Capítulo 12

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Las palabras y las miradas de Prus y de mi madre me habían calado tan hondo que me costó dos meses enteros volver a dejar que Ari escuchase voces en su cabeza.

En esos dos meses tuve tiempo de darle vueltas al asunto de La Profecía, de leer casi entero el libro de leyes de Ofiuco y de planear una estrategia sin que Régar ni mi madre sospecharan nada. Entre otras muchas cosas, redescubrí algunas que ya sabía, como que los humanos para Ofiuco eran seres inferiores que no merecían más que compasión y condescendencia, por lo que los trataban como si tuvieran alguna minusvalía mental importante y requirieran de un cuidado especial y de cierto respeto por verse obligados a sufrir las duras consecuencias de ser personas. Era este el motivo por el que el mestizaje, o más concretamente las relaciones personales entre especies, estaba prohibido, ya que se consideraba abuso hacia seres sin la capacidad de actuar bajo su propia responsabilidad. Además, un ser nacido de un ultraje de ese calibre era considerado algo menos que una aberración genética, como solía llamarme Pyrus. En definitiva, algo que nunca debió nacer.

A pesar de todo, yo tenía el derecho de apelar a mi condición de humano para que me dejasen en libertad y que no tuviese que rendirle cuentas a Ofiuco. Eso quería decir que todo lo que nos había dicho Régar a lo largo de los años no era más que una vil patraña para mantenerme bajo su poder, y que ahora todo se estaba tambaleando con apenas un par de leyes escritas en un libro traducido al inglés.

La esperanza que puse en esas palabras era tanta que las manos me temblaron al comprenderlo. Por fin había encontrado una pequeña luz de esperanza entre tanta sombra.

Cuando Régar apareció por primera vez en mi casa, yo tenía seis años y no conocía a mi padre. Guardo recuerdos confusos y escasos, pero sé que Régar y sus hombres nos explicaron que habían asesinado a mi padre y que, si no queríamos correr con la misma suerte, debía trabajar para ellos. Mi madre se negó en rotundo, forcejeó con ellos e intentó librarnos, pero no fue capaz de conseguir nada más que golpes, tanto para ella como para mí, y una amenaza latente y repugnante que recuerdo hasta el día de hoy. Yo también intenté defenderla. Traté de pegarles y de interponerme a pesar de que tan solo tenía seis años y una fuerza todavía demasiado escasa. Evidentemente no sirvió de nada.

Un par de años después, les dije que iría hasta Ofiuco a denunciarlos porque había descubierto que ellos también eran considerados criminales allí. Régar se rio y sus hombres le siguieron el juego.

—¿Cómo te explico que eres una puta aberración genética y que no puedes poner un pie en Ofiuco sin que te maten? —me respondió—. Inténtalo, Nilal, pero te advierto que irán a por ti y a por tu madre. Y si ellos no consiguen mataros, lo haré yo.

Por supuesto, le creí.

Pero la realidad era que, si Ofiuco me hubiera encontrado antes que Régar, lo más probable es que me hubieran dado a elegir entre vivir como humano o como sombra, y que si escogía la primera opción tan solo me hubieran puesto una serie de condiciones a cambio de dejarme ser un humano normal y corriente. Las condiciones dependerían de cada caso, pero podrían variar desde prohibirme terminantemente usar mis poderes como sombra por el resto de mi vida hasta visitar cada semana Ofiuco para cumplir con una serie de mandatos.

Y toda esa información significaba que Ofiuco no solo me protegería a mí, sino también a mi madre, y que además Régar tenía una larga lista de delitos a sus espaldas que podrían serme realmente útiles si decidía denunciarlos.

El problema era que yo también había cometido muchos de esos delitos, entre ellos dos asesinatos, y que me vería arrastrado con él si lo delataba. Además, debía ser muy cuidadoso, porque Régar y sus hombres eran terriblemente escurridizos, tanto a la hora de huir como a la hora de encontrar a quien huía de ellos.

Pero, por otro lado, jugaba con la ventaja de ser medio humano —por tanto, de ser considerado vulnerable— y de actuar constantemente bajo las amenazas de quien, consideraban, tenía más poder y capacidades que yo, por lo que lo interpretarían como un abuso de poder del que Régar se aprovechaba debido a mi condición de aberración inferior. Y para ello no tendría que presentar demasiadas pruebas, porque el simple hecho de ser un mestizo y él un sombra completo ya lo convertía en un delincuente por obligarme a trabajar para él. Incluso si no me estuviese obligando.

Barajé las opciones que tenía, pero las posibilidades de salir airoso, ileso y libre de todo aquello eran nulas. Al menos al mismo tiempo. Si quería salvarme de Régar y salir, al menos, con vida, tendría que sacrificar algunas cosas, como mi libertad y mi anonimato para con un mundo que creía que, hasta cierto punto, yo les pertenecía.

Tras meditarlo durante varios días, llegué a la conclusión de que tenía dos opciones: aceptar el destino que mi madre creía que debía mantener y trabajar para Régar hasta que me muriera —o hasta que me matara—, o intentar librarme de Régar, salvar a Takaishi y dejar que Ofiuco decidiera mi futuro. En ambos casos cabía la posibilidad de que acabáramos muertos yo y otras personas a mi alrededor, y en ambos casos yo seguiría siendo un títere al servicio de otros. La diferencia radicaba en que, con la segunda opción, podría acercarme un poco más a la libertad que quería, mientras que en la primera continuaría todo tal y como estaba.

Por eso me decanté por la segunda. Supuse que, de hacerlo, me libraría de las amenazas hacia mi integridad y la de mi madre, y también que se acabarían las palizas, las vejaciones constantes y los trabajos forzados cada tarde. También pensé que mantener a Régar y a su gente encerrados podía suponer algo muy positivo para cualquier ser que se topase en su camino, por lo que estaba claro que las ventajas superaban a las desventajas. Al menos si las comparaba con quedarme tal y como estaba.

Por otro lado, La Profecía era una farsa y, hasta donde sabía, yo era el único enterado. No tenía claro cómo usarla a mi favor, pero sí sabía que decírselo a Régar era una soberana gilipollez que no me ayudaría en lo más mínimo. Ni a mí ni a los niños elegidos.

Le di vueltas al asunto, pensé en mil maneras de aprovechar ese dato. Había decidido que Ari era una pieza que me podía ser de gran ayuda, pero ¿a qué precio?







Sombra&Luz

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