Diría que lo primero que vi al despertar fue el reloj. Pero los ojos son más rápidos que la voluntad, por eso buscan por sí solos la claridad que entra por la ventana antes que yo pueda mirar a otro sitio con total alevosía.
Una vez comprobado que ya había amanecido, miré conscientemente el reloj digital sobre la mesilla.
¿Seis y cincuenta y qué...? O treinta y...
¡Demonios! Ese resplandor repentino me dejó mal. ¡Aún estoy encandilado!
No puedo ver la hora. Mmm...
Vale. Ya amaneció, de eso no hay duda.
La pregunta sigue siendo la de casi todos los días.
¿A qué hora nos vamos?
¿Qué tan tarde llegaremos hoy a mí otra casa?
¿Se sentarán a la mesa otra vez sin nosotros o vendrán a buscarnos?
Díganme loco, pero hoy la enfermera se ha tardado demasiado. No importa. ¿Qué tanto es un día que se quede dormida? Total, ella nunca nos ha fallado... Que se tome hoy el día libre. Soy el jefe de esta casa. Puedo darle ese derecho.
Eso sí: si llega antes de las 7:30 ¡Que ni se le ocurra levantarme a desayunar!
A esta edad no hay ninguna necesidad de comer tan temprano; claro, pero es su trabajo. Yo le entiendo. Bien por ti, Dilcia. Más que una buena enfermera, has sido para nosotros casi una hija. ¿Verdad, Marlene?
¡Ay, si Dilcia y Marlene me pudieran escuchar! Todo sería diferente. Por fortuna de vez en cuando conversan entre ellas, y yo me hago el que anda en el astral para escuchar gratis conversaciones en susurros. Escuchar gente hablar te ayuda a no sentirte solo, en especial si durante años no has podido intervenir.
¿Qué hora es? Ya escucho la ducha...
¿Amor, eres tú? Creo que en efecto es Marlene, ya está en su ritual diario de asepsia y Dilcia por ningún lado aparece ni a tomarnos la tensión.
¿Pero, en verdad es la ducha o está lloviendo afuera?
Como quiera, Dilcia está muy tardada. Algo no me cuadra.
Aún recuerdo el día que llegó a esta casa, fue el mismo martes 19 que firmó el contrato. Nuestra única y legítima enfermera.
¡Hasta hicimos unos votos! (Yo todavía hablaba).
Marlene estuvo de acuerdo pero no quiso involucrarse directamente. El trato es que Dilcia puede robarse todo el vino que le de la gana y yo me haré el loco, con tal y me permita beber aunque sea un sorbo, el día más cercano al momento inevitable. Pero claro, yo no soy experto en esos temas. Ella es la de cuidados paliativos.
¡Y adivinen qué! Ya lo hicimos.
Fue un momento de mucho relax. Sin dramatismo, sin lágrimas. ¡Ni siquiera hablamos de lo inevitable! Claro está, tampoco me interesa saber que tan inminente es el momento a partir de ahora.
¡Pero sí! Ya tomamos un poco de vino, como lo acordado. En algún momento, Marlene que tendrá que enterarse.
Algo le pasa al reloj o el tiempo se ha detenido. Todavía suena la ducha.
Imposible. No puede ser Marlene. Normalmente sus baños son demasiado rápidos.
Escucho unos pasos. Podría ser Dilcia, en efecto. Basta que abra la puerta del cuarto y balbucea de inmediato...
"¡Menos días, Don Adán!"
¡Ja, menos días! No sé si será una versión mal pronunciada de los buenos días o es que me está recordando la cuenta regresiva.
Vamos, Dilcia. ¡Un poco más de entusiasmo! ¡Hoy es 6 de marzo y todavía no me he quedado ciego! Veo borroso, pero veo aún. ¡Eso merece más que un "menos días" con la lengua rastrillando el paladar!
- ¡Buenos días, mi viejo! ¿Otro día en soliloquios?
- ¿Marlene? Juraría que oí a Dilcia subir las escaleras. ¡Te ves radiante amor mío!
- Ja, ja. Radiante. Tú y tus cosas, Adán. ¿Listo para partir?
Tras la pregunta incómoda tomo una pausa. Trago grueso. Lo inevitable ha llegado.
- ¿El mismo día tu y yo? Je,je. ¡Ay, Marlene! Las cosas que tiene la vida. Nunca me habría tomado tan enserio el poder de la lengua.
- No tan rápido, querido. Fui yo quien dejó abierta la llave del gas.
Mientras me preguntaba si Dilcia estaría al tanto, la puerta del cuarto se abrió.
Oigo su voz, todavía encandilado, pero ahora "viendo" todo más claro. Como cada mañana, incluso hoy volvió a decir:
- Menos días, Don Adán.
Fin
J.M. Lasierra.
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Cuentos que La Naranja no leyó
De TodoQuerida La Naranja, añoro aquellos tiempos de la vida real, cuando no teníamos instagram y te encantaba leerme cuentos. Quisiera volver a tu casa a hacer nada, volver a ser el nadie más feliz junto a tu silla favorita mientras hablábamos de cuentos...