Prólogo: Ecos en la Oscuridad

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En la penumbra de una habitación apenas iluminada por la tenue luz de una lámpara, Xochitl se sentaba rodeada de recuerdos ajenos. La pared frente a ella estaba cubierta de fotografías, dibujos y recortes de periódicos, todos centrados en una sola persona: Claudia. Cada imagen, cada detalle, era un fragmento de un rompecabezas que Xochitl había dedicado años a ensamblar.

Xochitl deslizó sus dedos sobre una fotografía de Claudia sonriendo en un evento comunitario. Sus ojos oscuros brillaban con una mezcla de adoración y obsesión. Era una devoción que había crecido y mutado con el tiempo, transformándose en algo más profundo y oscuro. Había empezado como una admiración inocente, pero ahora era una necesidad insaciable, un deseo que la consumía día y noche.

Claudia…” susurró Xochitl, casi en trance. “Eres perfecta, y nadie lo entiende como yo.”

Había memorizado cada rutina de Claudia, cada uno de sus hábitos. Sabía a qué hora salía a caminar, cuáles eran sus lugares favoritos, y con quiénes se relacionaba. Nada escapaba a su vigilancia. Cada movimiento de Claudia era como una pieza de música que Xochitl había aprendido a tocar a la perfección.

Mientras el mundo exterior continuaba su curso sin sospechar nada, en esa habitación se gestaba una historia de obsesión y deseo. Para Xochitl, Claudia no era solo una persona; era un objeto de devoción, una musa, la protagonista de una fantasía cuidadosamente construida.

Pero esta fantasía tenía un borde afilado. En el rincón más oscuro de la habitación, junto a una pila de diarios llenos de pensamientos y planes, un cuchillo brillaba bajo la luz de la lámpara. No era solo una herramienta; era una promesa, un símbolo de la determinación que ardía en el corazón de Xochitl.

Mientras el reloj marcaba la medianoche, Xochitl se levantó y apagó la lámpara, sumiendo la habitación en la oscuridad. La obsesión que la consumía era un eco en la noche, un susurro constante en su mente.

Pronto, Claudia,” murmuró en la oscuridad, “pronto estarás solo conmigo.”

El prólogo de esta historia se cerraba en sombras, con la promesa de una tormenta que se cernía sobre la tranquila vida de Claudia. Una tormenta que traería consigo los vientos oscuros de una obsesión implacable.

El Rostro de la ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora