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—Puedo hacerlo, puedo hacerlo — Murmuraba Haram para si misma, parada unos pasos frente de la casa de Asa —. Solo iré y le preguntaré si está bien...si todo sale bien tal vez cuando esté menos tenso el ambiente...le puedo preguntar porqué me ha estado evitando... —  Tomó aire y trató de dirigirse a la puerta para tocar el timbre, fallando en el intento — No puedo hacerlo, no puedo hacerlo — Retrocedió de nuevo y miró al cielo, frustrada. Es que Haram tenía miedo, debía admitirlo. Su corazón palpitaba tan fuerte contra su pecho, no sabía que pasaría con su relación. Aunque no estuviera bien definida. Porque ella conocía al padre de Asa, sabía que siempre ha sido estricta con ella y que Asa le oculta muchas cosas.

Tiene miedo de que Asa haya salido lastimada y de no poder estar con ella para apoyarla, tiene miedo de haberse convertido en un problema en la vida de la rubia, y tiene miedo de que Asa se aleje de ella, incluso como amiga.

Suspira y mira de nuevo la puerta
que está unos metros frente a ella, piensa que tal vez sea buena idea irse, no quiere atormentar a la menor y se siente insegura al respecto. Pero algo dentro de ella la mantiene ahí, mirando esa puerta y pensando que necesita hablar con Asa.

Se rie suave para si misma cuando encuentra gracioso el hecho de que está parada frente a una puerta desde hace unos quince minutos sin hacer nada. Desvía su mirada a la derecha por pura casualidad, y ve a unos pasos a la chica que no sale de su cabeza.

Asa le mira a través de las gafas para leer que lleva puestas, se ve tan bonita con su chaleco beige sobre una camisa blanca y pantalones holgados, Haram no puede evitar querer abrazarla, pero se contiene más que nada porque está sorprendida y nerviosa por haber sido atrapada casi que espiando la casa de la pelinegra

También nota que lleva una bolsa de tela en sus manos con algunas compras, bolsa que tiene conejitos pintados por ella misma, dato que sabe porque es parte de un proyecto que hicieron juntas en la clase de artes, un par de años atrás.

Ninguna de las dos sabe que hacer, Asa está sorprendida y busca alguna escapatoria, pero sabe que no la hay; Jimin está frente a su puerta y en el fondo sabe que le debe una explicación. Mientras tanto la rubia está muy preocupada de parecer una acosadora en potencia, pero ve a la menor regalándole una pequeña sonrisa y siente que su corazón se ha saltado un latido. Se acerca a ella devolviéndole la sonrisa, y Asa está bajando la mirada.

—Hola... — Se atreve Haram a hablar
primero. — Lamento haber venido
sin avisar...yo.. bueno... — Rie con
nerviosismo y rasca un poco su nuca.

Asa siente las palabras atoradas en la garganta, no sabe como empezar a hablar, si debe iniciar con una disculpa o algo así. Aunque en realidad siente muchas ganas de abrazar a la chica que está frente a ella — H-hola. No...no hay problema. — Tartamudea un poco y se golpea
mentalmente por ello.

—Vine porque...Mmh. No me
contestas los mensajes y... ¡No me malinterpretes! Yo solo quería saber si estabas bien y eso...bueno, además Chiquita me dijo que tu padre había venido a verte y, bueno, eso...

—Soplona — Murmuró Chiquita refiriendose a Chiquita

—¿Qué?

—Nada, nada...yo...uh, lo siento, Haram, Lo siento por no haberte contestado. Estoy bien, solo que... - Asa muerde su labio mientras piensa en las palabras que va a decir, está conmovida por la intención de Haram. Pero le dolía el pecho y pensaba en todo lo que había pasado el día que la visitó su padre.

A Asa le gustaba Haram desde
tiempo atrás, pero su padre le había
dicho toda la vida que eso no era
normal, por lo que se lo negaba
constantemente. Ese día solo le preguntó que pensaría si estuviera saliendo con una chica, y cada palabra de su progenitor se clavó
en su corazón y la llenó de culpa. Se
sentía culpable con su necesidad de
aprobación paternal, pero Haram la
hacia feliz. La evitó toda la semana
por el intenso sentimiento de culpa,
pero en realidad no se sentía capaz de alejarse de ella como si nada, y negarlo mucho que la quería.

—Lo de mi papá... —Suspiró, sin
saber que decir. La culpa de nuevo
acaparando sus pensamientos.

—Yo lo sé, Tu padre. Sé como es... —Mordió su labio con temor de equivocarse con sus palabras, pero
continuó —Me gustas mucho, te
quiero, y a mi no me importa lo que
piense nadie de lo que siento por
ti, porque se siente bien, se siente
bien verte dibujar en clase, verte reir
cada que vemos ratatouille, verte
poner una carita de asco cuando
como helado de menta. Se sienten
bien las mariposas en el estómago,
cuando me abrazas o me besas. Y hay muchos detalles que hacen que no me importe lo que piense alguien mas. Sé que es más fácil decirlo que hacerlo, pero me gustaría que a ti tampoco te Importara.

Asa miraba al suelo ocultando el
sonrojo que se extendía a sus orejas,
sus manos jugando con las asas de su bolsa. Siempre las cursis palabras de Haram la conmovían al punto de que le daban ganas de llorar.

—Aunque esta bien, está bien si no
quieres. Sabes que no me gusta que te sientas obligada, y si decides que no quieres estar de esa forma conmigo, lo entiendo. Pero solo me gustaría pedirte que no te alejes de mi y me dejes seguir siendo tu amiga. Prometo que será todo como antes y- — Se vio interrumpida por un cálido y repentino abrazo de parte de la rubia. Quien a este punto no podía contener más el nudo en la garganta y las lágrimas comenzaban a descender por sus mejillas Haram le devolvió el abrazo cariciando su espalda, la bolsa habia quedado en el suelo pero a Asa no le importaba nada mas que abrazar a Haram

La culpa de Asa ya no era
con su padre, sino con Haram por
haberle hecho sentir mal. Y era tan
comprensiva que se sentía derretir en sus brazos.

—No llores, Asa ¿Dije algo malo? —
Asa se separó un poco del abrazo
y tomó su rostro dejando un salado
beso en sus labios.

—¡Lo siento, Rami, por todo! Yo... por
supuesto que no quiero ser solo tu
amiga, me gustas mucho, quiero estar contigo.

Haram le sonrió embelesada por el
beso recién recibido y las bonitas
palabras de la pelinegra — No te tienes que disculpar, Asa — Murmuró sobre sus labios antes de dejar otro piquito en ellos.

Asa abrazó su cuello, impaciente
por recibir un beso un poquito
mas largo. Así que unió sus labios
comenzando a moverlos despacio,
siendo correspondida al instante.
Aunque no duró mucho, pues la puerta de la casa de Asa fue abierta.
se separaron rápidamente y voltearon al mismo tiempo.

—Eh... No, no! Sigan en lo suyo....
¡Buenas tardes, Haram! Bueno... Las
dejo, no tardes mucho, Asa, necesito
las compras. — Dijo la madre de la pelinegra, cerrando la puerta
después de interrumpir el momento.

Haram rió bajito viendo a Asa
esconderse en la curva de su cuello,
sintiendo su carita tan caliente de la vergüenza.

—Estás rojita, Asa,

Bluch (Asarami)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora