8-Eliza conoce al señor Gray

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Con el pasar de las semanas, Eliza iba adaptándose a su nuevo estilo de vida. Por las mañanas iba a la escuela y por las tardes trabajaba arduamente para conseguir mantenerse a flote.

Las cosas con los Doyle continuaban mal. Era habitual ver a Callahan ebrio. Era un loco.

Llegaba a gritarle y romper cosas cuando se ponía furioso. Parecía que había perdido la razón por completo.

Con respecto a Amber, daba una que otra clase particular, pero su ritmo de trabajo disminuyó. La serenidad e impasibilidad que la caracterizaron desde el primer momento desaparecieron, y en su lugar dejaron a una mujer de ya muy mediana edad, apagada y algo trastornada. Se la pasaba fumando para calmar los nervios, y se mostraba susceptible a crisis de ansiedad.

Eliza se desmotivaba al ver su situación familiar. Pero no tenía otra opción, ellos eran las únicas personas que tenía en el mundo.

Iba saliendo de su trabajo y caminando por la calle.

Sus problemas nublaban su cabeza, no le dejaban pensar con claridad. Se encontraba tan inmersa en sus pensamientos, que no se dio cuenta de que empezó a llover.

Diablos, justo en ese momento, había olvidado llevar un paraguas.

Empezó a apresurar el paso. Hasta que escuchó el derrape de un auto. Una nube de polvo la cubrió, lo que hizo que tosiera secamente. Al despejarse el polvillo, vio que se trataba del auto de Gray.

-Señorita Doyle, se está empapando, ¡entre, rápido!-Eliza obedeció al hombre.

Le pasó una toalla-Nos encontramos de nuevo, ¿será esta una señal del destino?

Elizabeth no le hizo mucho caso al último comentario, solamente sabía que había entrado al auto de su jefe, que no había visto más que una vez, y que ahora estaba con el cabello mojado, y sintiendo una gran vergüenza.

-No debió de haberse molestado, el tranvía no queda muy lejos de aquí, puedo caminar hasta allá...

-No, déjelo así, no es molestia, además, considerando el temporal que hace ahí afuera, no tendría que avergonzarse de aceptar mi invitación.

-Gracias-dijo mirando hacia otro lado, evitando hacer contacto visual.

-Dígame, ¿ya cenó?

-No-se giró-apenas iba para mi casa.

-Pues bien, me dirigía a ese bonito restaurante, que acaban de inaugurar, The Mesmerizing Dish, y no me importaría tener a una acompañante. Yo invito.

-¿Nosotros? "Solos, esto, es, no, una ¿cita?" pensó.

Gray rio. -¿Le parece que le estoy hablando a alguien más?-dijo sonriendo.

-Sí está bien-dijo sonriendo a su vez.

II

Ahí estaba ella, a la luz de las velas, cenando con un hombre al que apenas conocía.

Elliot era una persona amable y educada, con cierto sentido del humor. Era un buen oyente, y la hacía sentir escuchada, algo que no muchas personas habían logrado.

Hablaron animadamente durante toda la velada. Elliot pidió un tequila para acompañar.

No recuerda lo que comió durante la cena, sus ojos sólo estaban para él. Su lenguaje corporal denotaba sinceridad. Todo en aquel ser era genuino. Ninguna persona la había tratado también desde... que, ellos estaban vivos.

La mayor parte del tiempo hablaron de sí mismos. Elliot tenía 25 años, estudió derecho en Princeton, y se mudó a ese estado hace casi un lustro. Le gustaba el vino tinto, la carne asada y hablar de filosofía. Parecía un hombre muy misterioso. Se dijo. Ella también habló, acerca de la universidad, de como le gustaba, y como deseaba llegar a ser una gran científica, hacer algo por la humanidad, y que su nombre quedara inmortalizado.

Al terminar, ya era algo tarde. Se despidieron con un abrazo, y Eliza se fue con una sensación cálida en el pecho. ¿Qué era esto que sentía? ¿Era cariño? Cariño por aquel ser humano, que no era otra cosa que su jefe. Tantos años de aislamiento le impidieron conocer de nuevo lo que era el afecto. No estaba segura de que había ocurrido. Pero sabía que iba por buen camino. Tenía por primera vez en mucho tiempo una ilusión, y esa era conocer más a fondo a Elliot Gray.

La desgracia de los ojos verdes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora