Capítulo II

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Barrio El Jardín

El ocaso se asomaba cuando Malena aparcó frente a un edificio al que le hacía falta una buena mano de pintura desde hace casi diez años, por lo que el amarillo pastel de la fachada parecía un beige pálido. Se quitó el cinturón de seguridad observando por el espejo retrovisor como el camión de la mudanza había estacionado en la esquina, para fortuna de los empleados, por lo que cada uno fue descendiendo del vehículo hasta estar los cinco, con su overol azul, preparados para subir los pocos muebles que Micol le permitió llevarse. Ella jamás había tenido independencia económica desde que Bruna había nacido, por lo que absolutamente todo lo que le "pertenecía" realmente era de su esposo... ex esposo. Renunció a mucho de lo que la hacia la mujer que era, o había sido, para evitar entrar en una pelea donde sería la única perdedora, pues solo por fastidiarla (más aun de lo que ya la había fastidiado) Micol podría utilizar a todo su buffet de abogados para quitarle a la niña.

La mujer giró, intentando peinar su cabello castaño, y despertó a su hija para que pudieran ir a conocer el apartamento que pudo comprarse con la parte que le tocó de la división de bienes. La cara de Bruna fue todo un poema, pasando del asombro al horror en unos pocos segundos; Malena sonrió, resignada y un poco divertida. Bruna se había criado en un mundo donde no existía el "no puedo" o el "no tengo", ni siquiera tenía que montar una escena o llorar, para obtener cualquier cosa que se propusiera. Así la había malcriado su padre hasta que sus prioridades cambiaron.

—Dime que es broma—chilló aferrada al cinturón de seguridad, como si aun sentada se pudiera desmayar—. No, no, no, no... Mamá no podemos vivir aquí. ¿Cómo voy a llegar a la escuela?—preguntó mirando en todas direcciones, porque no tenía idea de dónde estaba.

—Cariño, sería imposible para ti llegar desde aquí a la escuela—comenzó la castaña con una media sonrisa, antes de soltar la bomba—. Tu padre y yo decidimos que sería mejor cambiarte de colegio, así que mañana iremos a conocer el nuevo establecimiento.

El hombre que estaba a cargo de la carga y descarga de los muebles se acercó por el lado del conductor y golpeó suavemente la ventanilla. Malena inspiró, intentando que los alaridos de su hija no lanzaran su pobre paciencia por un abismo y luego le hizo señas de que bajarían en un minuto. Tenía que abrirles la puerta e indicarles qué piso y apartamento era el destino final. Los cinco empleados fueron haciendo un pasamanos desde el camión hasta el ascensor por el que subirían al piso siete. Desde allí, solo debían caminar al apartamento C, a cinco puertas hacia el fondo del pasillo, pasillo que acababa coronado por un enorme ventanal donde ingresaban los últimos rayos de sol que anunciaban el anochecer.

—Anímate. ¿No quieres conocer tu cuarto?—preguntó Malena, intentando contagiar a su hija con un entusiasmo fingido. Bruna se hundió de hombros, tomó sus airpods y se desvinculó del mundo que la rodeaba, aunque no del todo, ya que con un ojo espiaba un poco de aquello que ahora sería su nueva vida. El barrio se llamaba "El Jardín", pero no sabía exactamente el por qué, ya que no se veían muchos árboles ni zonas verdes cerca de la torre. Se trataba de un bloque de viejos edificios que se comunicaban por sus zonas de aparcamiento y/o patios cerrados con pisos de cemento que contaban con una única división hecha de alambrados. A lo lejos, se podían identificar algunos comercios andrajosos que no permitían intuir qué venderían en ellos.

Ingresaron al lobby escoltadas por los hombres y sus muebles. Ambas se detuvieron unos segundos en el inmenso espejo que había allí abajo, casi cubriendo por completo la pared derecha del lugar. Dos columnas decorativas que parecían sacadas de un coliseo, pisos con baldosas increíblemente antiguas, pero aun así pulidas, y una iluminación artificial que te dañaba la vista. Nada de todo ello molestaba tanto como el sofocante olor a humedad que sentías al cruzar la puerta principal, seguramente proviene de la alfombra, pensó Malena, que un poco conocía sobre el tema. La alfombra era una extensión de aterciopelado color borgoña que te guiaba hasta los dos únicos ascensores que tenía el edificio, aunque uno de ellos tenía colgado un cartel escrito a mano que rezaba "Fuera de servicio".

En su reflejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora