su alma

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Cerré el libro lentamente luego de terminar de leer el epílogo.

Suspiré pesadamente.

Aquella historia me había estremecido, había tocado una fibra sensible dentro de mi. Aún tenía pequeños temblores al recordar las palabras de Matías. Cada una de sus palabras escritas en aquel libro habían quedado grabadas en mi mente como tatuajes en la piel. ¿Cómo era posible que un muchacho de 18 años fuera capaz de escribir algo así? Era tan inverosímil... tan irreal y extraño. Había tanto sentimiento en sus letras, incluso logró hacerme sentir sus miedos, sus confusiones, sus angustias y perdidas. Sentí... tanto amor hacia Enzo, tanta admiración hacia él, tanta curiosidad por conocer la versión de su historia.

Lo sospechaba... tenía una leve sospecha... pero el solo pensarlo me hacía temblar...

...aún así, lo haría.

Me puse de pie, decidido, sosteniendo el pequeño libro entre mis manos, agarrándolo firmemente, con miedo... con mucho miedo.

Caminé sintiendo mi cuerpo más pesado de lo normal, estaba demasiado nervioso, pero debía hacerlo, debía comprobarlo o nunca me sacaría la taladrante duda de la cabeza.

Abrí la puerta de mi habitación y observé el oscuro pasillo de mi casa, aquella en la que vivía con mis papás. Pero ellos se habían ido a comer fuera aquella noche de invierno.

Paso por paso, avancé sin encender las luces hacia la izquierda, dirigiéndome pausadamente hasta aquel cuarto al final del pasillo.

Y cuando llegué, cuando estuve frente a la puerta, inspiré sonoramente para armarme de valor... y la abrí.

En una silla mecedora, estaba él, mi abuelo, sentado y con la mirada perdida en la ventana pintada por las gotas de agua que caían gracias la lluvia del exterior.

-Abue'- le llamé tímidamente en un hilo de Voz.

El abuelo giró su cabeza hacia mi, sorprendido por mi repentina aparición.

-¿Qué pasa nene?- susurró con voz suave, sonriéndome cariñosamente y haciendo que sus arrugas se acentuaran al mover los músculos de su rostro ¿No puedes dormir?- volvió a preguntar extendiendo sus brazos hacia mi, como siempre solía hacer.

Abracé el libro contra mi pecho con todas mis fuerzas, temblando de pies a cabeza, y corrí hacia sus protectores brazos, haciendo que él riera con ese tono viejo y arrugado que me hacía sentir a gusto y en casa.

Sentí sus articulaciones débiles abrazarme con firmeza cálida y reconfortante y luego su gran mano cubrir casi por completo mi pequeña cabeza, acariciándola y adormeciéndome.

-Abue'...- susurré acomodándome mejor entre sus brazos.

-¿Si?- murmuró él de la misma forma.

-Te llamas... Enzo... ¿verdad?- pregunté temeroso, hundiendo mi rostro en su pecho.

Escuché una risa baja y profunda de su parte.

-Sí,... pero tu puedes decirme Abue' todo lo que quieras pequeño.- explicó sonriendo. No lo veía... pero sabía que estaba sonriendo. Quería mucho al abuelo... y de solo pensar en la posibilidad de... de...- ¿Que tienes ahí? ¿eh?- preguntó curioso buscando con sus manos tocar el libro que tenía apretado contra mi.

Aparté rápidamente mi cabeza de su pecho y presione con más fuerza el lomo de la novela contra mi corazón acelerado.

-¿Pequeño?- cuestionó frunciendo su ceño de manera desconcertada- Estás temblando. ¿Te sientes mal?- tragué saliva percibiendo mi garganta anudada.

Sentimientos de papel (matienzo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora