Capítulo 35

3.4K 167 6
                                    

—¡Amor! Ya estoy en casa. —Dejo las llaves en el mueble del pasillo antes de llegar al salón y ver que no hay nadie. Dejo mis cosas y me siento en el sofá, cansadísima de todas las entrevistas que he tenido que hacer hoy, deseando descansar al menos un poco.

—¿Amor? —Escucho que mi prometida me llama desde la habitación.

—Estoy tirada en el sofá, ¿dónde andas?

—Alimentando a nuestros hijos. —Su respuesta hace que me levante corriendo y vaya con ella, intuyendo que no debe ser fácil darle el biberón a dos a la vez.

Cuando entro, Chiara me está dando la espalda, pero en cuanto me escucha entrar se gira con una sonrisa plena, dejándome ver la criaturita que tiene en sus brazos. Agarro un biberón y me acerco al otro, agarrándolo con suma delicadeza para que pueda comer sin complicaciones.

—¿Cómo están?

—Muy bien, amor. Con la lámpara de calor están super agusto.

Veo la pequeña bola de pelo que sujeta Chiara, notando cómo el biberón es fácilmente el doble de grande que él.

—Tana me ha llamado hoy. —Frunzo el ceño por un momento, pero recuerdo que ha debido ser por la preocupación por los dos gatitos, pues fue ella quién nos los entregó hace una semana y media, tras encontrárselos en la calle. Aún estamos ocupándonos de tener todo en regla.

—¿Qué ha dicho?

—Se ha preocupado por los "gatitous". Y les ha bautizado sin nuestro consentimiento, también.

—¿Perdón?

—Dice que el pequeñito se llama "Vi" y el que es un poco más grande "Ki" —Mi cara es un poema al no entender la situación.

—¿Ki y Vi? —Ato cabos al escucharlo en voz alta y empiezo a reír con ella, de forma controlada, para no ahogar a los gatos con la comida. —No me disgusta, Oliver.

—A mí tampoco, Hódar.

—Pues tenemos nombres para los niños, habrá que ir al registro civil. —Empezamos a reírnos, de nuevo, solamente ella y yo, disfrutando de pequeños momentos como este.

—Vivi... recuerdas que tengo concierto en seis horas, ¿verdad? Vienen todos a excepción de Ruslana y Naiara, que hoy hacen seis meses y no pueden venir.

—Claro que sí, amor, ¿necesitas que haga algo? ¿voy a algún sitio? ¿preparo algo? ¿o es que quieres algo? ¿te preparo algo para comer antes del concierto? ¿o quieres que te lleve a algún lado?

—Vivi... —Hace un puchero antes de acercarse a mi y besarme con toda la delicadeza del mundo. —Te amo, muchísimo.

—Yo te amo más, mi amor.

—Pero a lo que iba, que siempre me distraes con esos encantos tuyos. Hay que llamar a alguien para que se quede con los gatos. Y Tana se ha ofrecido.

—Vale, amor, como tú quieras.

—¿Quieres ir a descansar un rato hasta que nos vayamos?

—No, vete tú, que llevas todo el día con ellos.

—Pero llevas todo el día trabajando.

—Y tú haciendo de madre. Y tienes que estar descansada.

—¿Y si los damos de comer y nos dormimos las dos?

Y así hicimos, dormir una horita, hasta que nos sonó el despertador y llegó Tana para vigilar a los pequeños pues, eran recién nacidos y teníamos que estar atentas a cualquier cosa. Después llegamos al recinto, donde Juanjo, Martin, Denna y Bea me esperaban para que no me quedara sola. Los demás iban llegando conforme pasaba el tiempo.

Kiki entraba y salía para hacer pruebas de sonido y otros aspectos a tener en cuenta para que nada saliese mal. Los restantes del grupo fueron llegando hasta que, finalmente, quedaba menos de una hora.

Mis amigos se miraban cómplices entre sí, pero preferí no darle importancia dos horas atrás, quizás era algún tipo de broma para picarme y no quería darles el gusto. El tiempo pasó volando entre las anécdotas de los chicos de esta última semana y los cánticos del público desesperados porque saliera a cantar ya.

Y me puse entonces a recordar lo difícil que había sido para Chiara organizarse de nuevo, cambiar todo lo que conocía, por no tener discográfica. Y me aparté del grupo para llorar de felicidad cuando la vi salir, pues la había visto trabajar como nadie para conseguir vivir de la música sin pagar con su libertad.

Recordé todas las noches que intentaba llorar en silencio y, aunque cada vez era más sigilosa, acababa pillándola siempre, sosteniéndola entre mis brazos hasta que se quedaba dormida, buscando mi contacto.

Recordé como intentaba ser la primera en despertarse para poder admirarme y decirme, cada mañana, lo mucho que me quería y la suerte que había tenido al encontrarme.

Recordé los momentos de locura, aquellos en los que nos daba el pavo a las dos y empezábamos a hacer el tonto. Había veces que nos duraba el día entero y nuestros amigos no podían soportarlo y nos abandonaban a nuestra suerte, alegando cansancio extremo. Pues ella es mucho de ideas locas y yo de seguirla a ciegas.

Recordé los momentos más cariñosos y los más íntimos. La complicidad que teníamos con cada roce, con cada caricia. La forma en la que me miraba cada vez que acabábamos de hacerlo, como si fuese su tesoro más preciado.

Incluso recordé también sus arrebatos de ira, de cuando las cosas no salían bien y pegaba algún grito descontrolado hacia la almohada. La primera vez que lo hizo me dio miedo acercarme, jamás la había visto así, pero, como cada vez que se enfadaba y yo aparecía, fue corriendo hacia mis brazos como si fuera su lugar seguro.

Y es que así me sentía y me siento yo con ella, con ella siento que estoy en casa, y que me daría igual la situación en la que estuviésemos si la tuviese al lado.

Cantó canción por canción, y yo las sentí demasiado, clasificando cada tema por cada etapa que había pasado en el proceso. Me concentré tanto en ella que me olvidé de mis amigos en aquel lado del escenario, toda mi atención se desviaba hacia ella, y ella a ratos conseguía escaparse de las miradas del público para mirarme a mí.

El tiempo se pasó rápido, pero algo era distinto, y es que aún diciendo que esa era su última canción, Chiara seguía plantada en el escenario, esperando a que el público callara.

—He dicho que era mi última canción y es cierto. —Todo el estadio empieza a quejarse pidiendo otra, y Chiara espera al silencio, aprovechando para calmar su respiración. —Pero no podía irme sin hacer una última cosa. Y es que los últimos meses no han sido fáciles, he tenido subidas y bajadas, mejores momentos y peores momentos. Y me costó terminar el álbum, porque aunque yo siempre haya escrito para desahogarme, hubo un punto en mi vida que pensaba que no tenía nada que contar. Y entonces miro atrás... y debo agradecer a todo ese grupo de personas que están en este lateral del escenario y a dos personas más que no han podido venir por tirar un poco de mí siempre que ha sido necesario, y por no haberme abandonado cuando me daban mis brotes de paranoia.

El público empieza a aplaudir pero Chiara sigue sin moverse, esperando, con gran paciencia y agradecimiento, que dejaran paso de nuevo al silencio.

—Y también... agradecer a la persona más importante de mi vida, que me ha ayudado, respetado y querido como pocas personas entienden. Y es que no sé qué he debido de hacer para merecerla pero, me alegra tenerla a mi lado siempre. Violeta Hódar... ¿podrías subir porfa? —El público empieza a animarse, a volverse loco con cada escalón que piso para llegar a ella.

En cuánto llego a su lado todo empieza a encajar para mí, e incluso empiezo a llorar antes de que pueda decir algo más. Me sonríe, y saca de la funda del micrófono una pequeña caja burdeos. Apoya una rodilla al suelo y abre la caja, apuntándome con ella, en el interior, una alianza preciosa, de plata, con detalles blancos.

—Sé que no soy mucho de expresar mis sentimientos, pero de una cosa estoy segura y es que quiero pasar el resto de mi vida a tu lado, así que... ¿te casarías conmigo y me harías la mujer más feliz del mundo?

—Claro que sí. —El beso tras colocarme el anillo es inolvidable, pues lejos de parecer ansioso y carnal, tenía más fuerza por el recuerdo reciente de nuestro paso por la vida.

Harmony in WhispersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora