Cómo era de esperarse aquella primera vez que se conocieron cara a cara. No pasó nada extraordinario, salvo por el misterio que días después le inquieta la memoria al mensajero.
La máscara.
¿Por qué Lady Anne Lise llevaba siempre oculta la cara? ¿Sufría algún desperfecto? ¿Era una terquedad de ella?
Esas preguntas lo estuvieron martirizando por noches y días, le rondaban por la mente un sin fin de escenarios y respuestas que ella jamás le diría. Todas sus dudas eran válidas pero aún así no era suficiente para él.
Tenía que volver a verla, tenía que preguntarle de frente por qué ocultaba una gran parte de su rostro con una máscara alrededor de esos bellos ojos grises. Le parecía una injusticia o al menos eso se repetía para tratar de calmar los impulsos de subir la calle que conducía a la casa de Lady Anne Lise.
—¿Qué haces ahí, panzón de mierda? ¿Te pago lo suficiente para que te eches a dormir en un rincón? ¿Ah? —el jefe entró de imprevisto, le estiró de su oreja y el chico comenzó a protestar.
—Auuu no, déjame —se levantó de golpe, alejándose de la mano que lo pellizcaba.
—Baaa, deja de lloriquear y sube el cargamento del muelle hasta acá. Hay de ti que no muevas ese culo apestoso, —lo señaló con un dedo huesudo —Que te anoto en mi lista de deudores de nuevo y a ver cómo me pagas lo que me debes.
—Yo no le debo nada —se frotó la oreja lastimada y caminó alejándose de su jefe —ni siquiera la vida.
Corrió cuando el jefe lo intentó estrangular por arriba del mostrador y amenazó con tirarle un dardo en la frente.
Elliot Constantine no era el típico muchacho que resultaba agradable a la vista, ni siquiera su madre tenía esperanzas que algún día pudiera conseguir una buena esposa y una casa modesta, mucho menos con un gran sembradío como los de sus otros dos hermanos mayores.
Elliot era el fracaso de la familia. El bicho raro. El gordo. El mensajero. El sirviente. El inútil.
Pero a Elliot le importaba poco lo que opinaran los demás sobre su aspecto. Él se enorgullecia de su altura y gran fuerza al levantar sacos de tesoros escondidos que le traían a su jefe.
En una ocasión ayudó a los pescadores del puerto a levantar y sujetar una polea que se había averiado con el peso de las redes. Para maravilla de los pescadores, el muchacho pudo rescatar una gran parte de su pesca aquel día. A cambio le regalaron una reja de camarones para su familia.
Unos cuántos desde entonces le decían "el gran Elliot" (por su altura y corpulencia), otros le nombraban "Elliot el bárbaro" (por su crudeza al desmembrar animales y beber cerveza de un solo trago). Algunas chicas afortunadas le llamaban secretamente "Elliot el semental". Esto último no estaba cien por ciento confirmado pero Elliot sospechaba que lo decían cuando las escuchaba murmurar a su lado.
—Je, pero si es el maldito Elliot pito chico —se burló, un bandolero mezquino que siempre la traía en contra del muchacho.
—Pero si es Cazil, el destroza perras que tiene por amigos.
—Ja, amo cuando pretendes hacer insultos que no son insultos y te logras hundir tu solo—el rufián se acomodó el parche de su ojo en el otro. Ambos estaban en perfectas condiciones, solo le gustaba pretender que era un "auténtico pirata" de la vieja escuela.
—¿Eso es todo? —se preguntó extrañado el joven. Que revisó de nuevo la lista de cosas que deberían de desembarcar los piratas.
—Je, así es. —mascaba una rama de alfalfa entre sus dientes de oro —Es todo lo que encontramos en la última expedición. No había más.
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Relatos, Cuentos Y Fábulas
Historia CortaRelatos, cuentos y fábulas. Contenido auto conclusivo. Relatos, cuentos y fábulas. 2020. © Queda prohibida la reproducción total o parcial de este material por cualquier medio sin el previo y expreso consentimiento por escrito del autor.