Capitulo XII

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—¿Estás segura que no hay problema?

La voz del otro lado del teléfono se oía preocupada.

—Para nada, señora Clarkson. Se que este no fue nuestro acuerdo principal, pero...

—Por eso mismo, Male. Te estoy cambiando mañanas por noches, tú tienes una niña, me siento culpable al tener que pedirte esto.

Malena suspiró.

—Con más razón, necesito el trabajo. No voy a dejarlo por un desarreglo horario, además, me alegra mucho que el Museo pueda abrir todos los días gracias a las restauraciones.

Sonaba más animada que su jefa, aunque un pequeño retortijón le arrancaba muecas de disgusto. Llevaba aproximadamente tres días evadiendo a Thomas, agradecida de que su sitio de trabajo era lo suficientemente grande como para esconderse, más trabajando solos los dos, le seria difícil continuar comportándose así.

—¿Male, estas ahí?

La castaña se había perdido un momento en sus cavilaciones.

—Si, si. Disculpe. Ahí estaré, a las nueve, cuando la puerta principal cierre al público. No se preocupe

La mujer le habló unos cinco minutos más, mostrándose agradecida, y la llamada finalizó. Había que verle el lado positivo al asunto, tendría todo el día para ella, para dedicarse a su casa, quizás un poco de lectura; iría al médico como prometió por un chequeo anual, y pasaría tiempo con Bruna, si esta decidía estar más en su casa que en la de Tino y su novio nuevo.

Eran las ocho de la mañana, la muchacha ya se había ido a la escuela y Odín pedía a gritos desgarradores un poco de atención. Malena, irritada y derretida a partes iguales, lo tomó en brazos y se lo colgó al hombro. El pequeño se afianzaba con sus garritas y recostaba la panza en su pecho observándolo todo con ojos curiosos. Su protectora iba de la cocina a la sala preparándose algo para comer, revisaba el móvil y acomodaba un poco el reguero que la adolescente solía dejar al irse a la escuela, pues siempre se levantaba con los minutos contados para coger el autobús escolar.

—¿Qué me dices chiquito, pan con queso y café?

Como si la entendiera, Odín respondía con un efusivo maullido.

La castaña reía, y ambos desayunaban sentados en el mesón de la cocina. Esas eran sus mañanas, con la vista un poco perdida más allá de las paredes de concreto, con la taza de café humeante pegada a los labios, pensaba que los días desde la mudanza habían transcurrido muy rápido. Temió por un momento no poder afrontar toda la situación, porque debía admitir que existían momentos donde lo único que quería era echarse a llorar o dormir hasta que los huesos del cuerpo le dolieran, pero aun así se levantaba y peleaba.

Y su rutina marcada de días, lentamente se fueron convirtiendo en meses. Bruna estaba por salir en vacaciones de verano, faltaba muy poco para su baile de final de curso. El Museo tenía más de una docena de obras restauradas, y su amistad con Max estaba recuperándose. A su vez, después de mucho insistir, aceptó cenar con Thomas Harris, el empleado de seguridad del Museo, quien fuera del trabajo le resultó un sujeto muy agradable. Además de aquella noche, no habían vuelto a intimar, aunque las insinuaciones estaban en el aire.

La única parte mala de todo ese tiempo, habían sido los actos escolares de su hija, a los que de pronto Micol se sintió en obligación de ir. El muy hijo de puta había intentado invitarla a salir en dos oportunidades, "For de old times" le decía al oído. La primera vez tuvo que encerrarse en el baño, presa de una crisis nerviosa. La segunda lo mandó a la mierda y se alejó sin más, hacía el frente del escenario.

En su reflejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora