XV. La Crónica de un corazón atormentado.

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-Ingrid-

Increíblemente, el chófer oscuro que recordaba al Vengador Fantasma resultó ser un gran comediante. Me dediqué a jugar con la sombrilla de mi limonada a medida que lo escuchaba hablar.

— Supongo ya se hacen una idea de qué tipo de fama tienen.

Esa afirmación me revolvió el estómago. Adrián tosió mientras comía su pan, inmediatamente bebió de su zumo para evitar atragantarse por completo. Recientemente me di cuenta de que Adrián es uno de esos fanáticos del pan y el café, puedo recordar como le dio su taza de café a Jarlen con un poco de arrepentimiento en sus ojos, aunque no lo juzgo, si Adrián es un fanático del café por ocio, Jarlen es un fanático por ocio y necesidad.

— Perdón...

Adrián se disculpó cuando dejó de toser. Alecto prosiguió con su discurso.

— Bien, como sabrán, los demonios son seres que se mezclan entre seres humanos, claro está, hay quienes viven entre humanos usándolos como recipientes, como ustedes, y hay quienes a pesar del tiempo que pase, reencarnan en un cuerpo que supera las barreras del espíritu.

Me pregunté si era verdad eso, en respuesta, sentí un punzón en el pecho que me decía era verdad, de algún modo lo supe. También me preguntaba como era eso posible, mis barreras de racionalidad se levantaron y quisieron reprochar todo de nuevo.

— Pero creo que deberíamos iniciar por un poco de historia básica y con el porqué sus cerebros se toman esto con un poco más de ligereza que una persona del común.— Alecto comenzó a jugar con uno de sus mechones oscuros, tenía mucho cabello, una melena crespa que le llegaba hasta el cuello— Empecemos por decir que la causa principal de que nadie además de ustedes pueda distinguir ciertas rarezas se llama Niebla.

— ¿Niebla? ¿Te refieres a eso de la mitología que separaba dioses de humanos?

Adrián apuntó dubitativo mientras bebía zumo.

— Veo que estás bien informado panadero. Y si, es esa Niebla, y como estarán pensando, la única manera de distinguirla es pertenecer a ese grupo selecto de seres con rarezas que tienen que esconder.

— ¿Nos estás diciendo raros?

De cierto modo, me ofendía, así que no pude mantener la boca cerrada.

— ¿Quieres que te diga la verdad o seguimos siendo amigos?

— No creo que tu seas una pera en dulce, Alecto.

— Supones bien, rosa marchita, pero si, ustedes son raros, su existencia en sí lo es ¿se han preguntado siquiera por qué los llamé capullos del inframundo?

Me lo cuestione dos veces, una durante el trayecto, y otra cuando terminó. Mis sospechas apuntaban a una sola persona, si era que existía, su solo nombre me causaba escalofríos. Pasaron minutos, y fue él quien prosiguió.

— Así es, Ingrid, con capullos del inframundo me refería a él, al Hades.

Nuevamente sentí ese punzón en el pecho, quise decirle que parara, que si seguía hablando iba a terminar delatando mi dolor. Por el contrario, no dije nada, él sólo rió y continuó hablando.

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