Capítulo 1.

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A las nueve de la mañana, el equipo de decoración contratado llegó puntualmente para transformar el local en la tienda de mis sueños. La mayoría de los muebles eran de color negro, contrastando con una pared de tono azul oscuro grisáceo.

Después de un largo día de trabajo, que culminó a las siete de la tarde, me sentía exhausta. Aún quedaba la tarea de organizar toda la ropa que había traído para la tienda, y la perspectiva de ello me abrumaba hasta el punto de querer llorar. Había planeado abrir al día siguiente, aprovechando el inicio del mes, pero parecía que el tiempo se me escapaba entre los dedos. Todavía tenía pendiente encontrar un ayudante, y el cartel con el nombre de la tienda ni siquiera había llegado.

Solo era el segundo día, pero ya me sentía al borde de un ataque de nervios. En ese momento, la voz tranquilizadora de mi madre era exactamente lo que necesitaba.

"Mamá", murmuré apenas descolgué el teléfono.

"Dime, Cloé", respondió ella al instante, detectando mi tono de estrés.

"No puedo con todo esto, mamá", confesé, mirando con desesperación alrededor de la boutique vacía.

"¿Qué ha pasado, cariño?", preguntó ella, su preocupación palpable a través del teléfono.

"No me ha llegado el cartel con el nombre de la tienda y ni siquiera he logrado ordenar toda la ropa", desahogué mi frustración.

"No te puedes rendir tan fácilmente, Cloé", me recordó mi madre con su voz serena. "Tómate una semana para aclimatarte y prepararlo todo correctamente. Las cosas saldrán mejor si las haces con calma. Ve a casa y descansa".

"Aún necesito encontrar un ayudante", continué quejándome.

"Búscalo esta semana. No pasa nada por abrir una semana más tarde. Tranquila. También necesitas hacer amistades, cariño. Necesitas apoyo", me aconsejó ella con ternura. "Y ahora, vete a casa".

"Sí, mamá. Tienes razón. No sabes cuánto me tranquilizas", respondí con un suspiro de alivio.

"Tú puedes con todo, Cloé. Te queremos, tu padre, tu abuela y yo", me recordó antes de despedirse.

"Y yo a ustedes. Un beso", dije con gratitud antes de colgar.

Después de hablar con mi madre y sentirme más centrada, decidí que era suficiente por hoy y me aventuré a dar un paseo por el barrio para familiarizarme con él. Descubrí una cafetería encantadora y vintage que me atrajo de inmediato.

Aunque estaba sola, el mostrador rebosaba de pasteles deliciosos que parecían implorar ser probados. La dueña, una joven rubia que parecía tener mi edad, me recibió con una amplia sonrisa.

"¡Buenas! ¿Podrías prepararme un café y un cupcake?", le pedí.

"¡Por supuesto!", respondió ella con entusiasmo.

Mientras saboreaba mi pedido en la barra, no pude evitar entablar conversación.

"Está delicioso. ¿Los preparas tú misma?", pregunté, consciente de mi necesidad de hacer nuevas amistades.

"Sí, son caseros. ¡Gracias por el cumplido! Por cierto, no recuerdo haberte visto por aquí antes. ¿Eres nueva?", indagó la chica con curiosidad.

"Así es, me mudé a París ayer para abrir mi propia tienda de ropa", respondí mientras esperaba a que el café se enfriara un poco.

"¡Vaya, qué emocionante! Definitivamente pasaré por tu tienda algún día. Necesito renovar mi armario. Por cierto, ¿cómo te llamas?", preguntó ella con genuino interés.

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