Capítulo 17

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Al principio no supe adónde había ido. Quería teletransportarme directamente a mi habitación, pero aparecí en mitad de un callejón oscuro que no reconocí.

A pesar de que seguía tumbado, mareado y muy ido, pude ser consciente del olor a descomposición y a orina que consiguieron despejarme un poco. Una luz se paseó, veloz, por las paredes de los edificios que me custodiaban hasta desaparecer y, aunque tardé en hacerlo, me di cuenta de que debía tratarse de los faros de algún vehículo.

Apreté los párpados para aclararme la vista. Intenté incorporarme cuando vi una calle transitada a menos de dos metros de mí, pero mi cabeza todavía no terminaba de responderme y opté por arrastrarme hacia la oscuridad, lejos del bullicio. Me topé con una de las dos paredes que me custodiaban, y me miré el vientre. La camiseta había quedado hecha un harapo, y parte de la capa, que conseguía darme algo de calor, también se había roto. Comprobé mis pantalones. Tenía la cremallera intacta y el botón cerrado; todo continuaba a salvo bajo la tela. A salvo, porque sabía que no habían metido mano debajo a pesar de que todavía podía sentir sus manos haciéndome daño sobre el tejido de algodón.

Al principio no lo noté. Mi piel erizada se dio cuenta antes que yo del frío que hacía. Pronto mi aliento se convirtió en vaho.

Observé las luces danzando a mi alrededor y escuché las voces de las personas que transitaban casi constantemente a pocos metros de mí. En aquel momento recuerdo que estaba más preocupado por que nadie me encontrara en ese estado que por mi estado de por sí. Si alguien se topaba conmigo, si lo hacía una buena persona, llamaría a la policía sin dudarlo. No era más que un niño de trece años con la ropa desgarrada y un estado evidente de intoxicación, por lo que estaba claro que debía estar influenciado por algún tipo de droga. Si me encontraba una persona menos buena, en cambio, intentaría aprovecharse de mi estado de alguna manera, y no tenía fuerzas para soportarlo esa noche.

Cerré los ojos. Intenté tragar saliva, pero tenía la boca pastosa y seca. Mi lengua no respondía. Sentía que me atragantaba.

Volví a abrir los ojos. El frío empezó a calárseme hasta los huesos. No obstante, consiguió que una parte de mi cerebro se despertara y que pudiera reconocer la calle. Me encontraba a pocos metros de mi casa, justo al lado de un pequeño comercio de ultramarinos al que mi madre solía enviarme cuando nos hacía falta algo puntual, por lo que se me ocurrió que, quizás, podía llegar caminando hasta mi casa.

Puse todo mi esfuerzo en incorporarme. La cabeza me dio más vueltas cuando logré sentarme, pero también pude sentir que mis músculos me respondían y que, por tanto, no solo se habían convertido en el lugar de encuentro eterno de aquella sensación asquerosa. Empezaba a recuperar el control sobre ellos, todavía me pertenecían.

Doblé una pierna, llevé un brazo a la pared y traté de sostenerme para ponerme en pie. Creí que me caería, pero solo me tambaleé. Pestañeé con fuerza para que mis ojos se habituaran más rápido, y estuve a punto de salir de aquel callejón para mezclarme entre la multitud. Por suerte, me di cuenta de que no podría caminar hasta casa, así que cerré los ojos y me concentré todo lo que pude. Notaba que mi corazón empezaba a latir más fuerte, más natural, pero que lo hacía de forma irregular e inconstante. También pude sentir la fiebre, aunque en ese momento no sabía cuánta, y creo que en menos de cinco minutos conseguí largarme de aquel lugar.

A pesar de todas las fuerzas que había puesto en aquel teletransporte, aparecí cerca de la puerta de mi casa, no dentro. Maldije por lo bajo.

Arrastré los pies los pocos metros que me quedaban para llegar. Cuando estuve en la puerta, di un golpe con la mano, pero las rodillas me fallaron y me deslicé hasta apoyarlas en el suelo. Mi madre no abría, así que di otro golpe. No puedo jurar que no hubiera nadie viéndome.

—¿Quién es? —escuché al otro lado.

Intenté hablar y no me salió la voz. Carraspeé con la garganta.

—Mamá —pude susurrar. La lengua me fallaba.

—¿Quién...?

Abrió unos centímetros, bajó la mirada cuando no vio a nadie a la altura de sus ojos, y se sobresaltó.

—¡Jake! —Ahogó un grito.

Me permití cerrar los ojos por fin. Ella se agachó, se aferró a uno de mis brazos para ayudarme a levantarme, y me arrastró al sofá, donde me dejé caer hasta apoyar la cabeza en el lateral. Pronto noté que conseguía aliviar los pocos músculos que había logrado agarrotar a pesar de la droga.

La oí trastear con nerviosismo por varios lugares de la casa.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó. Escuché cómo arrastraba una silla a mi lado.

—N... Mg...

No pude decir nada. Los músculos todavía no me respondían bien, y aún no era capaz de entender del todo lo que había pasado, por lo que tan solo pude taparme la cara con un brazo. Las manos de mi madre me lo apartaron. Supuse que había empezado a inspeccionarme el rostro y el cuerpo en busca de heridas, porque enseguida noté el olor a alcohol que habría sacado del botiquín.

—Dios mío... —profirió—. Jake, mírame. Mírame.

Intenté hacerlo. Logré abrir los ojos y verla, pero ni siquiera fui capaz de distinguir su rostro con nitidez. Sus facciones se desdibujaron. Me colocó un algodón húmedo sobre el pecho, aunque no entendí por qué.

—Dios mío. —Me acarició el pelo y me acercó un vaso—. Bebe un poco de agua. —Lo hice, derramé una parte—. Tienes las pupilas contraídas, cariño. ¿Te has drogado? ¿Te han drogado? Jake, respóndeme, ¿te han drogado? ¿Has tomado algo que te hayan dado ellos?

Solté el agua y asentí como pude. No sabía cómo decirle que necesitaba dormir y que me estaba costando no hacerlo. No sabía cómo decirle nada, en realidad.

—Por favor. —Aunque seguía sin entender del todo lo que ocurría, sí pude distinguir con claridad la desesperación en el tono de su voz—. ¿Cómo te han drogado? ¿Qué te han dado y por qué? ¿Qué te han hecho? Tienes el cuerpo lleno de arañazos, Jake. ¿Qué te han hecho, cariño?

Su voz se fue opacando; mi alrededor, oscureciendo.

Pronto dejé de oír, de ver y de sentir.







Sombra&Luz

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