Todos los días Anabel salía a las 7:00 p.m. en punto de la preparatoria particular a la que asistía y se iba platicando alegremente con sus amigas Elvia y Teresa, pues las tres vivían cerca; siempre llegaban al kiosco que estaba a la mitad del parque y ahí se despedían y se separaban, ya que Elvia y Teresa se dirigían hacia el norte y Anabel hacia el sur. El parque siempre estaba lleno de niños jugando y gente cuidándolos, así como ancianos que les gustaba sentarse en las bancas y descansar; por eso las chicas nunca se preocupaban. Eran niñas "bien", sin preocupaciones graves, más que la escuela, la música, la ropa y los chicos.
Anabel era una chica rubia de 16 años, alegre y muy bonita, de cara redondita y facciones suaves; su piel tenía la lozanía de la juventud; su cuerpo ya estaba bien formado, desde los 15 años sus senos habían crecido y sus nalgas eran redonditas, con unas piernas largas y torneadas, producto del ejercicio que realizaba en el equipo de volibol de la escuela y en sus ratos libres. Sus amigas también eran muy guapas, pero sus cuerpos aún estaban en la transición de niñas a jóvenes, en cambio el de Anabel ya era un muy bien formado cuerpo joven en todo su esplendor.
Ese día Anabel y sus amigas salieron un poco más tarde de la escuela, pues el profesor de Historia se pasó de la hora y después perdieron tiempo esperando que les entregaran unos permisos que sus padres deberían firmar para asistir la siguiente semana a una excursión.
Como siempre, las tres chicas se fueron caminando y platicando, llegaron pronto al parque; había llovido y no había gente en él; solo unos cuantos transeúntes caminaban por ahí.
Llegaron a la mitad del parque donde estaba el kiosco como siempre y se despidieron; Teresa y Elvia tomaron su camino y Anabel el suyo. Sumida en sus pensamientos no imaginó lo que se avecinaba.
Gustavo era un tipo que ya tenía 36 años y su vida era un completo fracaso; lo habían despedido del trabajo, su esposa lo había abandonado, no tenía ni un centavo ahorrado y estaba a punto de que lo echaran de su miserable departamento; ya hacía varios días que se la pasaba tomando y los últimos pesos se los había gastado en un poco de droga. Se había sentado en una banca del parque totalmente drogado y borracho. Vio pasar a las tres chicas cerca de él; ellas ni siquiera voltearon a verlo, no notaron su presencia. Al ver a las tres chicas con sus uniformes colegiales, sus blusas blancas y sus faldas tableadas cortas se las imaginó desnudas, hincadas y atadas frente a él, sumisas y humilladas. Su verga de inmediato se levantó y las siguió con la mirada hasta el quiosco. Al observar el hermoso cuerpo de Anabel su cerebro, embotado por la droga y el alcohol, lo hicieron imaginarse que era su guapa ex esposa y sintió de nuevo la herida y el enojo que sintió cuando ella le dijo que lo abandonaba por ser un fracasado y que se iba con otro tipo que sí la valoraba. Sintió ganas de estrangularla.
Gustavo vio a las chicas separarse en el kiosco; entonces, al ver que Anabel se iba sola, se levantó y se metió entre los arbustos para cortar camino.
El Lic. Torres, de 43 años, era socio de una importante empresa, regresaba a su casa después de un intenso día de trabajo. Estacionó su elegante auto a un lado del parque, tenía ganas de caminar un poco para relajarse antes de llegar a casa a escuchar los reclamos diarios de su esposa y los gritos de sus dos hijos malcriados. Cada semana hacía lo mismo para aguantar su ritmo de trabajo y de vida. Le encantaba oler el pasto mojado, lo hacía sentir energizado y revitalizado.
Pasó junto a Teresa y Elvia y las saludó cortésmente, ellas le respondieron sonriendo coquetamente, pues Torres se conservaba en buena forma y era un hombre guapo; luego, él las siguió con la mirada y se imaginó a las dos chicas desnudas frente a él, hincadas y chupándole el pene y de inmediato se excitó, pero recordó los celos de su esposa, sacudió la cabeza, se tranquilizó y siguió caminando. Llegó hasta el quiosco y más allá alcanzó a ver a Anabel que se alejaba; durante unos segundos admiró sus largas piernas torneadas, imaginándose que la tenía en cuatro y que se la cogía desde atrás; de nuevo sacudió la cabeza para tratar de alejar sus pensamientos morbosos y decidió caminar hacia el oeste para luego regresar a su auto y a su aburrida vida.