Capítulo 22

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Mi mirada se negó a despegarse de la puerta. En cierto punto esperaba que ésta se volviese a abrir y que Yago apareciera tras ella. No iba a suceder y me costaba asimilarlo.

También se me hacía difícil comprender por qué aquello que había pasado me afectaba de la manera en la que lo hacía, por qué al encontrarme con sus ojos después de mis palabras se había producido ese quiebre significativo en alguna parte de mí y por qué ahora, que sabía que se había ido, comenzaba a sentir un vacío abrumador.

No podía afectarme. No podía dejar que lo haga. No tenía ningún motivo por el cual sentirme mal ante la decisión de alejarme. Sólo habían sido tres las semanas en las que él había marcado presencia en mi vida, aquello no podía cambiar nada, no podía originar heridas, no podía doler... no podía generar sentimientos. No podía, pero lo había hecho.

Quizás lo que en verdad importaba no era el tiempo, sino las cosas que se hacían en ese tiempo, los momentos que se vivían y la marca que éstos dejaría en nuestro camino.

Entonces me di cuenta de la importancia que había tenido la presencia de Yago en mi vida, lo mucho que me había ayudado y lo mucho que esto significaría en el futuro. No recordaba haber reído tanto en mi pasado y mucho menos, haber notado esa sonrisa instantánea que aparecía al repasar los hechos vividos.

Me encontré sonriendo ante aquel pensamiento, y de forma automática el dolor volvió a mi, quebrando ese gesto en dos.

—Regi, teléfono.

Moví lentamente la cabeza para encontrar a mi prima con el celular tendido hacia mi. Lo miré extrañada hasta que noté que era su celular y no el mío. Enarqué una ceja, incapaz de encontrar mi voz.

—Es tu amiga.

Tomé el aparato y sonreí en señal de agradecimiento. Lo acerqué a mi oído.

—Cuando termines llévalo a mi pieza —me dijo volviendo sobre sus pasos.

Hice un sonido para hacerle saber a Ludmi que estaba al teléfono.

—¡Al fin! —exclamó entendiendo mi señal—. Desde el domingo que quiero hablar con vos y no puedo porque me dice que tu celular está apagado. No sé qué te habrá pasado pero puedo deducir que Yago tiene algo que ver, directa o indirectamente. Y espero que no sea directamente porque lo acribillo.

Sonreí. Fue inevitable, salió desde lo más hondo, surcando entre los pensamientos que la habían borrado antes y se dibujó en mi rostro.

—Primero quiero decirte que nunca más me hagas esto, mujer. Apenas pase algo y necesites hablar, llamame. ¿Okay? Te lo dije miles de veces y parece que tengo que seguir repitiéndolo para que lo entiendas —hizo una pausa para tomar aire—. Ahora sí, te escucho.

—Hola Ludmi —mascullé—. Perdón por...

—¡Basta de formalidades! Soltá el rollo que te está comiendo el cerebro y no te deja pensar con claridad —Esta vez reí. Con sus delirios era imposible no hacerlo. —Dale, ¿qué te pasa?

Tomé aire, el suficiente para poder enfrentar toda la charla sin ahogarme en la mitad. Aunque el hundimiento era el que llevaba las de ganar en lo que a pronósticos refería.

—Yago pasa...

—¡Yo sabía! ¡Yo sabía! Lo voy a acribillar, ¿me escuchaste? Lo acribillo.

—¡Pará! —le pedí riendo—. Dejá que te cuente todo hasta el final, por favor.

—De ninguna manera. No me podés pedir que me mantenga callada hasta el final. Necesito hablar.

—Bueno, dejame terminar la idea entonces, ¿ok?

Locuras enlistadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora