Brocca

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Aprendí el año pasado que puedo viajar en los sueños. Aunque en el fondo, de niño ya lo sabía. Mi nombre es Joaquín Cervantes.

Anoche soñé que no tenía tatuajes, que conducía un Malibú, y lo más genial: sabía conducir. Estaba en Samanes, el pueblo en el que cuentan, fue engendrado una mañana, el hijo de La india Chabela Brocca. India con honores, en el sentido más honroso y cariñoso de la palabra. El nombre de ese niño, Arnaldo... Arnaldo Brocca. Se entiende, ¿Verdad?

De padre ausente, allí creció el abuelo Arnaldo. El papá de mi mamá. Dicen los niños con simpleza.

¿Brocca?

Lo sé. No suena a un apellido tan indígena como dicen que era la hermosa Chabela, pero ¡¿qué sabemos hoy de estos asuntos heráldicos después de la conquista?!

De todos modos, estoy demasiado lejos de los Brocca de Samanes para preguntar. Con frecuencia miro a las estrellas y los magueyes como si pudieran responder, de qué tribu descendemos objetivamente. Ya es muy díficil averiguarlo sin la presencia del abuelo Arnaldo en nuestras vidas y sin otro conocido entre los Brocca. Aunque, pensándolo bien, no es imposible hacer esa investigación, etnográficamente hablando. Sólo basta viajar a Samanes en la vida real.

Por los momentos, con tan poca información acerca de mis ancestros, sus genealogías, y sin una sola foto de la madre de mi abuelo, o una dirección específica; sólo me quedan los sueños como recurso inmediato.

A propósito, estoy tomándome muy enserio la observación del maestro Fabián. Quizá en mi caso, esto de la onironáutica me viene de los Brocca. Los indios en mi sangre.

Ya había trabajado duramente en visitar en sueños ese pueblo. Tiene su técnica, pero también su recompensa. Aunque muy poco había logrado... Hasta anoche.

En anteriores expediciones, siempre me negaban la existencia de la abuela, a pesar de que ese era mi sueño, y en un viaje de esa naturaleza, encontrarla no habría sido tan difícil. ¿O sí?

El maestro Fabián cree que estoy destinado a ser un cinta negra de los sueños lúcidos. Hace 18 meses entreno con él en este arte de manera más disciplinada. He construido ciudades futuristas enteras, he viajado fuera del planeta, me metí en líos una vez por entrar a una pirámide azteca, me he convertido en cuanto animal alado se me ha ocurrido, he caminado sobre el mar, me he enfrentado a un ejército que despedacé de un manotazo, y de vez en cuando me fumo un interminable habano en la cúspide de la Torre Eiffel.

¿Qué tan tóxico puede ser fumar en los sueños?

He hecho tantas cosas en el plano onírico, que podría conformarme con estas pequeñas excursiones mentales, si supiera que más nunca lograré tener un sueño lúcido. Y a pesar de todas mis aventuras y mi sentido diverso de la imaginación, de hace semanas para acá, noche tras noche me he esforzado obstinadamente en viajar a Samanes, aunque las pocas veces que he visto a la india Chabela, jamás ha sido en ese pueblo, y curiosamente es joven y siempre está de espaldas... Misterios del mundo los sueños.

Cada visita a Samanes pasa lo mismo. Allí no está ella. Pregunto y pregunto y nadie sabe, y aunque digo "nadie", sé que siempre es el mismo personaje el que responde. También es el mismo desenlace todas las noches que he logrado llegar hasta allí. Hasta le puse nombre al sujeto que me recibe en cada llegada. Gollo, me gusta ese nombre para él.

- Aquí no vive ninguna Chabela Brocca -Responde siempre con acritud -

Gollo, un personaje tan repetitivo como mi repertorio de sueños y pesadillas, anoche fue por primera vez, un buen aliado después de todo. A veces está de pie en una acera, a veces me saluda desde un kiosko a orillas de la carretera, a veces es un fiscal de tránsito o un camionero; pero siempre me responde que es imposible encontrar a la abuela, pues en Samanes nunca ha escuchado de una tal Chabela Brocca que haya tenido amores con un viajero italiano. Ah, y un dato importante: Gollo siempre dice "Buenas Noches", no importa qué hora es.

Cuentos que La Naranja no leyó Where stories live. Discover now