Mientras me preparaba el desayuno recordé que Paco, mi marido, había quedado con el carpintero para que se pasase por casa a tomar medidas para la ventana del dormitorio. Hacía un par de días que se había roto el cristal debido a un golpe de viento, y dado que la carpintería era tan antigua como el piso habíamos decidido aprovechar para sustituirla por una nueva ventana de aluminio a fin de evitar las molestas corrientes de aire que había cada vez que se levantaba el día ventoso.
Acabé mi desayuno sin prisas y fregué un poco la cocina, tras lo cual decidí darme una ducha ya que estaba toda empapada en sudor. Esa semana estaba haciendo un calor horrible, debido según el hombre del tiempo de la televisión a una masa de aire cálido procedente de África. Permanecí un buen rato bajo el agua dejando que el frío chorro resbalara por mi piel hasta perderse en el remolino del sumidero.
Luego me puse una vieja falda verde que utilizo mucho para estar por casa y una camiseta blanca de tirantes que dejaba mis hombros al descubierto. Completé mi atuendo con unas sandalias y de playa y me decidí a ordenar un poco la habitación para que cuando llegara el carpintero la encontrara en condiciones.
Estaba acabando de hacer la cama cuando sonó el timbre y me dirigí hacia la entrada imaginando que sería el carpintero. Abrí la puerta y me encontré a un chico joven, de unos 22 o 23 años, vestido con un mono de trabajo y una caja de herramientas a sus pies. La primera cosa que pensé es que no habían entendido a mi marido y que venía ya a montar la ventana, sin medidas ni presupuesto. Antes de que me dejara decirle nada se sacó un papel del bolsillo y echándole un rápido vistazo me miró directamente a la cara.
- Buenos días. ¿Es usted la señora Carmen?. Soy Felipe, de Caldergas, que venía a mirar lo de la caldera.
La verdad es que ya ni me acordaba de lo de la caldera. Últimamente fallaba bastante y hacía ya unos cuantos días que habíamos avisado al técnico y nos había comentado que tenía mucha faena y no sabía cuando podría pasar. Con el calor que estaba haciendo la verdad es que apenas usábamos el agua caliente, así que como no era un tema urgente lo dejamos pasar y no volvimos a llamar, por lo que no era nada raro que se me hubiera pasado por completo.
- Ah, sí, - le contesté.- La verdad es que ya ni me acordaba. Pasa, pasa, que te enseño dónde está.
Lo conduje a la pequeña galería y comencé a explicarle que no arrancaba la caldera al abrir el grifo del agua caliente, que mi marido creía que eran los inyectores, o algo parecido, no estaba segura. Él me escuchaba atentamente y asentía de vez en cuando.
- Déjeme que le eche un vistazo. – Y estoy segura de que mientras decía esto estaba mirando directamente a mi escote, lo cual me incomodó bastante.
Abrió su caja de herramientas y sacó una llave con la que empezó a trastear en el aparato. Yo, tras él, me limitaba a observarle trabajar sin darle la más mínima conversación. No me había gustado la forma tan descarada que había tenido de mirarme las tetas, y a pesar de que soy una mujer a la que le gusta que me miren, estaba en mi casa y creo que me merezco un respeto. Si hubiese hecho lo mismo en la calle no me habría importado lo más mínimo, es más, me habría encantado y me hubiera sentido halagada de que un chico joven como ese técnico se fijase en una mujer rozando ya los cincuenta. Pero estando en mi casa no.
Ahí permanecía yo mirando cuando volvió a sonar el timbre. Dejé al chico trabajando en la caldera y me dirigí a la entrada imaginando que esta vez sí, sería el carpintero. Abrí la puerta y efectivamente era Osvaldo, el carpintero junto a un ayudante.
- Buenos días, Osvaldo. ¿Qué tal va todo?
- Buenos días, Carmen. Ya ves, aquí tirando y haciendo lo que se puede. El trabajo está flojillo pero no me puedo quejar. Me dijo Paco que me pasara a tomar unas medidas.