Los Cornwell

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Los Cornwell

Archibald fue recibido por los sirvientes de la mansión Cornwell. Pasadas las seis de la tarde, el joven llegó a casa de sus padres sintiéndose extraño pues, no había puesto un pie en ese lugar desde que era un niño. La última vez que estuvo ahí, él y su hermano se despidieron de sus padres antes de que estos partieran a Arabia Saudita para que su padre ejerciera las labores de embajador de Estados Unidos en ese lejano país.

Cuando Richard Corwell fue nombrado embajador por el presidente Taft, su esposa Janis lo convenció de dejar a sus hijos a cargo de la tía Elroy y desde entonces, los chicos no volvieron a Boston sin imaginarse que solo uno de ellos lo haría después de muchos años.

-¡Bienvenido señorito Archie!

-Buenas tardes a todos.

El hijo menor de los Cornwell apenas si recordaba los rostros de los fieles sirvientes de sus padres. A pesar de haberle brindado una calurosa bienvenida, no sentía ningún tipo de entusiasmo.

-Su padre está esperándolo en la biblioteca.

-Gracias, iré enseguida ¿y mi madre?

Los sirvientes se miraron entre sí con un poco de preocupación.

-Toma una siesta señorito.

-Ya veo.

-¿Quiere algo especial para cenar?

-Estoy bien, gracias. Lo que haya ordenado mi madre está bien.

La servidumbre se disipó, regresaron a sus labores. Entre ellos hablaban y cuchicheaban. El joven Archibald parecía no disfrutar de su estancia y adivinaban cuál sería su reacción al enterarse del delicado estado de salud de su madre.

Se dirigió a la biblioteca, los pasillos sombríos de esa mansión de repente le hicieron sentir resquemor, los Andry no gustaban de las mansiones lúgubres como aquella. Definitivamente se había acostumbrado a los coloridos gustos de la tía Elroy.

-Buenas tardes padre.

El señor Cornwell estaba sentado tras el enorme escritorio de cedro. Archie no tenía otro recuerdo de su padre que ese mismo que veía ante sus ojos. Un hombre sumergido en los papeles.

-¡Archibald!, te esperaba más temprano.

-Lo siento, las lluvias no me dejaron llegar antes.

-Pasa...siéntate por favor.

Así de frío era su padre. No lo veía desde el funeral de Stear en donde apenas si cruzó unas cuantas palabras. A pesar de verlo devastado, sus pocas muestras de afecto le lastimaron el corazón.

-La tía abuela me informó que querías verme. Bien, ya estoy aquí. ¿Cómo está mamá?

El robusto hombre se quitó los anteojos y recargó la espalda en el respaldo de la silla.

-Toma una siesta, aún no sabe de tu presencia.

El silencio entre ambos caballeros se hizo incómodo. Parecía que ninguno de los dos sabía cómo dirigirse uno al otro.

-Y...¿cómo van los estudios?

-Todo en orden pero, debes saber que Albert me ha dado una encomienda y debo regresar a Lakewood lo antes posible.

-Ya veo. Sin embargo es necesario que hablemos de ciertas cosas.

Archibald recordó que su padre había enviado a Vincent Brower para convencerlo de regresar con Annie. Tragó saliva esperando que su padre lo cuestionara sobre tal decisión.

Si todo hubiera sido así...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora