Cuando Carol cumplió veintidós años quiso decir basta.
De pequeña, la historia que su madre le había contado era que su padre había muerto antes de que ella naciera y eso siempre había alimentado todo tipo de fantasías acerca de cómo había sido aquel misterioso hombre que trágicamente se había ido antes de poder conocerla. Carol se lo imaginaba guapo, fuerte y valiente, un padre lleno de confianza y de cariño, capaz de hacer cualquier cosa por su pequeña.
Cuando Carol fue un poco más mayor, quizá porque su madre pensó que ya era capaz de comprenderlo, le contó la verdad. Su padre no estaba muerto. Simplemente se había marchado. Al parecer, no se llevaban demasiado bien, era un infierno vivir bajo el mismo techo y, simplemente, se marchó para no volver.
Su madre dejo que Carol pensara durante mucho tiempo que su padre, aquel hombre del que se había hecho una imagen idealizada del padre perfecto, le había abandonado al nacer. Solo cuando se dio cuenta de que a su hija se le había roto el corazón terminó de contarle la verdad. Su padre se había marchado sin tener idea de que iba a tener una hija.
Carol creció obsesionada con la idea de estar con aquel hombre maravilloso que su madre le había robado la oportunidad de conocer.
— No es una buena idea — le decía su madre — tu padre no es una buena persona...
Pero eso no desanimaba a Carol que continuaba pensando que en algún lugar del mundo existía un hombre dulce y bueno que nunca había tenido la oportunidad de quererle, de abrazarla y de ser su padre. La opinión de su madre, sin duda, surgía de la amargura y del rencor.
Aunque para entonces la relación con su madre se había deteriorado mucho y apenas tenían contacto Carol le insistió durante semanas y al fin le reveló los datos personales de su padre. Su nombre completo, las últimas señas que había dejado, el nombre de alguno de sus familiares...
Muy nerviosa e incluso asustada, Carol confío en su novio para localizar a su padre perdido. No costó demasiado dar con él, apenas una búsqueda por Internet que consiguió localizarle en una ciudad vecina y vincularlo a una dirección y un número de teléfono.
El novio de Carol llamó a ese número de teléfono y estuvo hablando con un hombre de voz profunda y aterciopelada, más bien amable y cordial. Tras identificarlo como el hombre que había estado casado con la madre de Carol, quiso que supiera que cuando se separó de su mujer, ella estaba embarazada. Que tenía una hija de veintidós años llamada Carolina cuyo principal deseo en la vida era conocerlo a él.
El hombre quedó gratamente sorprendido y consideró muy buena idea planear un encuentro, ardía en deseos de conocer a su hija. Rápidamente, Carol le arrebató el auricular a su novio.
— Hola, Papá...
— Hola...
— Llevo toda la vida queriendo conocerte...
La cabeza le daba vueltas y sentía la mayor excitación de toda su vida. Pero era feliz al escuchar por fin la voz de aquel hombre.
— A mí también me gustaría conocerte... te llamas Carolina ¿Verdad?
— Si... — dijo estremeciéndose de felicidad — pero todo el mundo me llama Carol...
— ¿Por qué no vienes a casa este domingo? Podemos comer juntos y charlar...
— ¡Si! Si, por favor... nada me haría más feliz...
Tras ultimar los detalles del encuentro Carol se abrazó a su novio. Éste se ofreció a acompañarla, pero Carol le dijo que no.