Mi nombre es Alicia, tengo treinta y nueve años, y mi trabajo, en la época en que se desarrollaban los acontecimientos, era como secretaria de dirección. Estábamos a finales de verano, y aún, mis compañeros mantenían la jornada laboral continua, por lo que no había nadie por la tarde, tan sólo el director, para quien trabajaba, y algún otro miembro del consejo de administración, que solían acudir a alguna reunión en la intimidad de la oficina.
Aquel día, me sentía realmente contenta. Después de la jornada de trabajo, me iría con mi marido a unas vacaciones que me había regalado mi jefe, según él, por el buen rendimiento que había desarrollado en el último año.
Para que ningún compañero se molestase, me pidió que solicitase un permiso sin sueldo, que él, antes de marcharme me reintegraría con creces, además del regalo de unas vacaciones con todos los gastos pagados al Caribe.
Ese día, la mañana se desarrolló de manera normal, sólo con una sonrisa añadida en mi cara y en mis enormes ojos azules, por la proximidad de mi descanso y de mi premio.
Por la tarde, yo me quedé en la oficina para terminar algunas cosillas y preparar una reunión, que me solicitó Luis, el director.
Poco antes de las 4 de la tarde, llegaron tres personas, el señor José Angel, uno de los socios de la empresa, su hijo Marcos, amigo y compañero de clase mi hijo Carlos, y por supuesto, el director, mi jefe directo, y quien me había regalado esas ansiadas vacaciones.
Los tres hombres se metieron en la sala de juntas. A los pocos minutos me llamaron. Habían abierto una botella de champán y me invitaron a brindar con ellos.
La sala de juntas de la empresa era enorme, tenía una mesa grande, de reuniones, para al menos diez personas, y luego, en un apartado, una mesa baja, que bordeaban dos sofás, también, preparados para albergar varias personas.
Señorita Alicia, tómese usted una copa en honor a mi hijo. Acaba de cumplir dieciocho años.
Mientras decía esto, me entregó una copa de champán, y procedimos a brindar.
Señora, por favor, le respondí, por edad y porque llevo casada casi veinte años.
Observé la el móvil que llevaba el chico, sin duda el regalo de cumpleaños que el padre le había hecho. No se sabía si era un teléfono con cámara de fotos, o una cámara de fotos con teléfono incorporado. En cualquier caso, sería un regalo muy caro.
José Angel me llevó de nuevo a la realidad, continuando la conversación.
Recuerdo cuando se casó, era entonces casi una niña. Como pasa el tiempo, entonces mi hijo no había nacido, y hoy, Marcos, ya es mayor de edad.Es cierto, tú eres un poco mayor que mi hijo, a él aún le faltan unos meses para cumplir los dieciocho.
Tomé media copa, e hice intención de salir, pero de nuevo José Angel, me dijo que debía apurarla. Aunque no me gusta demasiado el champán, por no ofender a una persona importante dentro de la empresa, bebí el resto de la copa hasta apurarla, y regresé a mi mesa, situada junto al despacho de mi jefe.
Por mi trabajo, solía ir bien vestida. Ese día, una falda bordeando las rodillas, y una camisa blanca. Mi aspecto, modestia a parte, es excepcional. Soy rubia, tengo un abundante pecho, y aunque no soy demasiado alta, los hombres siguen mirándome cuando camino alrededor de ellos.
También diré que soy una mujer fiel, desde que comencé a salir con Arturo, mi marido, hacía ya veintidós años, no volví a tontear con ningún chico, y la verdad, es que no me han faltado oportunidades.
A los pocos momentos de estar sentada noté como si mis músculos flojeaban. No sabía muy bien que estaba pasando, pero sentía que mi cuerpo se paralizaba.