CAPÍTULO 4

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RODRIGO.

"No siempre puedes controlar el viento, pero puedes controlar tus velas."

Después de la huida de Amaya, Yolanda se echó a llorar por haberla incomodado de esa manera. A pesar de que todos lo sabíamos de antemano, ella repitió, una y otra vez, que no había sido su intención.

Hay algo en la historia de Amaya que me intriga en demasía, y más después de notar que es la única mujer en años que ha logrado despertar en mi cuerpo algo de interés. Sé que un bastardo, una escoria de la vida y basura de la sociedad se atrevió a golpearla, sé que por eso ella ha acabado en mi programa de ayuda, pero es lo único que sé, y me estremece la idea de que puede haber más. Mucho más.

Nunca he tenido la necesidad de indagar sobre la historia de alguien, pero algo me dice que con ella todo será diferente, ya lo es. Creo que no lograré resistirme a la idea de infiltrarme por completo en su vida.

Cojo la bolsa con la comida de Amaya que ha preparado Albert, una lata de Coca-Cola del frigorífico y me despido de los demás. Me reconforta no haber tenido que inventar una excusa estúpida y poco creíble para ser yo quien se encargue de realizar esta tarea: Sofía y Albert no pueden abandonar su puesto de trabajo y Yolanda se ha ido a casa demasiado afectada debido a su comentario poco afortunado.

Una vez estoy en la puerta, me cuesta poco localizar las llaves de su portal, a pesar de que son muchas, las tengo todas bien localizadas, organizadas en diferentes llaveros y delimitadas por secciones. Debes ser estructurado si eres el dueño de, prácticamente, todo un pueblo.

Llego con facilidad a la puerta y toco el timbre. Escucho pasos rápidos en el interior acompañados de un grito de terror y me preocupo de inmediato. ¿Qué pasa ahí dentro? ¿Acaso ha salido corriendo y gritando solo por escuchar la puerta? Joder, no sé qué le ha pasado a esta chica, pero lo que si sé es que está aterrorizada por culpa de ello.

—Amaya, soy Rodrigo —digo con urgencia, ahora mismo contengo las ganas de dejar la comida en el suelo y echar la puerta abajo. Sé que sería un acto extraño, la asustaría, pero yo también estoy asustado por la fuerza con la que se me presentan estos sentimientos hacia ella: azotan todo mi interior con la fuerza de un tornado y lo dejan todo revuelto a su paso—. Abre la puerta, por favor.

Después de lo que me parece una eternidad, y de llamarla en varias ocasiones, veo aparecer su figura menuda detrás de la puerta. Le saco más de veinte centímetros de altura así que disfruto de la forma en la que eleva la mandíbula para encontrarse con mi mirada. Si quisiera besarme, tendría que ponerse de puntillas, a lo mejor no llegaría ni con esos centímetros añadidos, sería un gesto gracioso, pero yo no me reiría porque rodearía su trasero con los brazos y la alzaría con decisión para darle la altura necesaria. Sería fácil, natural, encajaríamos el uno con el otro y yo estaría encantado de ver y sentir sus preciosos labios.

Me quedo sin aliento al ver como le baila, suelta alrededor de la cara, la preciosa melena cobriza, y sigo su camino hasta su final, un poco por debajo de su marcada cintura. No he tardado más de quince minutos en subir, pero ya se ha quitado la ropa del trabajo y se ha enfundado en un conjunto deportivo ajustado a su cuerpo como un guante. Le doy más de un repaso, no puedo evitarlo, la recorro con la mirada sin pudor en múltiples ocasiones, como un admirador, me deleito en su complexión hasta que distingo como sus ojos brillantes me miran con incredulidad y cautela. Cuando está a punto de arquear una ceja, pongo delante de su rostro la bolsa con la hamburguesa y las patatas fritas y sonrío con inocencia para transmitirle confianza.

—Tienes que comer si quieres trabajar conmigo —bromeo y le guiño un ojo, mi intención es ser más adorable que coqueto, pero, solo ese pequeño gesto, logra que recuerde al antiguo Rodrigo, el que utilizaba este tipo de métodos para conquistar a cualquier chica que le interesase. Algo en mi interior se avergüenza por ello y me sonrojo.

Hasta que la mafia nos separeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora