El cazador

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¡Hola! Traigo nuevo capítulo al fin; mi nuevo trabajo me ha tenido algo ocupada, así que he ido de a poco escribiéndolo.

Toda la inspiración que he necesitado se la debo a la música de Malice mizer.

Advertencia: Violencia, muerte de personaje secundario. Se recomienda discreción.

•••

     William releyó la nota por tercera vez, cada una le hizo sentirse más agitado. Al terminar, la lanzó a los pies de la cama y él mismo se hundió en la superficie, queriendo alejar sus palabras de sí. Sherlock —su querido Sherly— no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer; le había manifestado por escrito sus intenciones de asentarse un buen tiempo en Rumanía, en la ciudad cercana de Baia Mare. El plan disparatado entrañaba ganarse la vida con algún trabajo de medio tiempo y permanecer al margen para darle oportunidad de modificar su decisión.

     «No te obligaré a soportar mi presencia en casa de tu hermano, pero tampoco pienso tomar el camino fácil —le decía—, ya que me has dado libertad de acción, esta es mi respuesta».

     ¿Por qué llegaba tan lejos por un asesino? Preguntárselo sería en vano porque la respuesta era obvia. Sherlock le amaba sin importar lo que fuera y los pecados que cargara, a pesar de ser él mismo un agente de la justicia por causa de su oficio. Incluso estaba dispuesto a sacrificar precisamente aquella vocación, la que encendía la pasión en sus ojos desde que lo conocía, para atarse a una criatura depravada como lo era un vampiro.

     Apretó los puños sobre la colcha. Ya había tomado una decisión y sus intenciones no le empujarían a recular. Los sentimientos que le profesaba morirían en su pecho antes de salir de sus labios otra vez.

     —Aunque las circunstancias no sean las mejores, te confieso que me alegra mucho que vayan a quedarse —le había dicho Albert horas atrás, cuando salieron al mismo tiempo rumbo a las calles citadinas—. Confío en que lleguen a adaptarse bien; este sitio es muy agradable realmente.

     No había podido darle más que una respuesta cortés, y él desvió el tema hacia una dirección más inocua. Le dijo que podía continuar utilizando la estancia del sótano como su dormitorio si lo prefería, que podría acondicionarla a su gusto, y si era su deseo, hasta era posible realizar una ampliación subterránea.

     —¿No crees que llamará la atención de estas buenas gentes un proyecto así? —preguntó William, en conocimiento ahora de los rumores que la mudanza de Albert había levantado en su momento. No le supondrían un peligro, claro está, pero iría en contra de su política de mantener un perfil bajo.

     —Todo puede ocultarse, Will, más entre estas montañas.

     Recordaba haber echado entonces un vistazo hacia el paisaje campestre, donde el viento peinaba los brezales. Se le antojó pérfido, aciago, un reflejo de su propia amargura.

    Resolvió, no obstante, regresar a su propio cuarto antes del amanecer, y en este encontró la misiva que Sherlock había empujado debajo de la puerta. Lo imaginaba escribiéndola afanosamente, agachado sobre su mesa de noche; los materiales los habría encontrado en la biblioteca, puesto que no querría esperar hasta la mañana siguiente para pedírselos a la joven que se encargaba de los quehaceres domésticos. Incluso ahora, mientras las primeras luces comenzaban a asomar y la somnolencia se apoderaba de William, podía imaginárselo aguardando en el corredor, la esperanza iluminándole el rostro a pesar de todas las señales que lo contradecían.

     No le daría respuesta a su carta y eso tendría que ser suficiente para él.

La sangre entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora