Capítulo 10

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A veces me daba por pensar que mi madre se arrepentía de haberme tenido, pero lo cierto era que, a un nivel racional, no podía culparla por hacerlo. Después de aquello, me había frotado la cara y había intentado darle a algo sin romperlo, todo ello antes de salir de mi habitación a pedirle perdón.

Estaba ya vestida para ir a trabajar. Le costó mirarme.

—No me arrepiento de haberte tenido —me dijo con voz temblorosa, mientras trataba de disimular los ojos hinchados con un poco de máscara de pestañas—, porque eres lo que más quiero en este mundo. Pero tienes que entender que tu llegada me cambió la vida mucho más de lo que lo hacen otros bebés con otras madres. Y no te culpo. No es culpa tuya. Me fijé en el hombre equivocado y ahora estamos pagando los dos las consecuencias.

No supe qué responderle, así que dejé que se fuera a trabajar sin decir nada más.

Me senté en el sofá en silencio durante horas. Aunque intenté quedarme con sus palabras, su mirada no dejaba de hacerse más presente y de tomar mayor fuerza. Desde niño aprendí a confiar más en mi instinto y en lo que veía que en lo que decían los demás. En ese caso no pudo ser distinto.

Al día siguiente, saqué fuerzas para ir al instituto a pesar del cansancio. Durante las tres primeras horas presté atención a Ari porque quería saber si ya se habría dado cuenta de la desaparición de Takaishi. La vi tan intranquila y distraída que llegué a pensar que sí, pero fue después del recreo cuando fui consciente de que se acababa de enterar. Regresó a clase tan impactada que no recuerdo que mirase a los profesores o a alguno de nuestros compañeros ni una sola vez. Evidentemente tampoco reparó en mí.

Quise preguntarle lo que había pasado, pero me sentí tan hipócrita que fue suficiente con solo imaginarlo. Sin embargo, el rumor de la desaparición de Takaishi se extendió enseguida por todo el instituto, y aun así tardé tres días en acercarme a ella para decirle que lo sentía.

—Hola, pequeño saltamontes.

Sus ojos expresivos se dirigieron a mí como si me vieran por primera vez.

—Ah, hola, Jake. —Me mostró una sonrisa que determiné que era forzada. Sus manos pequeñas juguetearon, inquietas, con un bolígrafo azul sobre la madera de la mesa, mientras su compañera de pupitre dibujaba corazones en una esquina del libro de Matemáticas—. ¿Qué tal?

—Ya me enteré de lo del capitán. Lo siento mucho. —Hice una pausa. Tenía el pelo tan lacio que, casi como cada día, algunos mechones castaños se escaparon de la trenza que ya había llegado medio deshecha a primera hora. Inspiró hondo y me apresuré a decir algo más—: No puedo ni imaginar cómo debes sentirte.

Me dio las gracias por haberme acercado.

—Estoy segura de que está bien —añadió—. Sé que se encuentra en alguna parte, a salvo, y que volverá pronto. Solo hay que confiar. Aparecerá cuando menos lo esperemos.

—Seguro que sí —respondí.







Sombra&Luz

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