Capítulo 1

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Nunca había viajado sola en un colectivo a larga distancia. Hasta ese día.

El hecho de tener que enfrentar algo desconocido, y tener que hacerlo sola, me generaba demasiada inseguridad, lo que le daba lugar a una catarata de preguntas: ¿Y si me confundía de horario y llegaba tarde? ¿Y si me subía al colectivo equivocado y terminaba en el otro extremo del país? ¿Y si me confundía de asiento y pasaba un papelón? ¿Y si me bajaba al baño y cuando volvía el colectivo ya se había ido? La lista continuaba hasta llegar a los extremos de las tragedias en rutas o secuestros express. Demasiado exagerado, pero en el momento me parecía posible.

Muchos eran miedos estúpidos e imposibles que sucediesen, pero de todos modos no lograba ignorarlos. Odiaba tener que hacer algo que nunca había hecho, odiaba salir de mi "zona de confort"... pero, a la vez, tenía muchas ganas de pasar las vacaciones junto a mis primos.

Junté valor y salí de mi casa para alcanzar la valija al auto de mi papá. Estaba a punto de emprender el viaje de veinte minutos hacia la terminal de ómnibus para luego comenzar el de casi siete horas que me llevaría hasta la capital correntina, lugar donde vivían mis primos y tíos.

—¿No te olvidas de nada? —Me preguntó mi papá cuando le pasé la valija para que la guardase en el baúl del auto—. Vas a estar un mes allá... —me recordó como si fuese algo que pudiese pasar por alto. Al parecer le afectaba muchísimo el hecho de no tener a su única hija en su casa durante treinta días.

—Creo que está todo —le dije volviendo al interior de la casa para buscar la mochila que llevaría arriba del colectivo.

Cuando estaba entrando, casi choqué con mi mamá que estaba saliendo de la casa algo distraída ya que iba acomodándose el cabello rubio que le caía por los hombros. No lo tenía muy largo, pero si enrulado como el mío. De ella solo había heredado los rulos, ya que mi color era castaño oscuro como el de mi papá; aunque a él ya le quedaba bastante poco debido a los años.

—¿Llevás el cargador del celular? —inquirió terminando de abrochar su cabello con una pinza que hacía juego con su camisa tres cuartos negra. Siempre trataba de combinar todo, aunque la mayoría de su vestuario se componía de colores neutros.

—Sí, está todo —repetí por quinta o sexta vez en el día.

Después de salir, ella trancó la puerta y fuimos hacia el auto que ya estaba en marcha, esperándonos en la salida del garaje.

Durante los veinte minutos que tardamos en llegar a la terminal, ambos me invadieron con recomendaciones, consejos y pedidos de comportamiento durante todo este mes que estaríamos separados.

—Y espero que no causes ningún problema, porque apenas me entero les digo que te manden de vuelta —me avisó mi mamá mientras yo sonreía pensando que esa "y" marcaría el final de todo el discurso.

—Acordate de llamar para que sepamos cómo estás —me pidió mi papá.

—Los voy a llamar —prometí—, no se preocupen. No me estoy mudando y tampoco voy a un lugar desconocido —traté de tranquilizarlos aunque, en el fondo, la que más nerviosa estaba era yo.

El colectivo salía a las dos y media de la madrugada y habíamos llegado con treinta minutos de anticipación. Porque si había algo que caracterizaba a mis papás era, sin dudarlo, la puntualidad, y bastante exagerada en ciertos casos.

Esperamos durante diez minutos hasta que vimos que el transporte se asomaba por la entrada. Las personas que estaban esperando y que, supuse, viajarían conmigo, comenzaron a ponerse de pie y a despedirse de las personas que los habían acompañado.

Locuras enlistadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora