Sólo quería irse de ahí. Su vida había tomado el mismo ritmo turbulento similar a su infancia. Muchos acontecimientos tomaron lugar desde donde el lector se quedó.
Nuestra pequeña Eliza, ya no era la niña indefensa que solía ser. Cumplió dieciocho años, y era toda una mujer. Su figura asemejaba a la diosa romana del amor, Venus. No sólo tenía una belleza extraordinaria, inherente en ella, sino también poseía como previamente se ha mencionado, una capacidad de retención de conocimientos prodigiosa. Todas estas características la hacían candidata al éxito profesional. Sus tutores sabían que estaba lista para brillar.
Así que tomaron una decisión.
Después de todos estos años de confinamiento, los Doyle permitieron que Eliza, estudiara en una escuela convencional, que en este caso, sería la universidad.
Había pasado el examen de admisión, para la licenciatura de química y física de Harvard, con un puntaje de ingreso excelente.
En sus clases demostraba una pasión y compromiso excepcional por su aprendizaje. Y era la mejor de su clase. Sus maestros creían fervientemente que tenía mucho potencial, que seguramente sería una prolífica mujer de ciencia y el mundo estaría a la palma de su mano.
Pero había ciertas cuestiones que mermaban su éxito académico. No sabía desenvolverse en el entorno social.
Convivir con personas desconocidas era un mundo nuevo para ella. Trataba de acercarse a sus demás compañeros, pero estos parecían no prestarle mucha atención. Se sentía asfixiada al estar entre tantas personas. Creía que todos la estaban observando, y seguramente hablando a sus espaldas.
Lo que ella no sabía es que las supuestas voces y susurros que escuchaba, no eran más que sus más profundas inseguridades, manifestándose en su cabeza, producto de su infancia traumática.
"¿Ves a esa chica? Es muy rara. ¿Le habrá comido la lengua el gato? Mírala, está tan sola"
"Mira su piel, está más blanca que un muerto"
"De seguro hace trampa en los exámenes, nadie puede saber tanto"
"¿Conoces a la chica de esa aula? Es un bicho de lo más peculiar, no conversa, tiene una expresión perturbada en el rostro"
Mientras tenía la firme convicción de que sus compañeros estaban en su contra, las cosas en la residencia Doyle, se ponían cada vez peor.
Callahan había empezado a beber descontrolada mente, faltaba al trabajo, y estaba a punto de ser despedido por su irresponsabilidad. El hombre que Eliza había conocido cuando niña, frío, pero en ocasiones cariñoso a su manera, había desaparecido, en su lugar, sus peores demonios dominaron todos los aspectos de su personalidad. Desde antes ya había manifestado ciertas conductas violentas, y el alcohol no era un problema, podría decirse que era su vicio. Su gusto culposo. Pero ahora, era su droga. Callahan empezó a beber, más y más, y cuando se ponía ebrio, la tortura empezaba.
Se enfurecía con el más mínimo error cometido por Elizabeth, le gritaba, y en ocasiones la insultaba. Amber no intercedía. Estaba sometida a su marido. Ella tampoco sabía como actuar ante esa situación. El alcohol había trastornado el cerebro de Doyle, y se volvió irritable e irrespetuoso con ellas dos.
Eliza no sabía en que lado del infierno prefería estar. En la escuela, con las supuestas voces burlándose a sus espaldas. O en su casa, con una Amber cada día más estricta y un Callahan violento y castigador.
Su rendimiento académico bajó. Sentía que ya no podía más. Había perdido lo poco que le quedaba en el mundo, las ganas de aprender.
Empezó a tener inasistencias en clase. Y entregaba los trabajos tarde, y en mal estado.
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La desgracia de los ojos verdes
Mystery / Thriller¿Qué pasaría si despertaras en un cuarto completamente blanco, amarrada a una camisa de fuerza, y sin ningún recuerdo de lo ocurrido antes de eso? Eso le ocurrió a la mujer pelirroja con el código 130643. Al darse cuenta de que está siendo parte de...