Capítulo 4: Nemo

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El auto de Amanda nos condujo rápido a una enorme casa, cuya parte trasera daba a la playa.

—¿Playa?— inquirí sonriente.

—Exactamente, mi amiga.

Ambas bajamos del vehículo, empoderadas.

De aquella casa brotaban tanto los distintos colores de luz como las notas discordantes que tenían como música.

—Dios, es hermosa— mencioné dando pasos hacia la enorme edificación.

—¡Corre!— comenzó a correr, tomándome del brazo.

Quería matarla, me hizo correr con tacones.

Corrimos hacia la puerta de entrada, unos hermosos jardines nos dieron la bienvenida, repletos de flores de invierno.

Había gente en los jardines, la entrada, el salón, la cocina, las escaleras, ¡por todos lados!

La maldita casa estaba llena.

Un montón de personas sudadas, drogadas, alcoholizadas, bailaban, otras se besaban otros seguían bebiendo o simplemente se quedaban dormidos de tanto alcohol.

Mierda, Amanda. Maldita sea, ¿dónde diablos se metió esta chica ahora?

Busqué en todas direcciones y sitios donde pudiese estar pero no la logré encontrar.

Bien, nuevamente me quedo sola.

Recibí un mensaje en mi móvil. Una vez lo tuve en la mano pude leer que era de Aman...

No, ¡no puede ser!

Un chico, un poco más alto que yo, chocó contra mi cuerpo, pero esta vez él me agarró del brazo, impidiendo mi caída.

—Lo siento— murmuró cerca de mi oído.

Segunda persona que choca conmigo en el último mes. Y era...

—Espera, ¿Nathan?

Asintió y me soltó cuando estuve fija en mis talones.

—El mismo en carne y hueso.

Reí.

—¿Y qué haces por aquí?— recogió una botella que estaba sobre un estante, con un vaso y me brindó de él.

—Es mi casa— respondió encogiéndose de hombros.

Quedé boquiabierta con su respuesta. No puede seeeerr que pequeño es el mundo.

–Wow.

—Sí, wow— sonreí por lo irónico de nuestras palabras repetidas— ¿No beberás?

Miré el vaso tendido entre nosotros y lo tomé con rudeza, mi garganta siendo invadida por el cálido líquido.

—Gracias— carraspeé.

Salí en busca de aire fresco, el alcohol haciendo su efecto dentro de mi cuerpo.

En la terraza habían otras personas y entre ellas encontré a Doña Perdida.

Amanda se encontraba besándose con un chico que al parecer tenía el cabello cobrizo, no sé, no logré ver con calidad.

Vale, hola mundo de la soltería.

Caminé hasta que el suelo me lo concedió, entonces la arena yacía a mí frente larga y sin un límite cercano.

Observé mis incómodos tacones y los retiré, al igual que aquel raro peinado. Siempre preferí la libertad, y dentro de eso también estaba el andar descalza y con el cabello suelto.

Protagonistas de nuestro amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora