Capítulo 27

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Desperté lentamente, sintiendo una vuelta a la realidad paulatina, suave y confusa. Me dolía la espalda. Estaba todo oscuro, parecía de noche.

Tragué saliva. Tenía la boca seca y pastosa, como si no hubiese bebido nada en varios días. Moví un brazo y noté las sábanas acariciándome el cuerpo. El calor de la colcha que me cubría era reconfortante, envolvente, aunque notaba el cuello y la parte alta de la espalda fríos y rígidos. Estaba tumbado en mi cama, de lado y mirando hacia la pared. Entonces subí la colcha hasta mi cuello y cerré los ojos de nuevo.

A pesar de la quemazón en la espalda y del dolor punzante en los pulmones cuando inspiraba hondo, tardé en ser consciente de lo que pasaba.

Cuando estaba a punto de caer rendido, un llanto lejano se confundió entre mis sueños y terminó sacándome de ellos.

Abrí los ojos. Intenté que mis párpados pesados no volvieran a cerrarse; me obligué a pestañear con fuerza. Después el llanto se hizo más presente, más real. Caí en la cuenta de que era el llanto de mi madre y de que el sonido provenía del hueco que dejaba la puerta de mi habitación entreabierta.

Traté de levantarme. El ardor en la espalda regresó con más fuerza.

Fue entonces cuando recordé lo que había pasado y me decidí a desperezarme del todo. También noté cierta tirantez en la piel. Intenté llevar una mano a la espalda, por encima del hombro contrario, pero el dolor se intensificó. Supuse que mi madre había estado curándome y cubriendo las heridas con apósitos.

Conseguí ponerme en pie. Tan solo llevaba el mismo pantalón con el que había recibido la última paliza. Estaba manchado de sangre seca en algunas zonas, pero no se notaba en la tela negra.

La franja de luz del pasillo que se colaba en mi habitación iluminó parte de mis zapatos y un baúl que estaba repleto de juguetes que había dejado de usar demasiado pronto.

Me di cuenta de que no era de noche cuando vi un resquicio de luz colarse con debilidad por entre el hueco diminuto de la ventana. Fuera estaba lloviendo. Abrí la puerta y llegué al salón con cierta dificultad. Mi madre se giró a mirarme desde el sofá, sobresaltada y ahogada en lágrimas.

—¡Jake! —exclamó poniéndose en pie.

La voz me salió rota cuando intenté hablar. Carraspeé con la garganta mientras sus manos llegaban hasta mi rostro.

—¿Cuánto tiempo llevo dormido? —pude decir.

—Casi dos días.

Aparté las manos de mi madre, ignoré el dolor molesto e incesante al ponerme una camiseta y una capa limpias a duras penas; me calcé, cogí la máscara y fui directo al castillo. Dejé a mi madre atrás gritándome que no me fuera.

Esa fue la última vez que la vi.








Sombra&Luz

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