XIII (part finaly)

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Honolulu tiembla.

El avión había aterrizado hace apenas una hora, pero para Steve McGarrett cada segundo había sido eterno. Apenas sus pies tocaron el suelo hawaiano, corrió hacia su casa, su mente y corazón impulsados por un solo pensamiento: Danny.

Subió las escaleras de dos en dos, su respiración rápida y su corazón latiendo con fuerza. Al abrir la puerta del dormitorio, encontró la vista que había anhelado durante toda su misión: Danny, durmiendo plácidamente en su cama, su barriga de siete meses ligeramente elevada por las sábanas.

Steve se acercó con cuidado, queriendo absorber cada detalle de la imagen de su esposo. Sin poder resistirse, se sentó en el borde de la cama y se quedó observándolo, su corazón llenándose de una mezcla de alivio y amor.

De repente, Danny se movió ligeramente y abrió los ojos. Al ver a Steve, una sonrisa cansada y cálida se extendió por su rostro.

—¿Cuánto tiempo llevas ahí? —preguntó Danny, su voz todavía adormilada—. Me estás dando miedo, McGarrett, mirándome así.

Steve dejó escapar una risa suave, su corazón aliviado al escuchar la voz de Danny.

—No mucho —respondió Steve, sin apartar la mirada de su esposo—. Solo... necesitaba verte. Asegurarme de que estás bien.

Danny extendió una mano y la colocó sobre la de Steve, sus ojos llenos de ternura.

—Estoy bien, Steve. Te extrañé tanto.

Steve se inclinó, besando la frente de Danny con suavidad.

—Yo también te extrañé, Danno. No sabes cuánto. Pensé en ti cada día.

Danny sonrió, acariciando la mejilla de Steve con su mano.

—Bueno, ya estás aquí. Y eso es lo que importa. Ahora, ¿puedes dejar de mirarme como si fuera un psicópata y acostarte conmigo? Necesito abrazarte.

Steve asintió, una sonrisa sincera iluminando su rostro. Se recostó junto a Danny, rodeándolo con sus brazos. La calidez y la seguridad de tenerlo a su lado llenaron a Steve de una paz que no había sentido en meses.

—Nunca más te dejaré solo tanto tiempo —murmuró Steve, su voz cargada de promesa.

Danny asintió, acurrucándose contra él.

—Lo sé, Steve. Y yo siempre estaré aquí, esperándote.

Y con esas palabras, Steve cerró los ojos, permitiéndose finalmente relajarse en la presencia de su amado esposo, sabiendo que, a pesar de todas las dificultades, siempre encontrarían el camino de regreso el uno al otro.

Embarazo McGarretDonde viven las historias. Descúbrelo ahora