Keyla: Vacaciones en la playa

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La camioneta avanzó por la carretera después de haber estado varada durante horas. Dentro hacía un calor infernal, pero por lo menos el tráfico volvía a ser fluido.

− ¿Ya casi llegamos, Ma?–dijo Gael con fastidio, observando por la ventana a las hordas de vacacionistas que se dirigían a la playa.

−Sí, ya estamos cerca, amor−la mujer suspiró resignada.

− ¿Puedes dejar de quejarte? Todos estamos hartos, pero no ayudas en nada−le espetó Misael, su primo, desde el asiento trasero. La temperatura del vehículo iba en aumento y los ánimos se estaban calentando.

− ¡Ya basta muchachos! ¡No quiero que estén peleando! –Keyla trató de imponer orden. Ambos tenían la misma edad, pero desde niños nunca se habían llevado. Por desgracia su hermana estaba enferma y lo menos que podía hacer era traer a su sobrino para que se distrajera. Por suerte los otros chicos eran más tranquilos.

−No les haga caso, señora. Así van a estar todo el día−dijo Julio. A pesar del horrible trayecto, los amigos de su hijo no daban problemas. Keyla echó un vistazo por el retrovisor y vio a los cinco jóvenes amontonados en la parte trasera.

−Gracias Julio, ya estoy acostumbrada−le dedicó una sonrisa que terminó sonrojándolo. A pesar de su edad seguía siendo una de las mujeres más bellas del vecindario. Tenía los ojos claros y todos creían que parecía modelo.

A la una de la tarde por fin vieron la cabaña erguirse sobre las lomas. Keyla abrió la portezuela para bajarse del auto, el sudor le escurría por todo el cuerpo y la brisa del exterior le pareció un alivio.

− ¡Por fin! –Gael saltó de la camioneta, seguido por su primo. Ambos corrieron a la cabaña para apartar las mejores camas.

Solo los amigos de Gael permanecieron donde estaban. Debido al calor, la tela del vestido de Keyla se había pegado a su cuerpo, ofreciéndoles una vista espectacular. Su figura delataba unas medidas perfectas, con una cintura labrada a base de ejercicio y dietas, sus caderas eran anchas, coronadas por un trasero de ensueño que tensaba la tela. Pero lo que más entusiasmó a los muchachos fue el breve vistazo de su ropa interior, donde se adivinaba una pequeña tanga que se enterraba con discreción en medio de sus nalgas.

El interior de la cabaña era bastante amplio, aunque solo contaba con dos habitaciones. Después de sentarse a la mesa, Keyla les preparó un desayuno rápido. Todos parecían de mejor humor. Al verlos Keyla pensó que su hijo se estaba haciendo mayor, apenas tenía quince años, pero al igual que sus amigos ya no tenía pinta de niño. Julio era fornido, de tez muy morena, con el cabello alborotado y rebelde. Rodrigo era obeso, tenía rasgos torpes y a veces despedía un olor desagradable, por desgracia el muchacho siempre estaba bañado en sudor. César era el más delgado de los tres, se le marcaban las costillas y tampoco era muy agraciado, pero tenía buenos modales. En silencio Keyla se reprendió por aquellos pensamientos tan mezquinos, pero al verlos no pudo evitar pensar que su hijo y su sobrino eran mucho más atractivos.

−Bueno chicos, ahora que se instalaron voy a cambiarme de ropa, me muero por darme un chapuzón−Keyla subió las escaleras con aire despreocupado.

− ¿Qué les parece si también vamos al agua? –Gael se levantó para ponerse el traje de baño, tenían pensado quedarse ahí tres días y no quería perder más tiempo. Todos los demás se dispersaron para instalarse.

De pronto escucharon pasos viniendo de la escalera, Keyla apareció en el umbral, enfundada en un bikini rojo tan diminuto que les quitó el aliento. Ninguno pudo ocultar su erección. La parte de arriba apenas cubría sus enormes tetas, tan generosas que apenas podrían abarcarse con la mano. Lo de abajo no dejaba casi nada a la imaginación, salvo su sexo, todo lo demás quedaba al descubierto.

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