Capitulo XIX

34 15 6
                                    

Bruna, aún en shock, sintió como la energía oscura que la rodeaba comenzaba a desvanecerse. Malena, aprovechó el momento, se arrastró hacia su hija y la abrazó con fuerza, tirando algunas velas a medio consumir.

—Mamá...— dijo Bruna, con la voz pastosa —¿Qué... qué pasó?

—Tranquila, hija. Ya todo terminó—le aseguró Malena, mientras las lágrimas corrían por su rostro.

—Estás a salvo.

Con cuidado le quitó del cuello el relicario que aun permanecía con ella; el objeto se veía quemado en el centro, como si un rayo le hubiera impactado de lleno. Lo lanzó lo más lejos que pudo de ambas, allí se terminaba la maldición. Malena tiró de Bruna hasta el espejo, ayudándola a cruzar, dejando atrás la oscuridad y el caos de la época victoriana. Sin embargo, el peso de lo vivido seguía sobre sus hombros, y la atmósfera mágica del baile de graduación se sentía extrañamente distante y ajena, ahora en el presente.

Miró a la adolescente que temblaba a su lado, los ojos aún llenos de miedo y confusión. La abrazó con fuerza una vez más, sintiendo cómo las lágrimas se deslizaban por su rostro.

—Estoy aquí, no dejaré jamás que nada malo te pase—murmuró tratando de convencerse tanto a sí misma como a ella.

Bruna se aferró a su madre, buscando consuelo entre sus brazos. El reloj marcaba la medianoche, y la elección del rey y la reina del baile estaba a punto de anunciarse fuera, aunque el bullicio les llegaba amortiguado por las paredes de espejo que las miraban, atentos. Mientras avanzaban por el laberinto, estos parecían mofarse de ellas, reflejando sus rostros cansados y llenos de emociones.

Finalmente, lograron salir. Las luces brillaban con fuerza y la música resonaba, pero todo parecía irreal, como si pertenecieran a un mundo diferente. Malena sabía que debían irse, su cuerpo magullado clamaba por atención médica, pero también entendía que Bruna necesitaba un cierre para esa noche, lo veía en la tristeza reflejada en sus ojos verdes, luego de haberse perdido la noche por la que tanto soñó. 

—Vamos a quedarnos un momento más, cariño. Has sacrificado tanto por mi —dijo Malena, tratando de sonreír, ocultando el insoportable dolor que le electrificaba los músculos. 

Bruna asintió, agradecida, aunque una parte de ella también deseaba irse de allí. Se dirigieron hacia el área principal, donde los estudiantes se reunían para la coronación. Las miradas se volcaron hacia las dos mujeres que parecían haber pasado por un calvario; algunos curiosos, otros preocupados, pero Malena ignoró todo a su alrededor, solo tenía ojos para su hija.

Cuando finalmente se anunció al rey y la reina del baile, Malena y Bruna se unieron al aplauso, aunque sus mentes estaban lejos de ese lugar. La reina del baile, con su diadema y sonrisa radiante, parecía tan alejada de la realidad que ellas habían vivido en las últimas horas. Habían regresado a su época, pero las cicatrices de lo vivido permanecerían con ellas. La castaña sabía que necesitarían tiempo para sanar, no había nada en el mundo que no estuviese dispuesta a hacer por su pequeña, incluso pisotear su propio dolor. 

—¿Mamá?—Llamó Bruna suavemente, tirando del saco negro al que la mujer se aferraba mientras tiritaba de frío —Quiero irme a casa.

Su madre asintió y rodeándola con un brazo, le dieron la espalda al gentío.

Afuera la noche era tranquila, y el aire fresco les dio una bienvenida reparadora. Se dirigían hasta la parada de taxi cuando un par de faros las cegó. Max bajó de la camioneta, era un torbellino de preocupación, enojo y alivio. Corrió hacia ellas y tomó a cada una de un hombro, abarcando el espacio de ambas mujeres. Era la primera vez que Bruna veía a su padrino llorar, pues él había intentado mostrarse fuerte cuando Malena cayó en coma, y la segunda vez que ésta misma lo veía vuelto un mar de lágrimas. 

En su reflejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora