Capítulo 27

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No tuve noticias de Yago hasta la noche siguiente. Durante todo ese día no había podido dejar de pensar en él y en ese te quiero que había salido de sus labios. Mi mente volvía una y otra vez a ese momento como si se tratara de un hecho que hubiese marcado un antes y un después. Y quizás lo había hecho, porque desde ese momento el miedo hacia esos sentimientos que me visitaban había disminuido, las dudas se habían disipado y la idea de evitarlo había desaparecido por completo.

Recibí un mensaje de él después de cenar, justo antes de disponerme a dormir. Iríamos al día siguiente. La decisión ya estaba tomada.

El horario de visita era a las tres de la tarde. Yago se había encargado de averiguar esto más la documentación requerida para poder entrar. Eso conllevó a la llegada de una mala noticia; los que no eran familiares directos no podían entrar sin una tarjeta específica, la que tardaba días en poder realizarse. Esto me lo informó cuando ya estábamos camino a la comisaría y en su voz no noté signos de querer arrepentirse.

La idea principal había sido que lo acompañara y eso suponía también estar a su lado en el momento del encuentro; así era como Yago había querido, como yo había querido y como el destino nos lo había impedido. No quería dejarlo solo cuando le había prometido estar ahí, pero tenía que convencerme de que él podía, que era fuerte y que, si aún no había dicho nada sobre echarse atrás, no tenía por qué considerar esa idea.

Nunca había estado en una penitenciaría y no sabía siquiera como imaginarla. Lo primero que venía a mi mente cuando pensaba en ello era alguna de las que había visto en las películas, aunque no creía que en esta ciudad hubiese edificios tan imponentes. Yago me avisó cuando estábamos llegando y me topé con un gran paredón de una gran extensión que cubría toda la cuadra. Aunque no me hubiera avisado, igual lo hubiese distinguido; el alambre de púas que lo recorría no dejaba lugar a la duda. Avanzamos hasta la esquina donde dobló y nos topamos con la entrada. Un edificio bastante alto pintado de verde seco, con un cartel que nos indicaba que estábamos en el lugar correcto.

Definitivamente no era como lo había imaginado, no resultaba tan aterrador desde allí afuera; pero tampoco podía minimizar la impresión que me causó verlo. No pasaba desapercibido, era bastante grande.

Yago estacionó unos metros más adelante, apagó el motor y continuó aferrado al volante, con la mirada perdida al frente y la mandíbula tensa. Respiró hondo y soltó el aire rápidamente por la boca en forma de soplido.

—¿Estás listo? —inquirí preocupada.

Recibí un leve movimiento de cabeza como respuesta, una negación.

Hice una mueca.

—Podés... podés no hacerlo si no querés —macullé y volvió a negar, esta vez dirigiendo sus ojos hacia mi.

—Ya estoy acá, no pienso echarme atrás justo ahora. No me hagas dudar, por favor.

—Me alegra escuchar eso. Va a salir todo bien —le dije más confiada.

Minutos más tarde, nos dirigimos hacia la entrada. El nerviosismo de Yago se podía percibir con sólo mirarlo. En ese momento comprendí que era fuerte. Miraba el edificio sin bajar la vista, dispuesto a enfrentar lo que sea que estuviese adentro, dispuesto a abrir sus heridas nuevamente para conocer la verdad, para alejarse de la duda. Si yo hubiese estado en su lugar, probablemente ya estaría retrocediendo, atormentada por las dudas y el temor.

Nos recibió un oficial que le pidió su identificación luego de que Yago le dijera nuestro propósito. Tal y como me lo había advertido, a mí no me dejaron entrar. Una vez que aprobaron el ingreso de él, se tomó unos segundos para dedicarme una mirada. Pareció no bastarle porque caminó hacia mí.

Locuras enlistadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora