Capítulo 32

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AMAYA

"A veces siento que voy en un vuelo propenso a estrellarse y, sin embargo, sigo volando."

Despedirme de Eliza no es tan duro como me esperaba. Ese monstruito está como una cabra. Después de soportarla dos días más en el hospital he respirado tranquila cuando la he dejado en su casa junto a Laura. Admiro la paciencia de esa mujer, no sé cómo lo hace.

He pasado a esparcir las cenizas de Víctor por el parque del Retiro, junto al palacio de cristal: era su lugar favorito en vida, le parecía una pasada y, siempre dijo que, si hubiera tenido los recursos necesarios, hubiera sido arquitecto y nos hubiera construido uno propio. Espero que, haya lo que haya después de la muerte, sea agradable para él. Espero que me sonría desde el cielo, que esté descansando y que me desee lo mejor como yo siempre lo desee para él.

He venido callada todo el camino junto a Rodrigo. Sí, he decidido volver a Solares, a la cafetería. Me gusta estar allí y esa vida tranquila. Me gusta vivir cerca del mar y comer en grupo cada tarde. Me gusta ir al cine y burlarme de Albert junto a Sofía. No sé cuánto tiempo sentiré esto, pero lo quiero aprovechar mientras dure.

Con respecto a Rodrigo, bueno, la verdad es que no tengo ni idea.

Me gusta, eso lo tengo claro, y puedo entender el trasfondo en sus actos de la otra noche. Ha prometido que no volverá a pasar y puedo entender que ninguno de los dos sabemos cómo ser un novio o una novia, un esposo o esposa, pero, parece ser que estamos dispuestos a averiguarlo juntos.

—¿Por qué vamos a tu piso? —pregunto cuando pasa de largo por mi edificio.

—Estaremos más cómodos.

—No me lo has preguntado.

—Vas a ser mi esposa. —dice confiado.

—No he dicho que sí.

—Oh, entonces, ¿he hecho eso otra vez? ¿Eso de decidir por los dos?

—Pareces ser todo un experto. —replico molesta.

—Estoy de broma, Amaya, pero, me sentiré más seguro teniendote a mi lado, sin presiones, como amigos. Además, sé que no es el mejor día, pero, hay algo en mi piso que debo enseñarte.

—¿Qué es?

—Mi amigo —su voz se rompe un poco —El investigador, el...

—¿Es sobre mi madre? —pregunto. Los nervios me asaltan de forma instantánea y, también, sin que pueda controlarla, una pizca de esperanza. Pero noto la expresión de Rodrigo, parece angustiado y le está costando dejar salir las palabras.

—Cuando lleguemos a casa lo verás.

Lo sigo hasta su piso, ahora un poco más nerviosa y expectante. Cuando se encienden las luces, toda una recepción nos espera dentro: han decorado todo el salón con globos y rosas y nuestros amigos me gritan: ¡bienvenida!

—Oh, Dios mio, cuanto me alegro de que estés de vuelta —llora Yolanda y corre a abrazarme.

—Así me gusta Madrid, no te has dejado matar por ese psicópata.

—¡Calla Albert! —lo reprime Sofía.

Todos están tan felices de verme como yo a ellos, y, por un momento, me despojo de todo lo que ha pasado y descanso en la calidez de sentirme en casa, rodeada de buenas personas. 

Hasta que la mafia nos separeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora