Capítulo IX

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¡ATENCIÓN! Este capítulo posee contenido maduro, NO ATP (apto para todo público) y escenas descriptivas +18 


Volver a casa pasadas las diez de la noche, cenar silenciosamente en la cocina lo que Bruna le hubiese dejado y conversar entre susurros con el gato se volvió una grata rutina para Malena. Hacía un gran esfuerzo por levantarse a las siete y dejarle el desayuno listo a su hija, antes de que esta corriera el autobús escolar, le daba un beso en la puerta y volvía a meterse en la cama, hasta que Odín la despertaba con un cántico insufrible a las diez de la mañana rogando por comida. 

Ese pequeñín era un verdadero manipulador. 

Había perdido el ritmo de los horarios nocturnos, así que le costó un poco más de una semana adaptarse al Museo, su obligación de ser madre y no parecer un zombie en los horarios intermedios a ello. Max la visitaba los sábados para que no se sintiera tan sola sin Bruna, los fines de semana que esta se iba a casa de su padre. Y las sesiones de terapia con el Licenciado Rogelio profundizaban en muchas carencias acalladas a lo largo de todo su matrimonio, por lo que los lunes resultaban días angustiantes para la castaña y era ella quien visitaba a Max en las oficinas de la agencia de mudanza; su amistad universitaria parecía escalar nuevamente y posicionarse en un sitio prioritario para ambos. 

Esa mañana se despertó a las diez, apretando los dientes, con Odín ya más gordito, gritándole en el rostro. Tuvo que juntar coraje para no sacudir las mantas y mandarlo a volar para seguir durmiendo, era un malcriado culpa suya y de su hija. Antes de levantarse, aun a oscuras, tanteó la mesa de noche y buscó su celular, tenía dos mensajes de hacía unos pocos minutos. Abrió el primero, reprodujo el audio y sonrió viendo la foto que había debajo, era Bruna en la cabaña de sus abuelos, fuera de la ciudad.

"Hola ma, espero que estés descansando. Se que hoy te toca el turno de la noche, pero no te exijas demasiado. Envíame una foto del cuadro que repares esta vez ¿vale? Mira qué bonito está el lago en casa de los abuelos. Bueno, ya me voy, la abuela hizo chocolate. Te quiero, besos a Odin"

Oír la voz de su hija le alegró muchísimo, y con una sonrisa plantada en los labios abrió el segundo mensaje, otro audio, era de Max. 

"¡Hey Bepeu! Lamento no haberte escrito más temprano, tuve una reunión de último minuto. No me esperes para desayunar, prometo compensarte. Te quiero ¡COME!"

Un profundo suspiro le dolió en el pecho, era agradable ver a Max seguido. Aunque su amistad no se había visto turbada por el matrimonio o las desgracias que le acontecieron a ninguno, la vida adulta en sí ponía trabas constantemente y acababan viéndose una vez a la semana. Sufrían cuando se trasladaba a una vez al mes, y con la excusa de que Bruna se iba ciertos fines de semana, Max había encontrado la oportunidad para pasar tiempo nuevamente con Malena. A ella también le agradaba, aunque no lo admitiera en voz alta. 

Odín volvió a maullar de forma insoportable, la mujer salió de la cama tecleando un rápido mensaje antes de lanzar el teléfono sobre el colchón para rellenarle el plato de comida al gato y ver qué tenía en la nevera para llenar su propio plato antes de que las tripas le volvieran a rugir. 

"Me lo compensas esta noche, comida del Umim, en el museo. La puerta lateral que da a la calle Velez está abierta"

Umim era una casa de pastas que ambos adoraban, y tenía unos salteados de frutos del mar con tallarines caseros que a uno lo podían volver loco. Max reaccionó con un corazón a su comentario y ella dio por sentado que tendría compañía en el trabajo, solo no tenían que hacer ruido para que Thomas no los descubriera ya que el personal no autorizado tenía prohibida la entrada fuera de horario. Lo bueno era que Harris tenía su puesto de vigilancia en el extremo opuesto a su taller, ni siquiera gritando por auxilio él la oiría, salvo que estuviera en una de sus rondas. 

En su reflejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora