Capítulo 3: Pesadillas

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Estaba en un lugar conocido, muy familiar. Lo conocía, pero no lograba averiguar de dónde. Me encontraba sentada en una de las sillas en el comedor de esa casa. Al otro lado de esta había un señor leyendo el diario del día, no podía ver su cara, ya que la cubría con este. De pronto, por la puerta trasera entró una mujer, y la pude reconocer: era mi madre.

El hombre retiró lo que sostenía en sus manos, era mi padre, saludó a mamá con un tierno beso en los labios.

Y, sin esperarlo, todo se volvió llamas, humo, terror, desesperación. Estaba sola en aquella casa, mis padres habían desaparecido, o eso creí.

Aferré mi cuerpo a la pared, evitando las llamas. Pronto me sentía mareada, todo a mi alrededor daba vueltas y vueltas. Una figura extraña apareció frente a mí, una madre mía más demacrada, e incluso podía distinguir un rastro de sangre que iba desde su cuello hasta su espalda, pechos, manchando la blusa blanca que llevaba el último día que la vi.

Oh, mi amor.

Estaba aterrada, era mi madre, pero no podía ser. Ella estaba muerta. No, no, no, no, no...

Ella no existe, ella no existe. No está aquí, no.

Pegué tanto mi cuerpo a la pared, alejándome del fuego y de ella, que mi espalda dolía.

Acercó su mano a mi rostro, acariciando una de mis mejillas. Su mano fría y ensangrentada haciéndome dar un respingo.

Grité entonces, con todas mis fuerzas, acercando más mi nuca a la superficie sólida de detrás si es que era posible. Estaba segura de que le abriría un hueco.

¿Qué pasa, cariño? Soy yo, soy tu madre.

Esta vez lloré y grité con mayor vehemencia.

Sentía que estaba a punto de desmayarme, o de morir.

—¡April!— la voz de Amanda y sus fuertes golpes contra mis mejillas lograron despertarme de aquel mal sueño.

Mi respiración permanecía errática, mi corazón latía como loco contra mis costillas, a punto de destrozarlas. Mi cabeza dolía por el nudo de pensamientos que se agrupaban en ella. Mi labio inferior y mis manos temblaban sin remedio alguno capaz de detenerlos.

—¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien?— su tono de voz cargado de preocupación— ¿Una pesadilla?

Asentí. No podía formular palabras coherentes.

—Ya está, tu tranquila. Todo estará bien— acarició levemente mi hombro.

☆☆☆

Las últimas noches no había logrado consebir el sueño, o simplemente no quería. No quería encontrármela en otra pesadilla, era horrible hacerlo.

Y no podía ponerme a andar por la habitación, sin hacer nada, porque si lo hiciese me asaltarían un montón de pensamientos, luego de ellos siempre vienen los ataques.

Estaba en clase, en el turno de Español. La señora Scott seguía con su clase sin interrupciones. Me venía quedando dormida cuando una voz, firme, demandante me privó del sueño de nuevo.

—Señorita Walker, ¿puede venir a hacer una demostración de sus conocimientos adquiridos en este idioma?

La señora, que debía de estar entre los cincuenta y sesenta años de edad, me escrutaba, retándome.

Sin pensarlo dos veces me levanté de mi sitio y avancé hasta su lugar. Me tendió algo con que escribir en aquel gran pizarrón, a mi mano derecha.

Protagonistas de nuestro amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora