CAPÍTULO 11.

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A veces olvidaba lo gratificante que era presenciar el cambio de las estaciones en la naturaleza. No soy una real amante del paso del tiempo, no disfruto especialmente de ver los estragos que hace este fenómeno cuántico incluso en los seres humanos y es difícil a veces acostumbrarse a ello. Pero no puedo negar que hay belleza en todo lo que logra; como darme la posibilidad de ver a Vania crecer y cambiar a medida que lo hace, de forma encantadora.

Poder escucharla reír mientras juega con las hojas de tono rojizo que han caído de las ramas de los árboles, llena y estruja mi corazón de amor. Se sentía como si hubiera sido apenas ayer cuando corría con ella en brazos mientras huía de las personas que querían separarnos. No había esperanzas de que pudiera lograrlo, de que pudiera brindarle una pisca de felicidad a la pequeña bebé que apenas había logrado salvarse de caer en los brazos de la muerte. Era tan frágil, tan pequeña y aun así me dio el consuelo más grande cuando sonrió para mí en aquel oscuro callejón donde pasaríamos la noche mientras podía encontrar una forma de hacer rendir el poco dinero que tenía de los ahorros que dejó mamá, sin que alguien me lo robara. Había tantas cosas pasando por mi mente en esos momentos y la posibilidad de morir fue una de ellas. Sabía que Vania no tenía muchas esperanzas si se quedaba conmigo teniendo en cuenta todo por lo que tuvo que pasar tan rápido como nació, pero egoístamente quise aferrarme a ella y le quité la posibilidad de un futuro mejor. Pensando que la perdería, tomé la decisión de acabar con mi vida si ella no lo lograba por mi culpa.

Pero frente a todo pronóstico, ella lo logró y me dio la oportunidad de vivir a su lado. Estaba agradecida por eso.

—¿Qué tanto piensas? —habló Catleya a mi lado.

—En lo rápido que pasa el tiempo.

—¿Filosofando otra vez? —la escucho sorber su helado.

—No, solo pienso en Vania y en que sus zapatos ya le están quedando pequeños.

—Bueno, eso hacen los niños, crecen por mucho que no quieras que lo hagan.

Me encojo de hombros en mi asiento. Nos encontramos en un parque residencial a unas cuadras de donde vivimos y no tenía mucho rato desde que recogí a Vania de su parada. Ahora podía verla jugar con las hojas secas que caen de los árboles mientras se encuentra con algunos de sus compañeros que han terminado viniendo aquí con sus madres. No solía ver a las mujeres muy a menudo, pero eran amables y eso era suficiente para que no me sintiera incómoda con ellas. Por lo general siempre estaban las miradas hacia mí cuando iba con Vania en brazos y tal vez era por el gran parecido que tenemos, que no siempre esas miradas eran bien intencionadas. No me importaba realmente, en realidad siempre he tratado a Vania como mía y nunca me he molestado en dar explicaciones, pero es incómodo cuando me ven como si fuera una decepción para la humanidad. Nadie tenía derecho a opinar sobre eso.

—No va a venir.

—Si va a venir —le aseguro a ella mientras saco el móvil del bolsillo de mi abrigo.

—Pues no lo estoy viendo, ¿podemos irnos ya a casa? —insiste y yo ruedo mis ojos.

—¿Por qué lo odias tanto? —me giro para verla y ella levanta su rostro de su móvil.

—No lo odio —se encoge de hombros —Pero tampoco lo quiero cerca.

Suelto un pesado suspiro. Tratar de entender por qué se comporta de esa forma con el pobre chico me había quedado claro que era una pérdida de tiempo. Regreso mi mirada a la pantalla para revisar de nuevo los mensajes que me dejó cuando le dije de ir por un café y puedo ver perfectamente que decía que estaba cerca. ¿Qué le tomaba tanto tiempo?

No pasa mucho tiempo cuando recibo un mensaje.

David: Lo siento, me ha surgido algo.

David: Dejémoslo para otro día. ;-]

Vasily.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora