Hazme...

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Pablo secó una lágrima de la mejilla de Lionel, y como quien caminara por arenas movedizas con mucho cuidado, temor y suavidad se animó a pasar sus dedos por el rostro de Scaloni, afuera solo las luces de la calle dibujaban sus siluetas en el living, y el silencio era tal que podía oírse el respirar de ambos.


Lionel miraba a Pablo que, con su mirada perdida seguía los movimientos de los dedos, como quien acariciaba un objeto maravilloso y único, admirando su belleza, y no podía dejar se sentirse atraído por aquello, comenzó a sentir cosas, eran sensaciones que había sentido antes, y no sabía qué hacer con todo aquello que no podía controlar y que no quería que parara.


Eran dos hombres adultos, uno con miedo de asustar al otro, y el otro confundido por todo lo que la situación le estaba causando. Lionel se puso de pie bruscamente, y Pablo entendió que se había propasado, el más alto tomó la campera de la mesa y el cordobés se tomó la cabeza, totalmente convencido de que lo había perdido.


- ¿qué carajo haces? - Pablo no hablaba quería desaparecer: - ¿no entendes que yo estoy recién separado flaco? - mientras más hablaba más furioso estaba, y Pablo más deshecho. De repente se frenó: - pero la puta madre- se hizo un silencio: - no sé qué hiciste, pero fue hermoso- y la voz se le quebró, Pablo lo miró, Lionel estaba con el rostro entre las manos llorando, rápidamente Aimar se puso de pie: - no, no está bien, no está bien- repetía el pujatense llorando angustiosamente, Pablo lo envolvió en un abrazo y Lionel soltó todo aquello que ocultaba a los demás y que sabía que solo aquel hombre era capaz de comprender, en definitiva, se habían juntado para compartir sus soledades.


Pablo solo quería estar ahí, escuchar, entender, acompañar, sacarle, borrarle de una vez por todas esa mirada triste, Lionel merecía ser feliz, merecía que alguien lo quisiera bien. Lionel se zafó tomó rápido su campera y se fue presuroso dando un portazo, dejando a Pablo partido por la mitad mirando la puerta cerrada.


El cordobés se fue lentamente al sillón y miró a su derecha donde se había sentado Lionel, como si aún estuviera allí y estuviera rogando que se quedara, y solo había quedado su perfume.

Lionel caminaba por el pasillo, con rapidez hacia el ascensor, cuando se detuvo en la mitad, se dio vuelta y miró la letra "D" dorada en la puerta del departamento del pediatra. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué estaba sintiendo? ¿Qué le estaba pasando? Pasó la mano pesadamente por su rostro y cuando cerró sus ojos, la imagen de Pablo observándolo con aquella mirada obnubilada de amor se le apareció y otra vez su cuerpo volvió a ponerse tenso, a sentir una urgencia extraña por besar los labios de aquel hombre que le movía hasta los prejuicios. Negaba con la cabeza, volvía a encarar para el ascensor y se volvía a frenar: "¿y si me voy? Nunca voy a saber que es lo que me pasa" se volvió a dar vuelta y al mirar la puerta sintió que esa "D" se le venia encima: "necesito, necesito besarlo, necesito probar, necesito entender, lo necesito" se gritó a si mismo, y caminó decidido a aquella puerta que no solo abría el departamento de Pablo, si no también el camino a todas las respuestas que necesitaba.

Al cabo de un momento Pablo escuchó unos golpes pesados y lentos en la puerta del departamento, y la observó con miedo de abrir:


- soy yo- escuchó la voz lánguida de Lionel. El pediatra se puso de pie y miró la puerta como no creyendo lo que escuchaba: - abrime Pablo- le gritó desesperado del otro lado, Pablo corrió desde el sillón a la puerta y abrió rápidamente y se vio atropellado por un beso, Lionel lo tomó fuertemente del rostro mientras entraban de la forma más torpe y atolondrada. Pablo trataba de encontrar algo para detener esa avalancha de amor que lo había arrollado, cuando chocaron con el desayunador. Al fin Lionel lo soltó, y se alejó de él:

Curitas para el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora