Mundo agradable.

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La habitación oscura parecía engullirlo, estaba sentado a los pies de la cama de Tadeo, la única luz que entraba era la del pasillo, a través de la puerta entre abierta. No quitaba la mirada de su pequeño niño que no vería por casi un mes, y para el serian años. Lo veía dormir, y de vez en cuando prestaba especial detalle en su respiración. Era una costumbre que tenía desde que nació, de acercarse a su cuna y poner una mano en la espalda del recién nacido para verificar que respiraba, siempre tuvo miedo de perderlo, les había costado tanto tenerlo y habían sufrido mucho como para no cuidarlo como si fuera el motor del mundo, su mundo. Pasó su mano por el cabello castaño de su hijo, suspirando hondamente y tratando que las lágrimas que comenzaban a salir no lo despertaran.


En ese momento pedía a gritos un abrazo, pero Pablo estaba de guardia y no podía molestarlo. Salió de la habitación dando pasos pequeños, y al llegar a la puerta le dio una última mirada a Tadeo. Se alejó unos pasos de la puerta y tomó el teléfono para llamar a su amigo Fabian:



- Hola Ratón, perdón la hora. Pero quería saber si no querés venir a casa a tomar algo, no quiero estar solo- Lionel había aprendido en este último tiempo a apoyarse en sus amigos, a pedir ayuda, a mostrarse débil frente a las personas que quería y en las que confiaba:



- dame un rato que me cambio y voy- le dijo Ayala del otro lado, y luego hizo una pausa: - ¿querés que lo llame a Walter también o querés hablar solo conmigo? - le preguntó:



- no, no, vengan los dos- dijo el pujatense apoyándose en la pared: - flaco- dijo haciendo una pausa: - sin ustedes no hubiera llegado ni a la esquina- Fabian del otro lado se sentó en la cama: - puede ser exagerado, pero le agradezco a la vida que ustedes estén conmigo- Lionel escuchó un suspiro largo y profundo del otro lado del teléfono:



- Gringo, yo le agradezco a la vida exactamente lo mismo- Lionel sonrió secándose un par de lágrimas: - esperanos que ahí vamos con Walter, ¿tomamos un café? - le dijo el Ratón y Lionel largo la carcajada:



-sí, no quiero tomar alcohol por mucho tiempo- se despidieron y colgaron, el dt caminó hasta el living esta vez con una sonrisa en el rostro, agradecido por los amigos que tenía. Recordó que primero conoció a Walter en la sub 20 y que la primera vez que lo vio, le dio miedo, tenía la mirada celeste dura y seria, no por nada luego comenzaron a decirle "El Muro". Pero una vez que entabló una conversación con él y fue haciéndose amigo, descubrió que era todo fachada, era un tipo simple, de risa cálida, y presto a dar consejos.



Con Ayala fue diferente, lo conoció después de más grande, tenía un respeto por el Ratón que no le permitió acercarse a hablar con él el primer día en la selección, el tipo se había jugado todo, era una institución en la mayor y tenía cuerda y garra para varios años más en la albiceleste. Fue Fabian el que se acercó un día a ofrecerle un mate, y empezó a hablar con él, tipo centrado, recto, pero no por eso serio. De los tres quizás por ser el más grande, solía ser el que tenía más sentido común. Era el que bajaba a la realidad a los otros dos, o los calmaba cuando se engranaban.


Mientras esa maraña de recuerdos viajaba por su mente y el ruido de la cafetera inundaba la cocina, iluminada de manera tenue y en tonalidad amarillenta, tocaron la puerta, de repente el rostro pensativo de Lionel se iluminó y fue a abrir, encontrándose con sus dos amigos en la entrada, Walter con un paquete de bizcochos "9 de oro" y Fabian con un paquete de masitas:


- No había panaderías abiertas- le dijo Walter pasando:


Curitas para el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora