3. Un Día Pesado

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El ambiente ensordecedor de la sala de urgencias era palpable desde el momento en que cruzabas la puerta. El aire estaba cargado de tensión y urgencia, con el sonido constante de las alarmas médicas y el traqueteo de las ruedas de las camillas resonando en todo el espacio. Cada rincón estaba ocupado: camillas alineadas con pacientes, personal médico apresurándose de un lado a otro y familiares preocupados aguardando noticias.

Cada, pocos minutos, una nueva ambulancia llegaba, sirenas ensordecedoras anunciando otra emergencia. Las puertas se abrían de golpe y el personal médico se apresuraba a recibir al nuevo paciente, evaluando rápidamente la gravedad de la situación antes de llevarlo a una de las camillas disponibles.

El personal estaba en constante movimiento, corriendo de una habitación a otra, administrando tratamientos de emergencia, tomando muestras de sangre, ordenando radiografías y consultando con colegas sobre los casos más críticos. No había tiempo para pausas, solo una intensa coordinación y enfoque en salvar vidas.

Entre el caos controlado, se podían ver destellos de humanidad: médicos reconfortando a pacientes asustados, enfermeras consolando a familiares angustiados y personal de apoyo manteniendo la calma en medio de la tormenta. A pesar del frenesí, cada persona en esa sala estaba comprometida con una sola misión: brindar la mejor atención posible en medio de la adversidad.

Después de un turno tan exigente en la sala de urgencias, Jennie finalmente encontró un momento de calma en la tranquila habitación de descanso del personal. La habitación estaba iluminada por una tenue luz, creando una atmósfera serena y relajante. El suave zumbido de la máquina de café proporcionaba un telón de fondo mientras Jennie se dejaba caer en el cómodo sofá.

Cerrando los ojos, se permitió un suspiro de alivio. El peso del turno agotador se disipaba lentamente, reemplazado por una sensación de alivio y satisfacción por haber superado la noche. Se quitó los zapatos con cuidado, liberando sus pies cansados de su confinamiento, y se acomodó mejor en el sofá, sintiendo cómo los músculos tensos empezaban a relajarse.

El aroma del café recién hecho llenaba el aire, tentándola a servirse una taza, pero por el momento solo quería descansar. Abrió los ojos para contemplar el silencio tranquilo que la rodeaba, agradecida por este breve momento de paz en medio del ajetreo del hospital.

— ¡Dios mío, Dios mío! — irrumpió la rubia con estrépito — necesito café urgentemente o voy a colapsar — Jennie le dirigió una sonrisa mientras Rosé terminaba de llenar la taza de café.

— ¿Cómo va todo? — preguntó Jennie, mirándola.

— He llegado a la conclusión de que los niños pueden ser algo insoportables a veces — Jennie suelta una risita.

Jennie se acomodó en su asiento, cediendo espacio a la rubia. Esta se instaló a su lado y dejó escapar un suspiro prolongado.

— ¿Y tú? ¿Cómo te fue en tu primer día? — Jennie se recoge el cabello y suelta un suspiro antes de mirar a la rubia.

— Nunca en mi vida había visto tantos heridos. Cada segundo llegaba uno nuevo. Algunos por caídas ebrios, peleas, otros por no prestar atención y caer de sus motos. Dios, me sentía agotada — Rosé sonríe.

— Y eso que aún no has empezado en las salas de cirugía. Pobre Lisa, debe de estar exhausta — Jennie se queda mirándola.

— ¿Lisa? — pregunta.

— Sí, Lisa. Es la neurocirujana, tu futura compañera. También es mi mejor amiga — dijo Rosé con una sonrisa. Jennie soltó una risita — ¿Qué pasa?.

— No, nada.

Jennie soltó una risa irónica, incapaz de creer que no solo tendría que encontrarse con su amante de una noche todos los días, sino que también tendría que trabajar codo a codo con ella en ocasiones.

Enferma De Amor (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora