Andre

14 2 0
                                    

Narra Andre:

Me sorprendió la invitación de Andy para asistir a la clase de canto y guitarra, pero en parte me emocionaba bastante. Desde joven amaba la música, los instrumentos y, sobre todo, cantar. Andy me había dicho que su maestro de canto y guitarra llegaba a su casa todos los lunes y miércoles, pero que usualmente su clase era a las 5:00 de la tarde, después de su entrenamiento de voleibol. Hoy, sin embargo, el instructor llegaría más temprano debido a un problema que había tenido. Me emocionaba escuchar a Andy cantar en vivo, ya que, aunque la había oído en algunas ocasiones, nunca la había visto sin espiarla o sin que me sacara de su habitación.

—¿Nervioso?

—¿Eh? ¡No!

Respondí un poco rápido a la pregunta de Andy, lo que la hizo reír y cubrirse la boca con la mano. Me gusta su risa y su sonrisa, pero no debería ocultarla.

—No hagas eso —dije sin pensarlo.

—¿Qué cosa? —preguntó dubitativa, observándome con curiosidad.

—Taparte la boca cuando ríes o sonríes. Me gusta cuando no lo haces.

En lugar de contestar, Andy me regaló una sonrisa genuina y dulce.

—Cambiando de tema, ¿por qué el Príncipe de España estaría nervioso de asistir a una clase de canto y guitarra?

—No estoy nervioso, solo que no soy tan bueno tocando guitarra, piano o cantando.

—Me gustaría escucharte cantar algún día, pero calma tus ansias, Andrew. Hoy solo estaremos en composición y tocaremos guitarra, y si quieres, piano.

—¿Andrew?

—Sí, es más original que Dhru, y como nos llevamos mejor, pensé que "Españolete" ya no sería de tu agrado.

—Andrea, hemos llegado —dijo el piloto, Fernando, quien se dirigió a la puerta para abrirla.

—Fernando, ya te he dicho que me llames Andy.

—Está bien, Andy.

—Gracias, Fernando —Andy se despidió con un gesto y una sonrisa.

Caminamos hacia la entrada del edificio, donde nos esperaba Elena con una sonrisa, dos vasos de té helado y galletas de avena recién horneadas. Andy y yo saludamos a Elena con un abrazo, tomamos la merienda y nos dirigimos a la habitación de Andy para esperar al maestro. Mientras esperábamos, Andy colocó tres butacas: una gris, una amarilla y una negra. También vi cómo tomaba una funda con forma de guitarra y sacaba una hermosa guitarra acústica negra con detalles blancos. Andy me tendió otra guitarra más pequeña, de color verde azulado y con un lazo alrededor.

—Sé que puede ser extraño, pero desde el día que nos dijeron que estarías aquí por seis meses y que te gustaba la música y tocabas guitarra, hablé con mi manager y él me consiguió esta guitarra para que pudieras seguir tocando. Pues, aunque no nos llevábamos al principio quería que pudieras tener un escape.  

—¿Por qué?

—Sé lo que se siente querer escapar de un lugar y no poder. La música fue lo que me ayudó a salir de momentos tristes en mi vida y espero que haga lo mismo por ti —dijo con una mirada triste pero una sonrisa.

—Gracias, s-significa mucho para mí —dije antes de dirigirme a abrazarla.

—No te preocupes, pero solo tengo una condición para ti.

—¿Cuál? —dije en tono burlón.

—Usarás la guitarra y estarás en mi clase de guitarra siempre que quieras. ¿Trato?

—Trato —y después tomé su mano en un apretón amistoso.

Andy se sentó en su butaca amarilla y yo en la gris. Ambos afinamos las guitarras y no pude evitar pensar en que tal vez haya más gente en el mundo que haya tenido una situación similar a la mía. Quince minutos después entró el profesor, Carlo. Andy lo saludó con un abrazo y luego me presentó como "Andre Vega", omitiendo el apellido real, sabiendo cuánto detesto que me llamen por mi título. La clase transcurrió entre música y risas, en un ambiente totalmente nuevo para mí.

La clase fue increíblemente divertida. Carlo nos enseñó algunas técnicas de composición y nos mostró acordes nuevos en la guitarra. Andy y yo trabajamos juntos en una pequeña melodía y, aunque al principio estaba un poco inseguro, pronto me sentí cómodo. La pasión de Andy por la música era contagiosa, y su apoyo me hizo sentir más confiado. Al final de la clase, Carlo nos hizo cantar una pequeña parte de una canción que habíamos compuesto. A pesar de mis nervios, me sentí feliz y realizado.

Al despedirnos de Carlo, me di cuenta de que esta experiencia era algo que realmente necesitaba. La música, la compañía de Andy, y la calidez de su hogar me hicieron sentir más en paz. Era un nuevo comienzo, una oportunidad para reconectarme con algo que amaba y encontrar un refugio en medio de todo el caos de mi vida.

Andy acompañó a Carlo hasta la salida y, al despedirnos, me miró con una sonrisa cómplice.

—Te dije que te gustaría —dijo con un guiño.

—Sí, tenías razón. Gracias, Andy. Esto significa mucho para mí.

—No hay de qué, Andrew. Lo repetiremos el miércoles.

Sabía que estos seis meses no serían fáciles, pero al menos tenía algo que esperaba con ansias. La música siempre había sido mi escape, y ahora, gracias a Andy, podía volver a encontrar consuelo en ella.


Royal FacesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora