez. Se fue a dormir, finalmente, sin comer nada y con la cabeza repleta de pensamientos sobre su mismo miedo.

El olor a cigarro llenó sus fosas nasales demasiado temprano para su gusto. Ignorando que durante sus días en el jardín de niños su uniforme olía de esa manera porque su padre fumaba un paquete de cigarrillos por día sin falta, se tapó la nariz ante otro recuerdo desastroso caminando con lentitud por el pasillo. No estaba paranoica, pero sintió miradas abusivas cuando bajó de la moto. Tampoco estaba asustada, pero el chico con el vendaje en la cara la visualizó en la multitud de estudiantes como si fuera un halcón desesperado por alimentarse de su presa. Y por último, no estaba sudando, pero titubeó cuando leyó las palabras despectivas haciéndose notar en la puerta de su casillero.

"Huérfana".

"Pobre".

"Rata de biblioteca".

"Traga libros".

"Rara".

"Homosexual".

"Hija de una prostituta y un convicto".

Lo último le erizó la piel llevándose de inmediato el puño a la nariz conteniendo el grito furioso que añoraba por salir de su interior dañado. ¿De dónde sacaron que su madre muerta era una prostituta? Golpeando a propósito el hueso contra el metal, alguien tiró de ella para que no continuara descendiendo la sangre por el material duro. Respiró hondo no pudiendo voltear con la intención de averiguar quién fue la persona que la detuvo. Desafortunadamente, se trataba del hombre que maltrató. Utilizó toda su fuerza para que cayera encima de la cerámica. Acto seguido, empezaron los golpes. Por otro lado, los teléfonos apuntando su imagen más deplorable. Se tapó la cabeza ocultando también gran parte de su cara con su cabello. La golpearon hasta que un grito a lo lejos los hizo darse vuelta parando enseguida con su cometido. Pero lamentablemente, ya se había desmayado a causa de los zapatos caros arruinando su mañana. Por suerte, se detuvieron, ¿no?

Abrió los ojos.

- Byul... - el llamado por parte de Yong Sun provocó en ella una pesadez inmediata. - ¿Cómo... cómo te sientes?

- Adolorida, pero no es nada... - se sintió peor al notar los ojos rojos de la chica. - No pensé desmayarme... ¿qué hora es?

- Las tres. Estuviste inconsciente casi toda la mañana. Dios, te odio... imaginé que...

- Estoy bien, Yong Sun, ódiame después, ahora ayúdame a levantarme.

- Bien.

[...]

Solitude And Outlaw [moonsun] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora