Capítulo IV

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El espejo


Los días para comenzar a trabajar después de la excelente entrevista que había tenido el día anterior se acortaban. Durante el invierno, el museo local estaba abierto solo fines de semana, por lo que ella podría trabajar en la restauración de algunas piezas fundamentales durante la semana para su posterior exhibición. Además, la directora del lugar le había mencionado que, en cuanto se sintiese preparada y a gusto, podría darle las visitas universitarias que se hacían una vez al mes para que las guiase. Lo único que no resultaba ideal de su trabajo era el horario, pues debía estar bien temprano por la mañana para aprovechar al máximo la luz natural, dado que muchas piezas eran sensibles a la luz artificial. Podría pasar tiempo con su hija por las tardes siempre y cuando ella no tuviese materias extracurriculares, o alguna salida con amigos, o una crisis adolescente.

Durmió hasta las siete. Con pesadez de levantó de la cama y preparó el desayuno para Bruna, quien a las 7:50 debería estar en el lobby esperando el autobús escolar que la recogería cada mañana para llegar a las ocho al instituto. Luego, volvió a meterse en la cama; la cocina se veía espléndida, aunque algo vacía de víveres, ya que solo habían comprado lo fundamental y tendría hacer mercado esa misma tarde. Lo mismo pasaba con la sala, con las paredes colmadas de vida con cuadros exhibidos como piezas de arte antiguo y el sofá libre para sentarse sobre el cuero caoba y apoyar los pies sobre los mullidos cojines carmesí. Habían colocado una mesita de café entre este y el televisor en la que descansaban algunas revistas.Detrás del sofá, cerca de la puerta de entrada, había una cómoda con ocho cajones, cuatro en cada lado de su cuerpo y, cerca de las habitaciones, había una alta y fina biblioteca atestada de libros.Sentía el cuerpo pesado, y ninguna intención de moverse de donde estaba. Había cumplido por un rato, y tenía alrededor de cuatro horas para juntar fuerzas y pararse a preparar el almuerzo para cuando su muchacha llegara de la escuela. El silencio del apartamento le hacía daño, pero a su vez no quería oír absolutamente nada. Entonces lloró, otra vez, y tampoco sabía por qué diablos estaba llorando. Se había quitado de encima a un hombre que no la amaba, que nunca la había valorado y que la exhibía como un trofeo por su inteligencia y belleza. Una pequeña vocecita en su cabeza agregaba luego de cada pensamiento:«y fuiste descartada, no lo olvides. Echada al olvido por alguien mucho mejor». Max le había aconsejado acudir a terapia, pero no había nada qué tratar. Micol había arrojado por la borda años de matrimonio por una muchacha risueña, de caderas estrechas y sonrisa azucarada. Estaba todo claro.

El debate con ella misma siempre le generaba una opresión en el pecho que le dificultaba la respiración. Se paró, arrastró los pies hasta la ventana y, sin correr las cortinas, las abrió para que entrara el frío aire del invierno. Pudo bañarse con agua caliente y relajar un poco los músculos. Al salir de la ducha, todo el cuarto era una nube de vapor; limpió el espejo del boticario con el dorso del brazo y acarició delicadamente las hojas verdes del Potus que el rector Doménico le había obsequiado a Bruna como bienvenida al barrio y al instituto. Se tomó varios minutos para observarse, retratarse a sí misma.Ya comenzaba a sentirse esquiva a su propio reflejo. Tenía dos surcos violáceos debajo de los ojos y sus labios, alguna vez sanguinos y carnosos, estaban pálidos y resquebrajados. Seguía siendo hermosa debajo de esa capa que intentaba sacudirse, pero ya no lo veía. Frunció el ceño notando una que otra arruguita donde antes había piel tersa y sintió el ardor en los párpados que antecede a las lágrimas. Tragó grueso, llevándose saliva y angustia. Cepilló su cabello castaño, intentó obviar las finas hebras plateadas que arrancaban destellos a contra luz y luego lo secó para que cayera lacio sobre sus hombros. Se vistió con ropa cómoda, unos leggins de grueso algodón rosado con elásticos en los tobillos, una camiseta blanca y una campera haciendo juego con el pantalón. Preparó un poco de café y se disponía a tostar pan cuando volvió a sentir el quejido dentro del horno.

En su reflejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora