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Criar bebés era todo un lío, pensaba Jennie.

Por supuesto, ella estaba preparada para eso. O, al menos, para lo que imaginaba que iba a ser. Lloraban mucho, lo que no era ninguna sorpresa, así que los primeros meses se fueron turnando con Lisa por las noches para hacerlas dormir. Fue agotador, claro, y demasiado caótico, pero eso no quitaba los buenos momentos que iban teniendo también.

―Son muy lindas ―sollozó Lisa tres meses después, mientras les cambiaba la ropa y les ponía unos adorables enteritos con diseño de gatos bailarines―. Jennie, ¡son muy lindas!

―Y ladronas ―agregó la alfa antes de ganarse una mala mirada por parte de la omega―, bueno, ¿cómo quieres que me sienta? Me roban tu atención.

―¡No puedes ponerte celosa de tus hijas! ―exclamó Lisa, indignada―. Además, si acabé preñada con una camada tan grande es por tu culpa, ¡porque actúas como una carnívora posesiva y salvaje que sólo pensaba en preñarme!

―¡Porque soy una carnívora salvaje y posesiva que sólo piensa en preñarte! ―reclamó Jennie.

Lisa le lanzó una almohada.

De cualquier forma, la omega tenía que darle algo de razón a su novia en ese sentido: era una carnívora salvaje, grande y protectora con su manada. Jennie siempre estaba muy alerta cuando salían a cualquier lado, como si olisqueara el peligro a kilómetros de distancia, y miraba muy mal a cualquiera que se quedara mirando a Lisa por más de dos segundos. Además, había agarrado la costumbre de transformarse en pantera cuando estaban en casa y Lisa la aprovechaba para hacer nidos con sus cachorritas. Las cachorras no parecían asustarse de que una pantera las agarrara y lamiera, por el contrario, parecía gustarles mucho cuando Kim las acurrucaba contra su suave pelaje, ronroneándoles. Lisa a veces no aguantaba la tentación y se transformaba en ardilla para dormir contra Jennie también, tan a gusto por todas las feromonas que exhalaba.

La omega estaba dedicada completamente a sus cachorritas. Le encantaba estar con ellas, hablarles, abrazarlas, besarlas y acurrucarlas en sus brazos. Sentía que... que eran lo más perfecto que ella pudo haber hecho alguna vez en su vida y no se cansaba de mirarlas.

―¿Te hacen feliz? ―le preguntó Jennie, cinco meses después, mientras preparaba la cena.

―Muy feliz ―afirmó Lisa, sonriendo―. Es agotador, claro, cuando nos despiertan en mitad de la noche, pero... pero las amo mucho, Jennie.

―¿Más que a mí?

―¡Claro! ―Lisa se rió al ver la cara de Jennie―. Es un tipo de amor diferente.

―Mmm... ―la alfa fingió estar enfadada―. Entonces deberíamos tener otra camada.

―¡No seas descarada, pantera gruñona! ―Lisa se veía genuinamente indignada―. No más bebés por el resto de mi vida.

Jennie se rió ante esas palabras, sin sentirse molesta u ofendida, porque no había motivos para sentirse así. Ella no iba a pedirle más cachorros a Lisa, con las que tenía era más que suficiente, además de que era la pelinegra quien debía decidirlo.

―Te amo ―le dijo Jennie de pronto, y Lisa sintió sus mejillas coloradas.

―Nini...

―Es en serio ―la alfa dejó de cocinar para irla a abrazar―, te amo. Eres mi dulce omega a la que adoro con mi vida entera ―le dio un beso en la boca―. ¿Quieres casarte conmigo?

Lisa la observó con gesto desconcertado, un poco fuera de sí ante la repentina pregunta. La alfa la observaba con ese gesto tranquilo, aunque pudo ver un poco de ansiedad en sus ojos, quizás por los nervios.

Wild chipmunk | JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora