Capítulo V

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Su reflejo


Miércoles.

Malena despertó en su cama, arropada hasta el mentón. Se sentía liviana y descansada. Frotó sus ojos para poder abrirlos por completo y apoyó la espalda contra la fría pared, la habitación estaba a medio iluminar, el sol luchaba por atravesar las cortinas de paño y caía rendido al suelo, donde brillaba intensamente. Su maletín de trabajo se encontraba cerrado, y junto a este la botella vacía de vino y una copa a medio terminar. Retiró las mantas y se apresuró a meter los pies en sus pantuflas antes de que la temperatura del suelo le mordiera los dedos, estaba en pijama, aunque no recordaba haberse cambiado, así como tampoco recordaba haberse acostado, ni mucho menos terminar de limpiar el espejo, que ahora se veía radiante. Le echó la culpa al vino y salió del cuarto con la boca pastosa para comenzar su día. 

El apartamento lucía extrañamente silencioso, supuso que Bruna aun dormía así que se apresuró en preparar un desayuno pasajero para que no perdiera el autobús. Odín estaba durmiendo sobre los cojines del sofá, los cuales ya había aruñado hasta quitarle unos cuantos hilillos hacia afuera ¿En qué momento su hija lo habría dejado salir? La máquina de café pitó y Malena ahuyentó cualquier pensamiento absurdo de su cabeza, sirvió dos tazas y metió dos panes a la tostadora en lo que despertaba a la adolescente, más esta nunca contestó, ni siquiera estaba dentro. Malena, confundida, volvió sobre sus pasos y allí fue donde reparó en el reloj junto a la puerta, el cual marcaba las 10:30 AM

Soltó una carcajada algo ronca, su hija se había marchado hacía más de tres horas y ella jamás oyó la puerta, tampoco si se había despedido o no. Odín la observaba con los ojos entrecerrados, era tan pequeño que se perdía en la inmensidad de un sofá de dos cuerpos. Malena se rascó la barbilla, aun sin poder salir del letargo con que se movían sus músculos, y bebió un sorbo de su café antes de sacar el pan tostado y echar la segunda taza en el fregadero, había dormido más de la cuenta y eso la tenía atontada y con un silencioso dolor de cabeza en puerta.

Intentaba repasar los hechos de la noche anterior sin éxito alguno, tomó su teléfono con una sola mano y envió un mensaje que fue respondido casi de inmediato.

"Creo que me estoy volviendo loca de aburrimiento."

Un bip electrónico. 

"¿Bagel dulce o salado?" 

La castaña sonrió, tecleó su respuesta y corrió al cuarto para cambiarse. Max nunca la había dejado sola, desde que se conocieron (de una forma muy accidentosa) en la Universidad, era su mejor amigo, ambos decían hermanos que no compartían sangre pero sí mucho cariño y eso pesaba quizás más. Él sabía desde antes que las chicas se mudaran que su amiga no estaba bien, pero optó por darle espacio para que fuese ella quien decidiera si quería compañía o no. Cierto era que la vida no les había favorecido por demasiado tiempo, ya que ambos saltaron al altar con la tinta en los títulos aun fresca, el birrete no hacía juego con el vestido de novia o el esmoquin, pero eso no los detuvo. Malena se había casado con Micol, aunque su amigo le repitió hasta el agotamiento que algo de ese tipo le olía mal. Max no se quedó atrás, cualquiera creería que un poco celoso de la felicidad de su amiga, aunque nada más alejado de la realidad, y se casó con la hija de un viejo amigo de su padre, ambos herederos de dos importantísimas familias Coreanas.

Aquel hombre de rostro alargado, mirada cálida y labios afinados había sufrido una gran pérdida a tan solo dos años de casado, cuando un grupo de maleantes intentaron enviar un claro mensaje al padre de su esposa, un magnate de los negocios, abriendo fuego contra su coche cuando la joven salía de una consulta médica. Max Han fue notificado sobre el accidente a través de un breve llamado telefónico, y en unos pocos minutos no solo tuvo que conciliar que acababa de enviudar, sino que al momento del asesinato Jee-Yun Han estaba embarazada. El único motivo por el cual Max salió adelante después de eso, fue porque Malena nunca se apartó de su lado, lo contuvo, le permitió llorar, enojarse y romper cuanto quisiera hasta que el dolor fue solo un escozor en el pecho. Ahora le tocaba a él, aunque las desgracias en la vida de su amiga se hubieran demorado 20 años en destruirlo todo. 

En su reflejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora