Epílogo

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Jennie se había acostumbrado a llegar a casa y ver a cinco niñas esperándola en la entrada, con ojitos brillantes por la emoción. Por lo mismo, cuando no las vio al abrir la puerta, no pudo menos que fruncir el ceño.

―¿Cachorras? ―preguntó.

―¡En la cocina, Jennie! ―escuchó el grito de Lisa, y se apresuró en ir allí.

Su esposa estaba preparando la cena. Sentada en la mesa, con un puchero triste y expresión desolada, se encontraba su pequeña Minji. Parecía haber estado llorando por su nariz enrojecida y ojitos hinchadas, lo que la preocupó casi de inmediato.

―¿Qué ha pasado, cachorrita? ―preguntó, yendo a verla―. ¿Mamá no te ha mimado hoy?

―¿Qué dices? ―farfulló Lisa, antes de girarse para mostrarle su colita de ardilla―. Sus hermanas la han hecho llorar.

―¿Cómo...?

Y, como respuesta, vio como unas pequeñas cabecitas de ardilla se asomaban del enorme y peludito rabo de Lisa. Parpadeó, viendo a sus cuatro cachorritas observándola, antes de ponerse a chillar.

―Se pusieron a jugar a las escondidas ―explicó Lisa, sacudiendo su cabeza―, y le tocó a Minji. No las ha pillado, así que le dije donde estaban y sabes que...

―Oh.

Jennie miró con reprobación a las cuatro cachorras antes de tomar en brazos a Minji. El mes pasado habían cumplido los seis años y a Jennie le gustaba mucho mimarlas al tenerlas allí, acurrucadas contra ella.

―Quielo sel a-dilla ―sollozó Minji en sus brazos.

El último año ese había sido todo un problema para su cachorra mayor. En muchos juegos que tenía con sus hermanas había un momento de quiebre, pues a veces solían transformarse en sus formas animales y las diferencias entre pantera y ardilla se hacían más notorias. Por ejemplo, a Minji le costaba medir su fuerza y hubo ocasiones en las que, sin querer, era un poco más brusca con sus hermanas y eso terminaba con alguna llorando. O, por la diferencia de tamaños, de manera inevitable Minji quedaba algo apartada del juego. Jennie se imaginaba que su panterita quizás quiso esconderse en la colita de mamá como hicieron las otras chicas, pero se sintió mal ante lo que era evidente: ella no podía hacerlo, porque era demasiado grande. Además de que a mamá le iba a doler si trataba de subirse.

―No digas eso ―dijo Lisa, viéndose triste―, eres hermosa como eres, Min. Mamá ama que seas una hermosa pantera, como papá.

―No ―sollozó Minji―, ¡no, no me gusta!

Lisa se veía más desolada ante esas palabras y Jennie supo que era porque debía estarse sintiendo culpable. Si bien la alfa le aseguraba que no le importaba que sólo una de sus cachorras fuera pantera, su pareja pensaba que pronto le iba a reclamar por eso. Incluso había sugerido el año pasado tener otro bebé, tal vez así saliera otra panterita, para que Minji no se sintiera tan sola. Jennie le dijo que no por tres motivos: el primero, es que no podían asegurar que sólo fuera un bebé, considerando que tuvieron una camada de cinco niñas; segundo, nada aseguraba que fuera pantera; y tercero, un nuevo bebé implicaba nuevos gastos, y si era otra camada, entonces quedarían en la pobreza. O, bueno, quizás no tan así, pero si sería difícil económicamente hablando.

Además, Jennie sabía que Lisa tampoco quería otro bebé. Así que no había nada más qué discutir.

―Está bien, cariño ―suspiró Jennie, acariciándole el cabello a Minji con ternura―, está bien si te sientes así, mi pequeña cachorrita... Pero debes saber que papá y mamá te aman así como eres, siendo la linda pantera de nuestra manada.

―¡Nosotlas igual te amamos! ―gritó Danielle, que había saltado al suelo y se transformó en su forma humana―. ¡No... no quedíamos hacelte sentih mal! ―dijo, antes de ponerse a llorar.

―¡No, no quedíamos! ―sollozó Haerin, que le siguió a su hermana y fue a abrazar a Minji por las rodillas.

―¡Pedón, Min! ―Hyein fue la tercera en transformarse y también corrió a abrazar a Minji.

―¡Nunca más lo hademos! ―apoyó Hanni, llorando sin control alguno.

Al final todo fue un poco desastroso tratar de controlar a cinco niñas llorosas, en especial cuando las ardillitas empezaron a decir que querían ser panteritas y ya no les gustaba ser ardillas. Se les pasó cuando la cena estuvo lista y Lisa les sirvió su plato favorito (o la comida vegetariana de ardillas y la comida carnívora de pantera).

―Sigo preocupada ―suspiró Lisa más tarde, acurrucada contra Jennie mientras miraban televisión―, no quiero que Minji se siga sintiendo así, Nini...

―Bebé... ―la alfa le besó la frente―, las niñas están notando sus diferencias y hay que comprender que se puedan sentir de esa forma, pero nosotras debemos estar allí para apoyarlas y enseñarles que esas diferencias las hace únicas ―una caricia en la mejilla―. Lo importante es que les expliquemos todo con cuidado y siempre estemos al lado de ellas para apoyarlas.

―¿Por qué siempre debes decir las cosas perfectas en el mejor momento? ―se quejó Lisa, aunque había una sonrisa dulce en su rostro―. Realmente eres muy linda, Jennie...

―No tan linda como tú ―Jennie ahora le dio un beso en la boca―, mi linda ardilla...

Lisa comenzó a reírse, con el beso profundizándose y sintiendo las habilidosas y rápidas manos de Jennie acariciándola. Le encantaba que su alfa le tocara de esa forma, haciéndola sentir tan deseada y querida a pesar de los años.

―Una pantera tan salvaje... ―Lisa gimoteó al sentir los labios deslizándose por su cuello―, para una ardilla tan salvaje...

―No me provoques ―gruñó Jennie, subiéndose sobre ella para deslizarle la ropa hacia abajo―. ¿Aprovechamos que las niñas duermen?

―¡Debes aprender a aguantarte, Jennie! ―jadeó la omega―. Bueno, pero rápido...

―Sabes que lo hago rápido, bebé...

―Mmm... ―una sonrisita burlona por parte de Lisa―, sí, la otra vez fueron dos minutos...

Jennie soltó una carcajada sin control, con sus dedos deslizándose por el trasero de la omega y apretujándolo.

―No fue mi culpa ―se defendió Jennie―, es que tú me montas muy rico, Lili...

―¡Jennie! ―se rió Lisa fuertemente.

No tuvo que reírse tanto. Para su desgracia, las niñas se despertaron ante sus carcajadas sin control alguno.

―¡Mamá! ―gritaron desde su habitación, y las dos suspiraron.

―Fue tu culpa ―se dijeron al mismo tiempo, provocando una nueva risa dulce entre ellas.

―Las iré a ver ―dijo Jennie―, si se vuelven a dormir...

―No, ya perdiste tu oportunidad ―bufó Lisa, y Jennie se fue refunfuñando.

Lisa sólo pensó, con una sonrisa enorme, en que la vida podía ser muy buena para una ardillita como ella. En especial ahora que tenía una linda manada protegida por esa pantera que le protegía y amaba con todo su corazón.

Wild chipmunk | JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora