Capítulo 14

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RODRIGO

"Dame tu mano, quiero demostrarte que no estoy dispuesto a soltarla nunca más."

Evitar a Amaya esta semana cuando todo mi interior me gritaba que la envolviera entre mis brazos y no la soltará jamás ha sido una de las cosas más difíciles que he tenido que hacer en la vida, menos mal que no es la primera vez que me veo en la tesitura de tomar decisiones difíciles, pero necesarias. El domingo ella pidió a gritos espacio y no nos quedó más remedio que ceder. No he podido parar de revivir, una y otra vez, los recuerdos de su dolor, de su desdicha y de su miedo, sentada en el suelo de ese cine, desubicada y ausente, he estado a punto de perder el control en más de una ocasión debido a la rabia que me provocan esas imágenes. Jamás algo ha torturado de manera similar mi cabeza ni ha amenazado con llevarme al límite de una forma parecida. Su mirada ausente, la forma en la que mantiene las distancias con todos desde ese día y los continuos mensajes y llamadas que la veo leer y contestar con una pizca de ilusión solo para que después, aparezcan lágrimas en sus ojos me han estado susurrando sin cesar que debo matar a ese cabrón más pronto que tarde. El antiguo Rodrigo ha estado tocando mi puerta, rondando en mi cabeza, rozando el umbral, ha estado luchando como un guepardo por el control desde ese día, pero soy consciente de que, a pesar de lo mala que es ya la situación, si lo dejo intervenir no haría más que tornarla mucho peor.

He tenido que llamar a mi prima Hanna y decirle que la necesito, nadie mejor que ella me ayuda a lidiar con el dolor y la inquietud; es una pariente increíble, además de una excelente terapeuta, a la que mi padre no se atrevería a torturar para sacarle información sobre mis pensamientos.

Hanna ha traído algo de Holanda consigo. Un informe completo sobre los años en los que la madre de Amaya trabajó en el barrio rojo. Apenas dormimos anoche leyendo las decenas de hojas de información de todos los clientes de la época. Erika Garrido se relacionaba de lleno con mafiosos y cualquiera de ellos podría ser el padre biológico de Amaya, aunque solo dos de ellos han llamado especialmente mi atención porque fallecieron antes de su nacimiento, pero, como dijo Hanna, cabe la posibilidad de que su madre haya mentido en ese pequeño detalle. Si yo fuese una prostituta que trabaja para un clan poderoso que ha dado a luz un hijo ilegítimo de un mafioso también hubiese querido desaparecer en aquella época, más aún si se trata de un miembro de un clan rival. Muchas cosas no tienen sentido en esta historia, ¿por qué no intervinieron el embarazo? ¿Por qué dejaron que diera a luz? ¿Por qué detuvo su actividad dos años antes del nacimiento de Amaya? ¿Tenía un cliente exclusivo? ¿Una consigna especial? ¿Era uno de los hombres de mi padre? ¿Quería tener el bebe con ella? Aún quedan demasiadas incógnitas y siento que esto no ha hecho más que empezar.

Mi atracción por Amaya ha para llegado recordarme que soy un hombre vivo, pero también para revolver mis cimientos, descolocar el orden que tanto me ha costado conseguir en mis actos, en mi metodología y en mis metas y, a pesar de que todo eso no suena positivo, una parte de mí siente que lo es, porque sí, porque ella me ha devuelto una parte de mí que había perdido sin siquiera pretenderlo, porque ella no busca nada, ni siquiera mi atención, todo lo contrario, la abrumo con mi interés exorbitado, pero yo no soy capaz de apartar los ojos de ella, porque cada vez que desvía la mirada me gustaría acercarme, cogerla de la barbilla y obligarla a que mantenga sus ojos fijos en los míos mientras lucha por recuperar el aliento y se hace consciente de cuánto la deseo. Disfruto de la forma en la que logro afectarla. Es por eso que me he visto en la obligación de ir un paso más allá, de investigar con más fervor, de arriesgarme a que mis averiguaciones lleguen a los oídos de mi padre y decida venir a tirar por los suelos la realidad que he conseguido construir, es por eso que me he visto en la obligación de volver a sacar al Rodrigo que da órdenes, aunque yo quiera decirme a mí mismo que solo he pedido un par de favores: nadie en el pueblo puede hablarle a Amaya de quien soy en realidad ni de quién es mi familia, nuestros negocios familiares o los motivos por los cuales estoy aquí. Sí, sé perfectamente cómo suena eso, ella intenta abrirse conmigo mientras que yo escondo mi realidad ante ella, pero es que de verdad me gustaría ser solo el Rodrigo que soy ahora para ella, de verdad que he dejado atrás mi vida de antes y no quiero, bajo ninguna circunstancia, volver a recuperarla. De verdad que ver a Amaya moverse con esa gracia por mi cafetería es todo lo que se puede considerar hermoso, es como ver a una mezcla perfecta entre una valkiria: fuerte, decidida e implacable, y una ninfa: delicada, sutil y preciosa. No quiero perder eso, no quiero que se aleje, necesito tener una oportunidad.

—Entonces ¿Hanna va a quedarse mucho tiempo? —me sonríe Yolanda —Oh, me alegro mucho de que esté aquí otra vez haciéndote compañía.

Por el rabillo del ojo noto cómo cambia la expresión de Amaya, levanta la ceja despacio y se interesa en nuestra conversación un segundo antes de negar para sí misma y continuar con su trabajo: está limpiando las mesas y dejándolas preparadas para el turno de tarde, son la una y veinte, una hora en la que, normalmente, no tenemos muchos clientes y su turno casi termina.

—Sí, Hanna es genial —canturreo con una sonrisa.

La campana de la puerta suena, pero no miro en su dirección, continúo inmerso en mi análisis de las expresiones y los gestos de Amaya cuando su semblante cambia por completo, me tenso, mira en dirección a la puerta y se queda rígida, blanca como un papel, los ojos se le abren como platos y me preocupo enseguida, corro a su lado en modo defensivo, ¿acaso ha podido el inutil de su ex dar con nosotros? Es imposible. Por fin, me permito mirar en dirección a la puerta para confirmar por mi mismo la identidad de la persona que ha entrado y es entonces cuando veo a dos policías, una mujer y un hombre, correctamente uniformados, nos inspeccionan con la mirada. Centran la mayor parte de su atención en Amaya mientras a mí me obsequian con miradas de reojo cargadas de desconfianza y una actitud precavida. Me pongo a la defensiva al instante, sé que no tienen nada con lo que trincarme, pero ambos sabemos de qué pie cojea el otro y tengo claro que aprovecharían que tropezase con cualquier bache para disfrutar el verme caer.

—Amaya Martinez, necesitamos hablar con usted.

—Estoy en horario de trabajo —Amaya ahoga un suspiro y se coloca el trapo de limpiar las mesas en el hombro, parece tan suspicaz hacía los "representantes de la ley" como yo.

—No le quitaremos mucho tiempo.

—¿De verdad? Se sorprendería agente, pero llevo escuchando eso más de siete años.

—Necesitamos que nos dedique unos minutos más de su tiempo, señorita Martinez. ¿Puede acompañarnos un momento fuera, por favor?

Amaya dirige entonces una mirada interrogatoria en mi dirección, y yo asiento como respuesta a su pregunta silenciosa.

—Claro —responde entonces y su voz se escucha cargada de resignación.

Esto no me gusta, no me gusta que los policías estén en mi bar. No me gusta que estén buscándola a ella. No me gusta no estar rodeándola entre mis brazos en estos momentos, dejando claro que es mía y que cuenta con todo mi apoyo y protección. 

Hasta que la mafia nos separeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora