Mal Viaje.

34 0 0
                                    

Para Gustavito Molina y Jorge Contreras.

Buen provecho***

Señor, bendice este pan francés y este café con leche. Dale un rico y restaurador almuerzo a mi hijo David, y fuerzas nuevas para continuar su camino a Utah. Amén.

Rodeos***

A veces pareciera que estoy cada día más cerca de la muerte que de mi próximo cliente. Pero hoy será un día especial. Es un día más de vida y no pienso darme por vencida.

Comenzaré contándoles mi historia. Quizá eso me haga sentir un poco mejor.

¿Les gustan las historias de fantasmas? Yo a veces escribo al respecto, pero hoy no voy a hablar de eso. Aunque...

Hablando de todo como los locos. Dicen que los edificios administrativos de la nación (aplica para cualquier República), son nido de una fuente inagotable de actividad paranormal en el vacío nocturno. No me parece extraño. A mí me daba escalofríos ir a una oficina en pleno día cuando estaba en mi país.

Les cuento: En Medellín, y casi cualquier centro metropolitano en Colombia, a la que fui alguna vez a una oficina para entregar mi aporte profesional a la nación, casualmente la Plaza Bolívar era un punto de referencia en mi hoja de ruta; pero además de eso, una plaza era un recordatorio de lo mal que la estaba pasando, y lo aburrido que era hacer lo que llamé "Geología de oficina".

Hasta antes de conocer La Ceja, el pueblo de Sussan, una Plaza en tributo al Libertador nunca fue un sitio hermoso para encontrarme conmigo misma; pero en esa perla geológica de los Andes colombianos, que fue invisible en mi cartografía cultural durante años, visitar la Plaza fue como visitar un parque. Y eso fue sólo el comienzo. Por primera vez, ahí no tenía qué entregar papeles ni tenía cita con nadie, ni conferencias o reuniones de esas que llevan a nada.

Recuerdo que había una feria gastronómica, unos turistas de diferentes nacionalidades y gentilicios regionales, artesanos; Sussan y yo habíamos regresado de una ruta turística cafetalera, y compramos ropa nueva y sombreros. Todo en la plaza... De hecho, ese fue el punto de partida para ir a hacer turismo de aguas, en riachuelos, pozos y quebradas.

En la Ceja todo tenía una nueva perspectiva para mí, no sólo en relación a una Plaza Bolívar, a la vida misma, al universo, al verdadero placer de viajar y darme la oportunidad de fumar neblina o emborracharme del aroma de los árboles, alucinando con los amaneceres tan fríos como verdes, rodeada de cantos de aves que nunca escuché ni siquiera en internet, y mirar un cielo nocturno de verdad, sin la interrupción visual de cables ni bombillos blancos a la que ya estaba acostumbrada.

La realidad***

Hoy me desperté con ganas de seguir soñando, en toda la noche no me había percatado que hace mucho no estaba en suelo patrio. Soñé con la casa de Sussan... Me vi otra vez rodeada de las montañas, arropada por una bufanda de nubes. Sin temor a llegar tarde a ningún lado, y mirando cara a cara el verdadero significado de hacer turismo rural: un viaje al centro de ti misma. ¿Pueden creer que antes de ese viaje nunca supe lo que era entrar a un museo?

Estoy en la hermana República de Venezuela. En algún lugar de Delta Amacuro, de cuyas coordenadas ni para qué acordarse. Mi actual residencia está a pocas cuadras de una de las Plazas de este hermoso país. Hermoso, pero no mi país.

En fin... Todavía no sé qué me trajo hasta aquí: el amor, el trabajo o un mal viaje.

Dejémonos de vainas. La Ceja me trajo.

Hoy fui a la Plaza otra vez. Aunque es casi tan monótono como el recuerdo de mi primer trabajo, me hace pensar que una vez estuve en uno de los más hermosos parajes colombianos, en una plaza Bolívar que no parecía tal cosa, en aquel momento renovador en el que cambié mi perspectiva como geóloga. Allá donde todo empezó, donde mi corazón se quedó, a pesar que sólo fui tres veces.

Cuentos que La Naranja no leyó Where stories live. Discover now